miércoles, 3 de julio de 2013

“Análisis del nivel de huelgas en el Estado español en el periodo 2007-2012″: Miguel Sanz Alcántara

En su artículo del número 2 de esta revista, Angie Gago hacía una radiografía de la clase trabajadora del Estado español, así como de su reacción general y la de sus organizaciones básicas de lucha –los sindicatos– a los efectos de la crisis. Con este artículo queremos complementar su análisis a través de una contextualización en el tiempo del nivel de las huelgas durante los últimos cinco años y mostrar que, lejos de la visión pesimista reinante en la izquierda, la clase trabajadora no ha mantenido una actitud pasiva. Al contrario, encontramos un tendencia gradual, con subidas y bajadas, al aumento de las luchas laborales.
 
El análisis de la tendencia de la clase trabajadora hacia la lucha o la pasividad en la crisis es central para comprender lo que está ocurriendo. Aunque las estadísticas de conflictos laborales sólo muestran una parte de la explicación, y ésta debe ser complementada con un análisis político, resulta un apoyo importante a la hora de conocer cómo se trasladan las luchas sociales –del 15M, por ejemplo– y la batalla política entre diferentes actores (sindicatos, gobierno, oposición, etc.) al terreno laboral. En este artículo estudiaremos principalmente el movimiento de los trabajadores y trabajadoras desde el punto de vista de las huelgas recogidas por las estadísticas, e intentaremos conectar estos datos con una visión más global de lo que ocurre fuera del ámbito de la lucha en los centros de trabajo.

Sobre los indicadores

Para el análisis del nivel de luchas laborales hemos utilizado algunos parámetros estadísticos básicos, como por ejemplo el número de huelgas, el número de participantes en estas huelgas y el número de jornadas de trabajo perdidas por causa de ellas, en términos generales y en datos desagregados por sector y rama de actividad. La combinación de estos parámetros (más otros indicadores derivados) permite hacerse una imagen aproximada del nivel de luchas laborales en un periodo concreto. Cada parámetro tiene unas implicaciones concretas desde el punto de vista de la organización, la activación de sectores de trabajadores y el daño generado a los empresarios con la actividad de huelga.

El número de huelgas muestra el nivel general de lucha, la cantidad de colectivos de trabajadores que se encuentran inmersos en conflictos. Por su parte, un alto o bajo número de participantes indica el nivel general de personas implicadas en la huelga. Un nivel alto de participantes indica que las huelgas están siendo secundadas y que se está implicando a centros de trabajo que agrupan a muchos trabajadores. Un mismo número de huelgas puede representar situaciones muy diferentes si se introduce este parámetro. Por ejemplo, en el año 1978 hubo 1.128 huelgas registradas con casi cuatro millones de participantes, mientras que para las 1.125 huelgas que se registraron en 2009, hubo tan sólo 650.000 personas. Por lo tanto, puede decirse que los niveles globales de participantes en las estadísticas muestran, entre otros hechos directos, el impacto social de las convocatorias de huelga.
Respecto al volumen de jornadas no trabajadas, es un dato que nos permite por un lado medir la tendencia hacia huelgas más o menos duraderas, pero también nos mide el daño productivo y económico que se infiere a los jefes y capitalistas. Representa el número de jornadas efectivas que cada trabajador que secunda una huelga deja de producir o prestar su servicio. Es un indicador que también refleja el nivel de combatividad y organización entre los trabajadores, tanto a nivel de empresa como general, y explica mejor que el número de huelgas cuál es el nivel de movilización.

Otras consideraciones

Estos indicadores estadísticos no son puramente objetivos, pues se fundamentan en la recopilación de datos realizada por el Estado y la Patronal, principalmente. Las cifras pueden estar sesgadas en función de que a cada actor le interese resaltar o disminuir el nivel de lucha laboral en cada momento (en especial el número de huelgas y de participantes). En cualquier caso, la utilización de estos indicadores permite destacar las tendencias generales, que es lo que nos interesa para el objetivo de este artículo.

Por otra parte, aquí analizaremos, a falta de otras fuentes, los conflictos laborales que tienen como expresión únicamente la huelga. Por este motivo debe considerarse que la conflictividad laboral recogida por los datos estadísticos que utilizaremos no reflejan directamente otros modos de lucha como la manifestación, las marchas, encierros y protestas varias que se realizan fuera del horario laboral por parte de los trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, la huelga suele ser la expresión más dura de los conflictos laborales y también la que refleja mayor determinación para la lucha por parte de las plantillas de las empresas y centros de trabajo. Por eso debe interpretarse que la conflictividad laboral es mayor de la que reflejan las estadísticas, pues es muy habitual que por cada huelga la plantilla haya realizado antes, después o durante, otras expresiones de protesta. Además, no todos los conflictos laborales llegan a tomar la forma de huelga y se ganan o pierden antes que los trabajadores decidan hacerla.

