Sandra Ezquerra |Público
Hace pocos días se lanzaba en Catalunya un manifiesto apoyado por decenas de feministas, en el que se alertaba sobre el riesgo de que las propuestas políticas transformadoras actualmente en curso dejaran, como tantas veces ha sucedido en el pasado, de lado a los feminismos. Como firmante del manifiesto, y sin ánimo de poner palabras en la boca de sus impulsoras, me propongo reflexionar aquí sobre su relevancia.
Feminismos como alternativa política
El peligro de excluir el feminismo y a las feministas de la nueva política adquiere forma en tres dimensiones distintas. La primera es la de su grado de centralidad programática y, por ende, de su protagonismo en la concreción de las propuestas de transformación democrática de nuestra sociedad. Si bien empezamos a presenciar importantes iniciativas en esta dirección (como el documento recientemente elaborado por Bibiana Medialdea y María Pazos sobre la reorganización del sistema de cuidados), una de las principales flaquezas de las izquierdas desde que estalló la crisis ha sido su defensa a ultranza y acrítica de la llamada economía productiva, y su cuestionamiento del perverso y desproporcionado peso que la dimensión financiera y especulativa de la economía ha adquirido desde la crisis de la década de los 70, cuyos resultados llevamos casi siete años viviendo en carnes propias.
Dicho de otro modo: menos hipotecas basura, productos financieros tóxicos y paraísos fiscales y más inversión en el tejido industrial y, entre otros, en el sector servicios. Dicha perspectiva, aunque parcialmente acertada, no tiene en cuenta que incluso cuando el sector llamado productivo gozaba de una posición dominante sobre el financiero, las mujeres ya nos veíamos relegadas a la base del iceberg económico: la de los cuidados y las responsabilidades domésticas que, a pesar de hacer posible el resto, han sufrido de manera histórica una invisibilización política, económica y social.
Hacer emerger a la superficie este inmenso bloque de saberes, afectos, silencios, renuncias y olvidos, tal y como el feminismo viene reivindicando, conlleva reflexionar no únicamente sobre la relación de fuerzas entre las dimensiones financiera y “productiva” de la economía, sino en cómo éstas se pueden ver afectadas por la posibilidad de poner la atención a las personas, en su sentido más amplio, en el centro de una política transformadora. En este sentido, y precisamente porque las izquierdas parecen seguir empecinadas en percibir los feminismos y a las feministas como fuentes de propuestas exclusivamente dirigidas a las mujeres, resulta imprescindible seguir reivindicándolos como alternativas viables a miradas estrábicas que, en lugar de aprovechar el momento actual para embestir contra las graves carencias del Estado de bienestar tal y como lo hemos conocido, lo convierten en la Ítaca progresista hacia la que navegar.
Feminismos como alternativa organizativa
El segundo peligro de la exclusión del feminismo y las feministas de la llamada nueva política reside en la seria posibilidad de poner en jaque a los sistemas institucionales y organizativos fruto de la Transición para construir otros igual de excluyentes, igual de opacos e igual de insostenibles. Esta semana participé en un debate sobre mujeres y política, en el que diversas políticas expusieron sus respectivos puntos de vista sobre la presencia y el papel de las mujeres en la política institucional. El balance no puede ser más devastador: mujeres obligadas a renunciar a un proyecto personal y familiar como consecuencia del vertiginoso ritmo de la vida política; mujeres excluidas de los espacios de poder y de toma de decisión por su resistencia precisamente a renunciar a dicho proyecto; mujeres incapaces (o no deseosas) de seguir los horarios maratonianos de reuniones interminables que los hombres parecen no tener prisa por finalizar; mujeres obligadas a pelear por su legitimidad, legitimidad que les es negada por su edad, por su falda, o por “su ser mujeres”.
Mujeres, en definitiva, que se sienten comparsa en espacios y organizaciones que demasiado a menudo las visibilizan como cuotas necesarias, pero que se resisten a reinventarse para convertirlas, a ellas y al feminismo, en protagonistas imprescindibles. Por mucho que a veces a los representantes de la nueva política les guste erigirse como una especie de extraterrestres libres de las miserias y las desigualdades, que como buenos miembros de nuestras sociedad producimos y reproducimos cada día, no lo son en absoluto, y mucho tendrán que trabajar, pensarse y pensar, para evitar que las mujeres continuemos siendo invitadas forzosas a una fiesta en la que esperamos pacientemente a que alguien nos saque a bailar.
Feminismos como paradigma alternativo
La política no deviene nueva porque así la denominemos, sino más bien porque nos empeñamos en construirla desde otras miradas y lares. Digo otras y no nuevas porque no se trata de reinventarlas, sino de adoptar aquellas ya existentes pero que se han visto, hasta el momento, relegadas a los márgenes. La nueva política ni es nueva ni la inventan sus protagonistas actuales: es heredera de multitud de prácticas, experimentos, reflexiones y propuestas que hasta hace relativamente poco se impulsaban más allá de las fronteras de la política formal y que, en estos momentos, buscan convertirse en su ADN.
