viernes, 5 de julio de 2013

“Conspirando desde la cocina”: Nicole Cox y Silvia Federici

Este artículo se escribió originalmente en noviembre de 1974 como una respuesta al artículo ‘Women & Pay for Housework’, escrito por Carol Lopate y publicado en la revista Liberation. Nuestra respuesta fue rechazada por los editores de dicha revista. Hemos decidido publicarla porque las ideas de Lopate han calado con más crudeza y facilidad de lo habitual. Y han calado no sólo porqué toma los principios fundamentales de la izquierda, sino porqué entabla una relación específica con el movimiento feminista internacional. Debemos añadir que con la publicación de este panfleto no estamos abriendo un debate estéril con la izquierda sino que lo estamos cerrando.

Desde Marx, ha quedado claro que el capital funciona y se desarrolla a partir de los salarios. Es decir, que la fundación de la sociedad capitalista se basa en los asalariados y en su directa explotación. Lo que todavía no tienen claro ni han asumido las organizaciones del movimiento obrero es que, justamente mediante los salarios tiene lugar la explotación de los que no tienen salarios. Y es justamente la falta de salario lo que esconde una explotación todavía más efectiva…En lo que se refiere a las mujeres, su trabajo se entiendo como un trabajo personal que queda fuera del capital (2).

No es casualidad que en los últimos meses varios periódicos de la izquierda hayan publicado ataques contra “Salarios para las amas de Casa”. No sólo porque cada vez que el movimiento de mujeres toma una posición autónoma la izquierda se sienta amenazada, sino también por que la izquierda considera que esta perspectiva supone implicaciones que van más allá de la “cuestión mujer” y representa una clara ruptura con sus políticas, pasadas y presentes, que tienen que ver con las mujeres y con el resto de la clase trabajadora. Además, el sectarismo que la izquierda ha mostrado tradicionalmente en relación con las luchas de las mujeres, es una consecuencia directa de su visión estrecha de la manera en que el capital funciona, y la dirección que la lucha de clases debe tomar y está tomando para romper su funcionamiento.

En nombre de la “lucha de clases” y de “el interés común de clase”, la tendencia de la izquierda ha sido siempre la de seleccionar ciertos sectores de la clase trabajadora como agentes revolucionarios y condenar a los otros a un mero papel de apoyo a sus luchas. La izquierda, reproduce así en sus objetivos estratégicos y organizativos la misma división de clases que caracteriza la división capitalista del trabajo. En este sentido, a pesar de la variedad de sus posiciones tácticas, la izquierda es estratégicamente una: cuando se trata de escoger los temas revolucionarios, estalinistas, trotskistas, anarco-libertarios, vieja y nueva izquierda, todos están de acuerdo con las mismas premisas y argumentos por una causa común.

Nos ofrecen “desarrollo”
Desde que la izquierda ha aceptado la premisa según la cual el salario es la línea divisoria entre aquello que es trabajo y aquello que no lo es, entre la producción y el parasitismo o entre el poder potencial y la absoluta impotencia, la enorme cantidad de trabajo no remunerado que las mujeres realizan para el capital dentro de sus hogares ha quedado totalmente fuera de sus análisis y sus estrategias. Todos, desde Lenin hasta Gramsci, pasando por Benston y Mitchell, toda la tradición de la izquierda, está de acuerdo en la “marginalidad” de los trabajos domésticos para la reproducción del capital y, como consecuencia, la marginalidad de las amas de casa para la lucha revolucionaria. Según la izquierda, las amas de casa no sufren por culpa del capital, sino por la ausencia de este. Parece que nuestro problema es que el capital no ha conseguido entrar ni organizar nuestras cocinas y dormitorios, con las dos siguientes consecuencias: a) vivimos, supuestamente, en una sociedad feudal o en una etapa previa al capitalismo; b) sea lo que sea lo que hagamos dentro de es as cocinas y dormitorios, es totalmente inocuo e irrelevante cara a cualquier cambio real en la sociedad. Evidentemente, si nuestras cocinas quedan fuera del capital, nuestra lucha para destruirlo nunca podrá provocar su caída.

Por qué razón el capital permite tal pérdida de trabajo y tal cantidad de tiempo de trabajo improductivo, es una cuestión que la izquierda nunca se ha cuestionado de verdad, convencida de la irracionalidad, la mala administración y la falta de planificación del capital. (¡Cómo si ellos pudieran administrarlo mejor!) Irónicamente, su profunda ignorancia respecto a la relación específica de las mujeres con el capital, la han proyectado en una teoría del atraso político de las mujeres, que sólo puede superarse cuando puedan trabajar en las fábricas. Esta lógica de un análisis que entiende la opresión de las mujeres como consecuencia de su exclusión de las relaciones capitalista, inevitablemente comporta una estrategia que implica incorporarnos a las mismas, en lugar de destruirlas.


En este sentido, existe una conexión inmediata entre las estrategias de la izquierda para las mujeres y sus estrategias para el Tercer Mundo. Del mismo modo que quieren a las mujeres en las fábricas, quieren llevar las fábricas al Tercer Mundo. En ambos casos, la izquierda se llena la boca hablando de los subdesarrollados -los que no tenemos salarios o estamos en un nivel tecnológico bajo, un paso atrás de la “clase trabajadora real”, que sólo podrán ponerse a su nivel sufriendo una mayor explotación capitalista y más trabajo en las fábricas. En ambos casos, la lucha que la izquierda ofrece a los que no tienen salarios, los subdesarrollados, no es una lucha revolucionaria, una lucha contra el capital, sino una lucha para el capital en una forma más racional , desarrollada y productiva. En nuestro caso, no sólo nos ofrecen el “derecho a trabajar” (que lo ofrecen a cualquier trabajador) sino el derecho a trabajar más, el derecho a ser más explotadas.
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