Por último, destacar que con este artículo no se pretende transmitir una visión economicista de la lucha de clases. Es decir, el conflicto laboral cotidiano es la expresión más directa del enfrentamiento entre la clase trabajadora y los jefes –entre el trabajo y el capital, entre el proletariado y la burguesía contemporánea, si se quiere–, pero no es la única expresión de la lucha entre clases, que también se desarrolla en los ámbitos político, social e ideológico, además del económico que nos ocupa. Por otra parte, en momentos concretos la huelga puede vehicular demandas esencialmente políticas, como pasó durante los años 70 y la transición o, a un nivel mucho más bajo, durante 2003 con los paros laborales contra la Guerra de Irak. Pero, aunque la lucha sea esencialmente económica, se interrelaciona con los otros campos de una forma compleja y rica. La lucha de clases, como acción global de la clase trabajadora y el resto de clases, está mediada por factores políticos, ideológicos, organizativos, institucionales, de experiencias sobre victorias y derrotas, conflictos internacionales, etc. El objetivo último que perseguimos es ofrecer un análisis general de los primeros años de la crisis y sobre la disposición actual para la lucha por parte de la clase trabajadora a través de la huelga, que es una herramienta central y enormemente indicativa de la conciencia de clase, pero no la única.

La tendencia general del número de huelgas y la respuesta a la crisis

Para contextualizar la época en que nos encontramos partiremos de la década de los 70. Es muy cierto que la lucha laboral y las huelgas se dieron también, aunque de una forma mucho menos intensa, en las décadas anteriores del régimen franquista, pero entendemos que el punto álgido que representan las luchas obreras de los años 70 permiten entender con mayor claridad de contraste lo ocurrido durante las dos últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI.

Entre 1976 y 1979 la clase trabajadora vive una serie de movilizaciones muy intensas y su nivel de huelgas, además de ser muy alto, involucran cada año siempre a más de tres millones de trabajadores y trabajadoras. El número de jornadas de trabajo perdidas por las huelgas alcanza cifras que nunca más se volverán a alcanzar si no es a través de las huelgas generales ya en periodo plenamente democrático: entre 11,5 y 19 millones de jornadas perdidas por año. Estos cuatro años registran 16 millones de huelguistas y las jornadas no trabajadas representan 60 millones, que equivalen a más de la mitad de las jornadas no trabajadas computadas en todas las huelgas laborales de los siguientes 25 años1. Esto permite hacerse una idea del nivel de combatividad del movimiento obrero durante la transición2, pero también del bajo nivel relativo de luchas en el que nos encontramos desde entonces.
Para la contextualización que nos interesa de la época actual, pueden establecerse dos grandes periodos en lo referente al dato general del número de huelgas. Un primer periodo que abarca desde 1976 hasta principios de la década de los 90, en la que todos los años, a excepción de 19863, se supera el millar de huelgas; y un segundo periodo a partir de 1994 hasta 2008 en el que siempre se queda por debajo de esta cifra. Con esta división general en dos periodos (reflejada en la tabla) podemos hacernos una idea del lento declinar de la combatividad laboral en el Estado español, que tiene su punto más bajo en los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI.

Entre 1997 y 2006 el número de huelgas se sitúa por debajo de 800, con 705 de media. Si tomamos como referencia esta cifra del millar de huelgas, podremos ver que desde el inicio de la crisis económica la clase trabajadora del Estado se ha acercado al nivel de conflictos laborales anterior a la década de los 90. Este aumento del número de huelgas no se ve reflejado en el número de participantes y en el volumen de jornadas perdidas, lo que indica que aunque crece el número de conflictos, las huelgas involucran a menos gente y son menos duraderas que en la década de los 80 cuando también se rebasaba el millar de conflictos anuales. En cualquier caso, una primera observación al número de huelgas desmiente que la reacción de la clase trabajadora a la crisis haya sido la de la pasividad. Como se analizará más adelante, los años 2008, 2009 y 2010 recogen un pico de luchas que comienza a decrecer desde finales de 2010 y durante 2011, aunque con una tendencia a la recuperación en 2012 que deberá confirmarse cuando se publiquen más datos.

Este primer análisis del número de huelgas y la tendencia en la que se enmarcan no puede hacernos olvidar el estallido de las huelgas generales, que son picos de lucha que sobresalen de la trayectoria de fondo. En el Estado español existe un excepcional nivel de movilización sindical en torno a cuestiones de política económica, reformas laborales, pensiones, etc. a través de la huelga general. Tanto la huelga general de 1988 como las de 1994 y 2002, denotan una enorme disposición para la solidaridad por parte de la clase trabajadora del Estado. Son movilizaciones de los que trabajan para proteger a los trabajadores y pensionistas del futuro. Por tanto, en el análisis de la combatividad deben incluirse las huelgas generales y en qué medida son secundadas, pero debemos diferenciarlas de la tendencia general del número de huelgas, que muestran la actitud cotidiana y la disposición general para la lucha de trabajadores y trabajadoras, y representan por tanto de una forma más clara el nivel general de combatividad.

