lunes, 4 de noviembre de 2013

La Iglesia Católica y su apoyo al franco fascismo


por Acacio Puig/V. Antonio López/La Comuna.

Como una pesadilla que no cesa, el pasado octubre la jerarquía católica beatificó a 522 religiosos muertos durante la guerra y revolución española. Casi simultáneamente, una reaccionaria iniciativa editorial publicaba el libelo Holocausto Católico.
Glosa, en clave de periodismo ficción, los testimonios de 1500 personas proclamadas por la Iglesia “mártires del siglo XX en España”. El autor, S. Mata, “presta” sus palabras a aquellos difuntos y les devuelve a la vida para relatar “su martirio”.

Para el neo franquismo la saga de falsificaciones continúa y la historia se amaña como estafa de trileros.

En el inicio de la década de los 30, la iglesia católica seguía siendo un poder latifundista y financiero muy importante en España. Contaba con un ejército de casi 90.000 personas dedicadas al culto religioso y con locales en todas las ciudades, pueblos y aldeas. Era pues un poder terrenal potente, contrario a la modernidad, la industrialización (y al asociacionismo obrero) y sus posiciones pesaban en la marcha del país. La Iglesia no solo no era ajena a la política (como se esfuerza en repetir) sino que había financiado tanto Acción Católica (su fundador E. Vargas, estuvo implicado en varios atentados fallidos contra las Cortes y Azaña) como el partido Acción Popular, liderado por Gil Robles que conspiraba ante la Italia de Mussolini buscando apoyo en armamento y dinero para derrocar la República proclamada el 14 de abril de 1931.

En un contexto internacional de ascenso de los fascismos como expresión política de los intereses capitalistas en Italia, Alemania, Austria y España, las Conferencias Episcopales de cada uno de esos países dieron apoyo incondicional al fascio frente a “la amenaza bolchevique”. Aquí, a la lluvia de Pastorales animando al golpe militar, sucedió la Carta de los Obispos Españoles del 1 de julio de 1937, llamando a cerrar filas junto al alzamiento y su caudillo. El sanguinario cardenal Gomá afirmaría en mayo de 1938 en el Congreso Eucarístico celebrado en Budapest: “Paz sí. Cuando no quede un adversario vivo”. Las fotos de curas y obispos, saludo fascista bien visible, acompañando a militares, falangistas y requetés, son demasiado abundantes para invisibilizar el compromiso de la Iglesia con el ideario y la acción criminal de los alzados contra las libertades republicanas. No son tan frecuentes las fotos de curas armados, porque no resultaban políticamente correctas y la censura fue férrea en el ocultamiento de la barbarie de supuestas “gentes de bien”. Sin embargo urge en honor a la verdad, entresacar algunos curas-verdugos que ilustran y explican represalias republicanas en tiempos de guerra (de todos esos curas-pistoleros, que encarnan ejemplos del sacerdote armado y sanguinario, se encuentran referencias hoy fácilmente verificables en los trabajos de investigación histórica).

Vendrell, el párroco del penal de Ocaña, se reservó el “oficio” de dar el tiro de gracia a los fusilados (más de 1200). Bermejo, el cura-pistolero de Zafra declaraba a la agencia de prensa Hava: “todos los procedimientos de exterminio de estas ratas son buenos (…) Dios los aplaudirá”. Isidro Lomba, cura en Badajoz (que se jactaba de ser “un gran cazador de rojos”) empuñó una de las ametralladoras que masacraron multitudes en la Plaza de Toros de esa capital. El cura Izurdiaga, periodista, fundó Jerarquía. Revista Negra de Falange que en su mancheta lucía texto que arengaba a la “persecución y quema de periódicos y libros de rojos, judíos, masones, republicanos y separatistas”.

Guiados por el ardor nacional católico, un sector muy importante del clero se distinguió por la denuncia en todas las provincias, de enemigos de Franco. En Galicia se evalúa en más de un 10% el total de delaciones realizadas allí por religiosos.

Con esos mimbres de poder, adhesión de la jerarquía católica al fascismo, curas pistoleros y curas chivatos, de conventos y seminarios convertidos en presidios y campos de concentración… y el uso como soporte (hasta hoy mismo) de la arquitectura religiosa del emblema falangista del yugo y las flechas, el espacio de “curas mártires por sus ideas” se reduce considerablemente a pesar de los esfuerzos beatificadores-mixtificadores de “La Iglesia”. ¿No es cierto?

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