La pasada semana, en el marco de unas jornadas de lucha por la educación pública, integrantes de la asociación fascista Respuesta Estudiantil protagonizaron varios altercados en diferentes ciudades, intentando imponer su discurso a través del miedo. En Madrid, durante la mañana del 24 de Octubre, varios miembros de ésta agrupación abordaron a compañer@s del movimiento estudiantil madrileño y uno de ellos los amenazó con un arma blanca. Por la tarde, en la Universidad Miguel Hernández de Elche, el piquete de huelga informativo fue atacado por otro grupo de neonazis de forma similar a lo acontecido en el Centro Cultural Blanquerna el pasado 11 de Septiembre en Madrid, afortunadamente sin dejar ningún herido. Y finalmente, hace semanas hicieron pública una convocatoria estatal de movilización en Sevilla para el pasado sábado 26 de Octubre, que acabó con disturbios por el centro histórico de la ciudad, varios heridos y un detenido antifascista, compañero de la Unión de Juventudes Comunistas de Huelva (UJCE), al cual mandamos todo nuestro apoyo.No es casual que la Delegación de Gobierno permita manifestarse a grupos como Respuesta Estudiantil. Tampoco lo es que unos 80 neonazis se paseen por las calles de Sevilla mientras quienes los rechazamos recibimos la represión policial. El dispositivo del pasado 26 de Octubre ha debido costar miles de euros; miles de euros que debemos entender como una inversión a medio plazo de los de arriba contra los de abajo. Como en otras ocasiones, la historia nos ha demostrado que esos grupos pueden ser utilizados por los que mandan para atemorizar, desorientar y desorganizar a la clase trabajadora. La primera lección que sacamos en este sentido: seguimos organizad@s, sabemos quién es el enemigo.
Por ello, cuando el pasado sábado varios centenares de personas salimos a la calle a rechazar su manifestación, no lo hacíamos sólo para señalar a Respuesta Estudiantil como organización neonazi, sino también a una Delegación de Gobierno (PP) que al permitir la manifestación de estos grupúsculos sabe perfectamente lo que hace: política de clase. Así, cuando recortan en sanidad, educación, servicios sociales, pensiones, etc. al tiempo que incrementan el presupuesto del material antidisturbios, autorizan movilizaciones fascistas y ordenan cargas policiales contra la respuesta antifascista, están defendiendo el interés de la clase dominante y bloqueando una salida desde abajo y a la izquierda.
Es necesario, sin embargo, ir más allá: no basta con denunciar a este gobierno si olvidamos señalar al régimen establecido con la Constitución de 1978, cuyas instituciones nunca rompieron con la dictadura franquista. La prensa de los de arriba (un ejemplo es ABC) ha señalado que los antifascistas y los fascistas pertenecemos a ideologías radicalmente opuestas. Esto es cierto y evidente, y muy equivocados se encuentran aquellos que consideran que existe un punto intermedio entre el fascismo y la democracia. Sin embargo, los argumentos que han vertido sobre la opinión pública no son para nada inocentes, sino que han sido desarrollados concienzudamente para confundirnos. Ocurre cuando igualan, como posiciones residuales, a fascistas y antifascistas: nosotras sabemos que las antifascistas no agredimos a homosexuales, ni a inmigrantes, ni a personas de otras ideologías o creencias, y debemos explicarlo.
Al igual que la lucha por la educación y la sanidad públicas o contra las políticas de austeridad en su conjunto, la lucha contra el odio y la exclusión es una batalla en el terreno de las ideas, y quien se considere demócrata debería consecuentemente considerarse antifascista. En este sentido, es también nuestro deber dar una respuesta de clase clara y contundente. Lejos de reducir la lucha antifascista a la denuncia y confrontación en la calle, entendemos que la mejor forma de acabar con organizaciones fascistas como Respuesta Estudiantil pasa por construir mejores huelgas estudiantiles, organizando a las y los estudiantes de enseñanzas medias y universidad contra los recortes para articular una propuesta política clara contra la xenofobia, el sexismo y homofobia en nuestras clases y en nuestros barrios.
Les responderemos en las calles, porque no vamos a cederles ni un solo espacio, pero estamos convencidos de que esta guerra se gana en las batallas diarias. Tenemos que denunciar que, mientras dicen defender la pública, sus actitudes son claramente distintas: pretenden expulsar a los inmigrantes de nuestra educación restringiendo este derecho por una cuestión étnica, censuran determinadas ideologías o creencias (por ejemplo, con campañas contra el Islam), criminalizan el derecho a decidir de las mujeres (demostrando una perspectiva totalmente machista y misógina), y denuncian la homosexualidad como una enfermedad a combatir, distorsionando la configuración de la propia sexualidad de cada persona.