Crisis, modelos y pautas

Se ha escrito mucha literatura académica sobre la relación entre los ciclos económicos y el nivel de huelgas y sobre la influencia del desempleo y la combatividad obrera. Aunque evidentemente existen tendencias generales y el desempleo es un elemento que disciplina a la clase trabajadora para que no luche, la realidad es que para el Estado español no existen unas pautas fijas demasiado claras1 respecto a conflictividad laboral y ciclos económicos. El Estado español sí sigue las mismas tendencias que el resto de estados de su entorno respecto al decaimiento de la lucha desde los años 70, pero también ha conservado niveles de conflictividad relativos más elevados: “Existe una gran capacidad movilizadora del sindicalismo español y un gran número de trabajadores y trabajadoras implicados en huelgas”. Así, “si nos fijamos en la tasa media de movilización sindical en la década 1996/7 -2004/5 [nuestra época de referencia como más baja en luchas laborales] la tasa española (seguida de la italiana) queda muy por encima del resto de países”2.

Según la literatura académica (y en parte el sentido común) la conflictividad laboral y el número de huelgas crecen en periodos de bonanza económica, en los que los trabajadores y trabajadoras se sienten más seguros y confiados para emprender batallas por mejoras y conquistas laborales. Por el contrario, en épocas de retroceso económico y crisis los trabajadores tienden a retraer sus luchas por miedo a perder su empleo. El desempleo y otras medidas como la reforma laboral tienen un efecto directo sobre la disposición para la lucha de los trabajadores como veremos, pero también median, a veces con mayor intensidad, otros factores ideológicos y organizativos que pueden contrarrestar estas tendencias, especialmente la actitud de los sindicatos. En este sentido, es llamativo que durante los años 1996-2002 en los que se registraron tasas de crecimiento económico entre el 2,4 y el 5%, es cuando menor número de huelgas se han producido en el periodo de los últimos 35 años3. Al mismo tiempo, en plena época de recesión como la que vivimos, con tasas negativas de crecimiento, se está registrando un aumento de los conflictos laborales. Estos ejemplos parecen contradecir las pautas académicamente establecidas respecto al número de huelgas, por lo que debemos poner en duda cualquier modelo que intente explicar la lucha obrera de forma mecánica, sin tener en cuenta las tendencias y contratendencias múltiples de diferente naturaleza que condicionan la evolución de las huelgas.

El paro es sin duda un elemento desmovilizador, cuyo efecto es difícil de medir pero que marca su presencia. Esto queda claro, como se verá más adelante, en el retroceso de las huelgas en el sector privado a partir de 2010 y en el cambio de la motivación de los conflictos ya a partir de 2008. Los altos índices de desempleo presentes en el Estado español inducen una enorme presión concreta en los centros de trabajo para evitar no sólo las huelgas, sino cualquier expresión de protesta, pertenencia a un sindicato u otra iniciativa básica de organización de la plantilla. Por eso a los indicadores de conflictividad se le debe sumar el plus de combatividad que significa protestar y hacer huelga cuando existe la presión de más de seis millones de parados, y no hay ningún indicador que pueda reflejar esta valentía de clase.

La crisis transforma el carácter de la lucha4

A excepción de los años 1991, 1992 y 1993, en los que se produjo una recaída en la crisis económica, desde mediados de los años 80 existe una predominancia de las motivaciones para la huelga relacionadas con la presión para la negociación de los convenios5. Esta motivación, junto a otras relacionadas con la obtención de mejoras fuera del convenio y con problemas relacionados con la organización y los sistemas de trabajo, indican una disposición ofensiva en la mayoría de las huelgas (hablamos de tendencia ofensiva de las huelgas, lo cual no quiere decir una disposición ofensiva general de la clase trabajadora, como por ejemplo la vivida los meses siguientes a la muerte de Franco). Una de las tendencias que destacan desde 2007 a 2012 es el cambio progresivo de las motivaciones para la huelga desde posiciones ofensivas a defensivas. De esta forma, desde 2008 es perceptible que la motivación principal que siempre había sido la presión para obligar a negociar al empresario o la presión durante la negociación del convenio, comienzan a disminuir de forma acusada. En 2006 y 2007 aproximadamente entre el 40 y el 50% de las huelgas tienen motivaciones claramente ofensivas, y menos del 30% representan huelgas de carácter nítidamente defensivo. A partir de 2008 se produce una subida acusada de las huelgas que se producen por expedientes de regulación de empleo e impago de salarios, y ya el crecimiento de estas motivaciones no para de aumentar (aunque la de los ERE se estabiliza después de 2010) para prácticamente invertir la tendencia en 2011. Para ese año y 20126 las huelgas ofensivas han caído al 20% y las defensivas representan más del 50%, y dentro de ellas, las huelgas por impago de salarios representan casi el 30%. Es decir, la crisis bloquea las aspiraciones de mejora y fuerza a las plantillas a emprender la lucha para defender lo que se posee hasta el momento.

