martes, 15 de septiembre de 2015

EL PRECIO DE LAS TRADICIONES O LOS COJONES DE LA JAURIA DE LA VEGA

Por Eduardo Nabal

El argumento más surrealista pero el que más peso sigue teniendo contra la reciente pero imparable concienciación popular anti-taurina por parte de un amplio sector de la ciudadanía sigue siendo el de “la tradición” con mayúsculas o sin ellas.

Ese argumento no solo se aplica al asunto de las corridas de toros o a la tortura pública del Toro de la Vega en Tordesillas que ha sido objeto de protección Guardia Civil camuflada sino también para perpetuar cosas que en Burgos conocemos muy bien. Sorprende que en este punto, todavía haya sospechosas coincidencias entre las derechas ultramontanas y algunos miembros de la izquierda, más tradicionalistas. 

Los Parrales, los San Pedros, esas tradiciones que cuestan millones a la ciudad, no tienen precio porque son tradiciones, igual que esa Plaza de Toros, que acaban de estrenarnos, a pesar de la oposición de la ciudadanía, silenciada en los mass-media. Como la policía misma patrullando las calles o barrios más pobres o los puestos vitalicios en la cultura de la Universidad de Burgos, a dedo y por tradición. La tradición de la ablación del clítoris, el bautizo y la catequesis, acudir a las bodas, la bigamia en algunas sociedades, emborracharse con las peñas impulsan un discurso que, desde frentes feministas y LGTB, apedrear a los adúlteros, ha llegado a los nuevos grupos de defensa de la “no tortura pública” de los animales, para deleite tradicional de autoridades a las que alguna gente vota por tradición. 

Tradiciones arraigadas en el imaginario con pasar por la Iglesia, irse de putas, presumir de moto, matar toros, ver el fútbol con fervor, votar sin pensar o trabajar sin cobrar. También torturar de forma sádica a animales, o apartarse de las personas de otras razas porque sus tradiciones no son las tuyas. O leer el DB, no hay otro ni otra. Solo rompiendo las tradiciones (algo que nada tiene que ver con las señas de identidad cultural, aunque algunos se sigan empeñando en vendernos esa vieja moto) es posible el avance de los pueblos, la voz de los pueblos que puede sorprender y han sorprendido a los que gobiernan por tradición. Si las señas de identidad cultural de un pueblo están en martirizar y castrar a un animal indefenso, en morirse de risa cuando más sufre o en correr delante de una vaquilla, es que pocas señas existen. 

Flaco favor a la verdadera cultura popular o señas de identidad, que si no son cambiantes no son culturales solo son tradiciones vergonzosas. Según la tradición los musulmanes son peligrosos y los gitanos trapaceros, los maricas pusilánimes y las lesbianas odia-hombres, según la tradición se enseña “El sí de las niñas” en los institutos, y Cela era muy gracioso, haciendo chistes de coños. Por Dios, cualquier otro argumento es un poco más lindo, menos odioso. La tradición suena a pereza mental, caspa, a pobreza de recursos culturales y debería llamarse, en el mejor de los casos, simple desidia y amarga inercia.

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