El pasado sábado consiguieron movilizar a no más de cien personas en una convocatoria estatal, mientras la respuesta antifascista en las calles de Sevilla los triplicaba fácilmente. Son minoría y lo saben, pues nada son capaces de decirles a las miles de estudiantes, profesores y demás trabajadores que se movilizaron por la educación pública esta semana, reivindicándola como un derecho universal y no segregador, sea por razón de clase, etnia o género. Ahí es donde ganamos la guerra.
Siempre que nuestra lucha contra la deuda y la crisis del 1% se desarrolle como una lucha por una sociedad más justa y no discriminatoria, ¡¡NO PASARÁN!!
Por ello, cuando el pasado sábado varios centenares de personas salimos a la calle a rechazar su manifestación, no lo hacíamos sólo para señalar a Respuesta Estudiantil como organización neonazi, sino también a una Delegación de Gobierno (PP) que al permitir la manifestación de estos grupúsculos sabe perfectamente lo que hace: política de clase. Así, cuando recortan en sanidad, educación, servicios sociales, pensiones, etc. al tiempo que incrementan el presupuesto del material antidisturbios, autorizan movilizaciones fascistas y ordenan cargas policiales contra la respuesta antifascista, están defendiendo el interés de la clase dominante y bloqueando una salida desde abajo y a la izquierda.
Es necesario, sin embargo, ir más allá: no basta con denunciar a este gobierno si olvidamos señalar al régimen establecido con la Constitución de 1978, cuyas instituciones nunca rompieron con la dictadura franquista. La prensa de los de arriba (un ejemplo es ABC) ha señalado que los antifascistas y los fascistas pertenecemos a ideologías radicalmente opuestas. Esto es cierto y evidente, y muy equivocados se encuentran aquellos que consideran que existe un punto intermedio entre el fascismo y la democracia. Sin embargo, los argumentos que han vertido sobre la opinión pública no son para nada inocentes, sino que han sido desarrollados concienzudamente para confundirnos. Ocurre cuando igualan, como posiciones residuales, a fascistas y antifascistas: nosotras sabemos que las antifascistas no agredimos a homosexuales, ni a inmigrantes, ni a personas de otras ideologías o creencias, y debemos explicarlo.
Al igual que la lucha por la educación y la sanidad públicas o contra las políticas de austeridad en su conjunto, la lucha contra el odio y la exclusión es una batalla en el terreno de las ideas, y quien se considere demócrata debería consecuentemente considerarse antifascista. En este sentido, es también nuestro deber dar una respuesta de clase clara y contundente. Lejos de reducir la lucha antifascista a la denuncia y confrontación en la calle, entendemos que la mejor forma de acabar con organizaciones fascistas como Respuesta Estudiantil pasa por construir mejores huelgas estudiantiles, organizando a las y los estudiantes de enseñanzas medias y universidad contra los recortes para articular una propuesta política clara contra la xenofobia, el sexismo y homofobia en nuestras clases y en nuestros barrios.
Les responderemos en las calles, porque no vamos a cederles ni un solo espacio, pero estamos convencidos de que esta guerra se gana en las batallas diarias. Tenemos que denunciar que, mientras dicen defender la pública, sus actitudes son claramente distintas: pretenden expulsar a los inmigrantes de nuestra educación restringiendo este derecho por una cuestión étnica, censuran determinadas ideologías o creencias (por ejemplo, con campañas contra el Islam), criminalizan el derecho a decidir de las mujeres (demostrando una perspectiva totalmente machista y misógina), y denuncian la homosexualidad como una enfermedad a combatir, distorsionando la configuración de la propia sexualidad de cada persona.
El pasado sábado consiguieron movilizar a no más de cien personas en una convocatoria estatal, mientras la respuesta antifascista en las calles de Sevilla los triplicaba fácilmente. Son minoría y lo saben, pues nada son capaces de decirles a las miles de estudiantes, profesores y demás trabajadores que se movilizaron por la educación pública esta semana, reivindicándola como un derecho universal y no segregador, sea por razón de clase, etnia o género. Ahí es donde ganamos la guerra.
Siempre que nuestra lucha contra la deuda y la crisis del 1% se desarrolle como una lucha por una sociedad más justa y no discriminatoria, ¡¡NO PASARÁN!!
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