Una primera conclusión de estos datos al contrastarlos con las cifras anteriores a la crisis, es que aunque haya un nivel bajo del número de conflictos, estos pueden tener un carácter principalmente ofensivo y reflejar una gran confianza en la lucha de secciones importantes de los trabajadores. Mientras la crisis y el desempleo no llegan, puede conservarse esta tendencia y las victorias laborales en huelgas ofensivas tienen el efecto de inducir más huelgas con este carácter ofensivo. Sin embargo, el efecto de los despidos, los recortes salariales y el empeoramiento general de las perspectivas económicas puede hacer que no disminuya el número de huelgas –incluso que aumente–, pero sí que se transforme el carácter de éstas, como de hecho viene pasando en el Estado español.

En segundo lugar, de esta progresión hacia lo defensivo en las huelgas y de la evolución general que estamos analizando, también podemos ver cómo la llegada de la crisis no produce en los primeros años ningún estallido de luchas, sino más bien al contrario, una lenta aceptación de la situación y de la reversión de las circunstancias. Como veremos, es después de la primera fase de decaimiento y no a la entrada de la crisis cuando comienza a darse un despertar más acusado de la resistencia laboral, con características de rabia y desesperación. Ya para 2012 estamos viviendo el estallido de algunas huelgas indefinidas que están resultando victoriosas.7

En último lugar, cabe destacar que durante la década de los 80 y principios de los 90 existía un nivel relativamente elevado, en comparación con la década del 2000, de huelgas de solidaridad. Al inicio de la crisis, en 2007, están registradas por el Ministerio de Trabajo cinco huelgas de solidaridad, que cuentan con una participación bastante elevada en relación al número de trabajadores convocados (más de 12.000 trabajadores en 2006 y 18.000 en 2007 secundando estas huelgas). En 2008 las huelgas de solidaridad son sólo dos, en las que se convoca a menos de 3.000 trabajadores y son secundadas por poco más de 500 personas. En 2009 las huelgas de solidaridad son diez,pero apenas consiguen movilizar a 2.600 trabajadores. El año 2010 –que es verdaderamente un punto de inflexión de la lucha laboral en la crisis y que analizaremos más adelante– no se registra ya ni una sola huelga de solidaridad, mientras que en 2011 se convoca una y la participación es nula. Para 2012, aun no se dispone de datos en este sentido.

Las huelgas de solidaridad son una parte ínfima del conjunto del número de huelgas, pero pueden representar un buen indicador directo de la confianza en la movilización y el carácter ofensivo o defensivo de las huelgas del periodo.

De la resistencia en el sector privado al público: la ofensiva antiobrera de 2010

Uno de los elementos más llamativos del aumento de las huelgas durante la crisis ha sido el cambio del eje de la resistencia desde el sector privado de la economía hacia el sector público. Quizás es constatable para cualquier activista de la izquierda el enorme protagonismo que están alcanzando las luchas en el sector público durante los dos últimos años, pero es mucho menos conocida la resistencia que han llevado a cabo los trabajadores del sector privado –y dentro de ellos el núcleo duro de los trabajadores industriales– al inicio de la crisis, y cómo esta resistencia fue doblegada, como veremos, por la acción del Gobierno, la patronal y la ayuda de la pasividad de los grandes sindicatos. Antes de proceder al análisis de los datos de huelgas, realizaremos algunas consideraciones sobre las características de los sectores privado y público de la economía.

Lo primero a indicar es que el sector privado de la economía representa el grueso no sólo del volumen de riqueza generada, sino también el grueso del número de huelgas cada año desde los años 70. Por lo general también involucra a masas mucho mayores de trabajadores y trabajadoras que las luchas del sector público. Y, sobre todo, generan un volumen de jornadas no trabajadas por la acción de la huelga mucho mayor que el sector público. En consecuencia, producen un daño económico mucho más alto. Por ejemplo, en 2007, los trabajadores del sector privado fueron responsables de más del 80% de las huelgas, involucraron a 254.012 trabajadores frente a los 67.093 del sector público, y generaron 821.694 jornadas de trabajo perdidas frente a las 176.171 del sector público, de un total de 1.182.782.

Por su parte, el sector público cuenta con centros de trabajo medio mucho más grandes que los privados, por lo que para un mismo número de huelgas es capaz de movilizar a masas laborales más amplias que la economía privada. Los sectores más movilizados históricamente dentro del sector público han sido siempre la educación y las empresas públicas de servicios, que conjuntamente ocupan entre el 70 y el 80% de las convocatorias de huelga en el sector público, tanto en el periodo anterior a la crisis como desde 2007.

Al inicio de la crisis, durante 2007 y 2008, se va produciendo un crecimiento del número de huelgas en el sector privado (el Ministerio de Trabajo registró 611 y 643 respectivamente). Paralelamente se produjo un crecimiento de las huelgas en el sector público, pero de magnitudes menores (126 y 154 para cada año). En 2009 se produce, sin embargo, una caída de todos los parámetros de huelga en el sector público y en el conjunto del sector servicios (que agrupa a empresas y administraciones públicas pero también privadas) y el grueso del sector privado ve crecer todos sus indicadores. Cuando se pasa a un análisis desagregado de los sectores de la economía privada en lucha durante el año 2009 llama la atención el hecho de que es el núcleo de trabajadores industriales los que lideran esta ofensiva. En concreto, los sectores de la metalurgia, la industria de bienes de equipo, la industria automovilística, la industria alimenticia, la fabricación de productos minerales, la instalación y reparación de maquinaria, abarcan por sí solos el 50% de todos los trabajadores en huelga de los sectores no agrarios de la economía. Estas empresas concentran el poder industrial del Estado español y representan los sectores de trabajadores más masivos (especialmente la metalurgia), por delante de cualquier sector de la economía pública y los servicios.

Mención aparte requiere la minería –que todavía en 2009 no ha entrado en escena y cuenta con un escaso número de huelgas– y la construcción. 2009 será el último año en el que el sector de la construcción –que ha representado uno de los sectores históricamente más combativos del sindicalismo en el Estado– tenga un nivel significativo de huelgas y trabajadores movilizados8.
Esta ofensiva del núcleo de trabajadores industriales de 2009 conllevó la pérdida de más de 1.200.000 jornadas de trabajo en sectores altamente intensivos en la producción de riqueza. La explicación reside en un giro brusco de la actitud de la patronal, que frente al empeoramiento ya manifiesto de las perspectivas económicas, se niega al cumplimiento de la revisión salarial acordada en multitud de convenios y obliga a los sindicatos a emprender una serie de movilizaciones.9 Las direcciones de CCOO y UGT son responsables por este motivo de la movilización en sectores concretos como la metalurgia, pero la puesta en movimiento de este masivo colectivo de trabajadores industriales espoleó la movilización en otras industrias. Esto prueba la importancia de sectores estratégicos de trabajadores, cuya posición en el sistema productivo y peso económico les hacer servir de ejemplo para la movilización de otras secciones de trabajadores.

Con esta ofensiva, los sindicatos obligaron a la patronal a cumplir lo acordado en términos de revisión salarial para muchos convenios colectivos. Pero inmediatamente aceptaron en la mesa de negociación, durante el primer semestre de 2010, la introducción de medidas de flexibilización interna en las empresas10. La dirección de los sindicatos utilizaba así de nuevo la fuerza de movilización de las bases sindicales para reforzar su papel de garante de la concertación social, en lugar de empujar hacia posiciones más intransigentes en el contexto de empeoramiento económico por la crisis. De esta forma, mientras se llega a acuerdos con la Patronal, el Gobierno del PSOE introduce a las puertas del verano de 2010 su reforma laboral, que supone un retroceso drástico frente a la protección de los despidos y en su indemnización, a través de la figura del “despido objetivo”. Esta reforma laboral se enmarcaba ya en el giro de la política del PSOE hacia los mandatos de la troika de reducción del déficit y políticas antiobreras.

El efecto de la reforma laboral, que será contestada con la huelga general de septiembre de 2010, es una inmediata paralización de la lucha en el sector privado. El desempleo creciente (que para finales de 2010 casi alcanza los cinco millones) y la reforma laboral juegan un papel estrictamente disciplinante de la mano de obra y sus efectos quedan nítidamente reflejados en las estadísticas de huelga. Si a esto le sumamos la desmoralización provocada por la huelga del sector público de junio de 2010 y la huelga general del 29 septiembre de 2010 (que tuvieron un seguimiento aceptable pero no consiguieron sus objetivos de paralizar las medidas del Gobierno), podemos explicar el retroceso de la lucha durante el siguiente año 2011, que alcanza en los parámetros del número de huelguistas y jornadas de trabajo perdidas números excepcionalmente bajos. La tendencia creciente de movilización que había hecho crecer la lucha en los servicios en 2008 y había tenido un espectacular crecimiento en 2009 en la industria queda totalmente cercenada tras la introducción de la reforma laboral, que en combinación con los factores que se han descrito, da una dimensión más inédita de utilidad para la clase dominante de esta medida legislativa. De esta forma, el número de huelgas en 2010 desciende ligeramente (por encima de las 1.100 según la Patronal y casi 1.000 según el ministerio de Trabajo) pero el número de participantes en las huelgas y el volumen de jornadas perdidas se reducen a la mitad que en 2009: 340.801 personas implicadas en huelgas frente a las 653.483 de 2009; 671.523 jornadas perdidas frente al 1.290.852 del año anterior.

En 2010, sin embargo, aumentan ligeramente las huelgas y todos sus indicadores para el sector público. Pero el privado, como se ha dicho, queda paralizado. La tendencia creciente de lucha en sectores como la metalurgia queda plenamente destruida ya para 2011, al igual que la de otros sectores industriales como el automovilístico, al tiempo que se va produciendo un aumento progresivo del número de centros públicos inmersos en conflictos. A finales de 2011, la lucha en el sector de la Educación se estanca, pero sólo tras toda una serie de movilizaciones, -las más importantes localizadas en Madrid- donde los trabajadores y trabajadoras están visiblemente influenciados por el movimiento 15M. Las luchas de septiembre de 2011 de la Educación en Madrid reflejarán la primera influencia directa del movimiento 15M sobre un sector entero de trabajadores, que reproducía sus métodos de organización –asambleas masivas y abiertas– y una clara disposición para la lucha que rebasaba los límites de la burocracia sindical. Estas luchas no tendrán resultados positivos, haciendo que entrado el curso baje drásticamente el nivel de movilización. En 2011 también entra en acción la sanidad, sector que no ha visto parar de crecer sus movilizaciones tampoco durante todo el año 2012 y representando quizás el colectivo de trabajadores más ofensivo en la etapa actual de la crisis. Las huelgas de la sanidad contra las privatizaciones en Madrid están resultando un desafío importante contra el Gobierno regional del PP y están sirviendo como impulso e inspiración para los trabajadores y trabajadoras sanitarias en muchas partes del Estado, además de haber conseguido victorias parciales importantes como la del Hospital La Princesa. En la sanidad el nivel de radicalización está resultando especialmente elevado (aunque muchos de esos rasgos no queden recogidos por las estadísticas) y se están movilizando sectores y sindicatos que hasta ahora estaban fuera de los colectivos tradicionalmente sensibles a los recortes en el gasto público. Las ocupaciones de hospitales en Catalunya, por otra parte, están demostrando, como se explicará más adelante, la permeabilidad de sectores como la sanidad y la educación hacia el ambiente de movilización social general.

Entre 2009 y 2011 se produce por tanto el cambio del protagonismo en la lucha desde el sector privado al público, gracias en parte a la fuerte ofensiva del Gobierno del PSOE contra los trabajadores del sector privado a través de la reforma laboral, pero también por la entrada en escena de los trabajadores de la educación, la sanidad y las administraciones públicas, envueltos todos ellos por el ambiente general de movilización que está relacionado directamente con el surgimiento del 15M y por la ofensiva de los recortes en el gasto en los servicios públicos. Por su parte, la relación de las direcciones sindicales durante la segunda legislatura del PSOE entre 2008 y 2011 ha sido siempre tendente al entendimiento y la concertación, tanto con el Gobierno como con la Patronal. En cierto modo, a la hora de explicar las luchas durante la primera etapa de la crisis no podemos dejar de tener en cuenta este factor.

2012 verá también la activación de otros de los sectores más simbólicos del movimiento obrero: la minería, que pasa de prácticamente no tener huelgas desde el inicio de la crisis a movilizar a todos los efectivos de la extracción del carbón e industrias asociadas, con efectos sociales importantísimos. La huelga general de la minería contra los recortes de las ayudas al sector será otro ejemplo de cómo un colectivo relativamente pequeño de trabajadores puede convertirse en fuente de inspiración y solidaridad para amplios sectores sociales, no sólo desde el punto de vista laboral. Durante los meses de las luchas de la minería muchos activistas del 15M se encargaron de organizar la solidaridad con este movimiento, y la llegada de la marcha minera a Madrid fue un acontecimiento obrero de carácter histórico. Consiguió generar un ambiente en el que, a los pocos días, diferentes colectivos de funcionarios y empleados públicos se movilizaron de forma espontanea contra los recortes, cortando calles y manifestándose en puntos importantes de la ciudad de Madrid.

A pesar de que no se dispone de muchos datos aun sobre conflictividad laboral en 2012, es evidente que las dos huelgas generales vividas en los siete meses desde el 29 de marzo al 14 de noviembre representan un hecho sin precedentes en el historial de movilización de la clase trabajadora del Estado. A pesar de que, como hemos explicado, desde 2010 las luchas en el sector privado de la economía han sufrido una paralización importante, la convocatoria de huelga general del 29M contó con un seguimiento mayor que la exitosa huelga del 2002 contra el decretazo del PP (tras la que el Gobierno Aznar retiró la mayor parte de su reforma). La huelga general del 2010 contra la reforma laboral del PSOE, por su parte, supuso la primera huelga general del periodo democrático que se saldaba con una clara derrota. Ello también ha podido suponer un efecto desmoralizador para los trabajadores y trabajadoras que, sumado al desempleo y la reforma laboral, han perfilado la paralización de la lucha en el sector privado de la economía que hemos descrito más arriba.

A pesar de esto y de no haber vivido un estallido de huelgas durante el pasado año 2012, la presión social hizo inevitable que la dirección de CCOO y UGT tuviera que llamar a una nueva huelga general, tanto en marzo como en noviembre. Si bien el paro y la reforma laboral bloquean las luchas en muchos centros de trabajo, los altos índices de seguimiento de las dos últimas huelgas generales (con entre ocho y doce millones de trabajadores y trabajadoras secundándolas)11 muestras la disposición de muchos sectores a dar una respuesta solida a las políticas de austeridad que, en muchos casos, podrían ir más allá de donde la están dejando las direcciones sindicales. La tendencia decreciente de la lucha que se produjo desde finales de 2010 y 2011 se ve contrarrestada así por las dos huelgas generales del año 2012 y su seguimiento, que indican una recuperación de la tendencia creciente de lucha. Por otra parte, estas huelgas generales han ayudado a dar confianza a sectores –especialmente los más precarios– que encuentran muchas dificultades para movilizarse por sí mismos.

Conclusiones y perspectivas

Es evidente que la clase trabajadora del Estado español ha respondido a la llegada de la crisis y los paquetes de medidas neoliberales de una forma no pasiva, con un aumento significativo de la lucha durante 2008 y 2009 y un retroceso, tras la ofensiva de los Gobiernos del PSOE y el PP, desde mediados de 2010 y, sobre todo, según las estadísticas oficiales –aunque no las de la Patronal–, durante 2011. En general no puede hablarse de un nivel elevado de luchas laborales pero sí de una tendencia al aumento del número de conflictos con la llegada de la crisis, una paralización posterior, y una nueva tendencia de crecimiento apoyada en huelgas más duras en el sector privado y en la movilización del sector público, que debe ser confirmada con los datos de 2012. Esta afirmación se opone a la sensación general de desmovilización permanente e invariable que muchos activistas sociales esgrimen a la hora de esquivar el debate sobre la importancia de la movilización laboral en la lucha contra la crisis. Por otra parte, y como ya se ha ido reiterando a lo largo del artículo, con más de seis millones de parados, dos reformas laborales absolutamente antiobreras y un nivel de sindicalización que no supera el 15%, es muy destacable que el nivel de luchas haya aumentando en los cinco años que llevamos de crisis. En parte, las causas deberían ser buscadas fuera del ámbito laboral, y es que el Estado español lleva viviendo casi dos años un proceso de radicalización social creciente, que ha tenido como principal expresión el estallido del movimiento 15M, y su evolución hacia espacios derivados como Rodea el Congreso o la lucha contra los desahucios. La relación e influencia del 15M sobre el movimiento obrero daría para todo un artículo (o una serie de ellos), pero es evidente que a nivel ideológico el impacto del 15M ha sido muy importante. Sin embargo, la influencia directa sobre colectivos de trabajadores ha sido muy desigual. Tal como han mostrado los pocos estudios sobre composición del 15M en sus primeros momentos12, la mayoría de los trabajadores implicados en la ocupación de las plazas y en las primeras asambleas masivas pertenecían a un extracto laboral precario y no al sector de trabajadores estables, manuales, mayoritariamente albergado en el sector privado de la economía. Asimismo, y como ya se ha explicado, la permeabilidad de sectores como la sanidad y la educación al ambiente de agitación social es mucho mayor (por la naturaleza de estos trabajos) de lo que puede serlo en los trabajadores y trabajadoras de los sectores industriales, mucho más aislados en su espacio de trabajo de los acontecimientos sociales.

Las últimas elecciones autonómicas en Galicia, País Vasco y Catalunya que se está poniendo en marcha en proceso también de radicalización política además del social, con alternativas antineoliberales y anticapitalsitas alcanzando apoyos electorales hasta ahora inéditos. La gente que trabaja en las empresas no es inmune a estos dos procesos interrelacionados de radicalización social y política que hemos descrito, y por eso la resistencia en las empresas va a seguir una tendencia creciente. Las estadísticas de huelga analizadas en este artículo muestran que estamos en un cambio de tendencia respecto al principio de la década y, aunque necesitaríamos una serie de años más larga para afirmarlo con rotundidad, todo indica a que estamos entrando en un ciclo de auge de la movilización laboral, con subidas –como las de 2008 y 2009– y bajadas –como las de 2010 y 2011–, pero tendente al aumento, como marca la recuperación de 2012 y las dos huelgas generales de ese año. Asimismo, durante los años de crisis hemos visto un aumento de la afiliación sindical, lo que respalda la tendencia de aumento de la resistencia en las empresas13. Un incremento de las luchas obreras que marque una ruptura con la tendencia anterior implica la posibilidad de consolidar una nueva capa de activistas sindicales forjados en la movilización, algo sumamente relevante dado el proceso de burocratización y bajada de la combatividad que hemos vivido durante las tres últimas décadas en el panorama sindical.

Desde un plano más organizativo y desde el punto de vista de la izquierda anticapitalista, la intervención en las luchas laborales es una tarea inaplazable. La tendencia de luchas de 2012 es a que sigan aumentando las movilizaciones en el sector público, con la sanidad y la educación como vanguardias de la lucha contra los recortes. Estos dos sectores, que son al mismo tiempo los más permeables al ambiente de agitación social, son enormemente dinámicos y la intervención directa por parte de la izquierda social y las organizaciones y espacios anticapitalistas es relativamente sencilla. Los ejemplos de hospitales ocupados y la interrelación entre activistas sociales, sindicalistas, 15M y las “mareas” están llevando a un sostenimiento creciente y a una radicalización de estas luchas. Pero, como se ha dicho más arriba, el grueso de la economía está albergada en el sector privado, mucho más alejado de la permeabilidad social que presentan los sectores públicos. Se hace necesaria una radicalización también en esta aérea de la economía si queremos no sólo frenar el recorte de derechos laborales y los despidos, sino también articular un frente de resistencia que consiga poner freno a la ofensiva neoliberal contra el 99%. El revés de la lucha sufrido en 2010 y 2011 parece retraerse, y durante 2012 la industria está volviendo a recuperar la iniciativa de huelga. Pero es imprescindible articular un frente de esas secciones de trabajadores y trabajadoras más combativas en todos los sectores, y para la izquierda social y anticapitalista será muy difícil hacer esto sin una intervención en los sindicatos, que es el espacio básico de organización de la clase trabajadora y donde se puede incidir sobre sectores importantes de la economía privada. Las movilizaciones de 2009 demuestran que es posible luchar si los sindicatos se ponen a ello. Se hace necesario por tanto aumentar al máximo la presión sobre las estructuras sindicales para aumentar la resistencia. Esa es la tarea central de la izquierda transformadora en materia laboral para los próximos años.
Fuente: http://enlucha.wordpress.com/

Notas

1. Miguel Ángel García Calavia, 2008: “Las huelgas laborales en el Estado español (1976-2005)”. Arxius de Ciències Socials. N. 18, junio. Todos los datos estadísticos de este epígrafe hasta 2004 están tomados de este artículo.
2. Para conocer el movimiento obrero de la Transición y la lucha política de aquellos años, recomendamos Mike Eaude, 2009: La Transición: movimiento obrero, cambio político y resistencia popular, Barcelona. En lucha.
3. Es muy posible que esa excepción se deba a que ese año las estadísticas del Ministerio no incluían a Euskadi, que estuvo fuera de las estadísticas de huelga desde 1986 a 1990. Catalunya también lo estuvo entre 1983 y 1985. Miguel Juárez et al. V informe sociológico sobre la situación social en España. Fundación Foessa. p. 351.
4. David Luque et al., 2008: “Un análisis regional de la actividad huelguística en España”, Revista Española de Investigaciones Sociológicas (REIS). N. 124, p. 115.
5. Andrew Richards, 2008: “El sindicalismo en España”. Laboratorio de Alternativas. Citado en Angie Gago, 2012: “La clase trabajadora hoy y la lucha contra la crisis”, La Hiedra, enero-abril 2012.
6. Angie Gago, 2012: “¿Declive o revitalización de los sindicatos? Un estudio de las estrategias de los sindicatos mayoritarios españoles frente a las medidas anticrisis (2008-2012)”. Trabajo de fin de Master en Política y Democracia. UNED. Plantea que este periodo responde a una estrategia de concertación social manifiesta por parte de las direcciones de CCOO y UGT.
7. Todos los datos de este epígrafe y los siguientes han sido obtenidos del Anuario estadístico del Ministerio de Trabajo y los informes de conflictividad laboral de la CEOE.
8. Miguel Ángel García Calavia, 2008: “Las huelgas laborales en el Estado español (1976-2005)”. Arxius de Ciències Socials. N. 18, junio. P. 107.
9. De 2012 sólo se dispone del avance estadístico del Ministerio de Trabajo que abarca de enero a septiembre de 2012 y contiene muchos menos datos que los del anuario.
10. Ver la huelga en Capgemini y en el sector informático: http://www.enlucha.org/site/?q=node/18091 y http://www.enlucha.org/site/?q=node/18119
11. En 2007 hubo una explosión en la dureza de las huelgas en la construcción para quedar en 2008 totalmente paralizada a nivel de movilización. Lo ocurrido con este sector, de importante repercusiones para amplios sectores de trabajadores jóvenes, es un ejemplo triste de cómo el estallido de una burbuja especulativa puede destruir completamente la lucha laboral en aquel sector sobre el que se sustenta.
12. Angie Gago, 2012: “¿Declive o revitalización de los sindicatos? Un estudio de las estrategias de los sindicatos mayoritarios españoles frente a las medidas anticrisis (2008-2012)”. Trabajo de fin de Master en Política y Democracia. UNED. p. 26-30.
13. Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva 2010, 2011 y 2012.
14. Según los mismo sindicatos y las conclusiones de los estudios realizados por Economistas frente a la crisis (www.economistasfrentealacrisis.com)
15. Kerman Calvo Borobia et al., 2011: “Especial 15M”. Laboratorio de Alternativas. Colección Zoom Político. p. 7-8.
16. “La afiliación de los sindicatos baja en Europa pero crece en España”, 03/10/2010. www.publico.es

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