Estamos ante una oportunidad histórica de cambiar las reglas del juego para poder jugar todas y todos y para que también todas y todos podamos ganar. La política no pasa a ser nueva mediante cambios de argumentarios, de formatos o incluso por un mayor grado de radicalidad. Se renueva porque se abre y, con las ventanas de par en par, se airea expulsando debates parciales y vicios poco accidentales. La nueva política desplaza los debates de los pasillos a los espacios colectivos, de los cálculos milimetrados a una ilusión desbordante por un cambio de abajo para arriba, de norte a sur; sacude el iceberg hasta hacerlo estallar en mil pedazos y se propone, sin concesiones, juntar las piezas de un nuevo rompecabezas donde los cimientos no sean invisibles, sino fuente de contagio del resto de esferas de nuestras vidas. Sandra Ezquerra es Profesora de la Universitat de Vic
Hace pocos días se lanzaba en Catalunya un manifiesto apoyado por decenas de feministas, en el que se alertaba sobre el riesgo de que las propuestas políticas transformadoras actualmente en curso dejaran, como tantas veces ha sucedido en el pasado, de lado a los feminismos. Como firmante del manifiesto, y sin ánimo de poner palabras en la boca de sus impulsoras, me propongo reflexionar aquí sobre su relevancia.
Feminismos como alternativa política
El peligro de excluir el feminismo y a las feministas de la nueva política adquiere forma en tres dimensiones distintas. La primera es la de su grado de centralidad programática y, por ende, de su protagonismo en la concreción de las propuestas de transformación democrática de nuestra sociedad. Si bien empezamos a presenciar importantes iniciativas en esta dirección (como el documento recientemente elaborado por Bibiana Medialdea y María Pazos sobre la reorganización del sistema de cuidados), una de las principales flaquezas de las izquierdas desde que estalló la crisis ha sido su defensa a ultranza y acrítica de la llamada economía productiva, y su cuestionamiento del perverso y desproporcionado peso que la dimensión financiera y especulativa de la economía ha adquirido desde la crisis de la década de los 70, cuyos resultados llevamos casi siete años viviendo en carnes propias.
Dicho de otro modo: menos hipotecas basura, productos financieros tóxicos y paraísos fiscales y más inversión en el tejido industrial y, entre otros, en el sector servicios. Dicha perspectiva, aunque parcialmente acertada, no tiene en cuenta que incluso cuando el sector llamado productivo gozaba de una posición dominante sobre el financiero, las mujeres ya nos veíamos relegadas a la base del iceberg económico: la de los cuidados y las responsabilidades domésticas que, a pesar de hacer posible el resto, han sufrido de manera histórica una invisibilización política, económica y social.
Hacer emerger a la superficie este inmenso bloque de saberes, afectos, silencios, renuncias y olvidos, tal y como el feminismo viene reivindicando, conlleva reflexionar no únicamente sobre la relación de fuerzas entre las dimensiones financiera y “productiva” de la economía, sino en cómo éstas se pueden ver afectadas por la posibilidad de poner la atención a las personas, en su sentido más amplio, en el centro de una política transformadora. En este sentido, y precisamente porque las izquierdas parecen seguir empecinadas en percibir los feminismos y a las feministas como fuentes de propuestas exclusivamente dirigidas a las mujeres, resulta imprescindible seguir reivindicándolos como alternativas viables a miradas estrábicas que, en lugar de aprovechar el momento actual para embestir contra las graves carencias del Estado de bienestar tal y como lo hemos conocido, lo convierten en la Ítaca progresista hacia la que navegar.
Feminismos como alternativa organizativa
El segundo peligro de la exclusión del feminismo y las feministas de la llamada nueva política reside en la seria posibilidad de poner en jaque a los sistemas institucionales y organizativos fruto de la Transición para construir otros igual de excluyentes, igual de opacos e igual de insostenibles. Esta semana participé en un debate sobre mujeres y política, en el que diversas políticas expusieron sus respectivos puntos de vista sobre la presencia y el papel de las mujeres en la política institucional. El balance no puede ser más devastador: mujeres obligadas a renunciar a un proyecto personal y familiar como consecuencia del vertiginoso ritmo de la vida política; mujeres excluidas de los espacios de poder y de toma de decisión por su resistencia precisamente a renunciar a dicho proyecto; mujeres incapaces (o no deseosas) de seguir los horarios maratonianos de reuniones interminables que los hombres parecen no tener prisa por finalizar; mujeres obligadas a pelear por su legitimidad, legitimidad que les es negada por su edad, por su falda, o por “su ser mujeres”.
Mujeres, en definitiva, que se sienten comparsa en espacios y organizaciones que demasiado a menudo las visibilizan como cuotas necesarias, pero que se resisten a reinventarse para convertirlas, a ellas y al feminismo, en protagonistas imprescindibles. Por mucho que a veces a los representantes de la nueva política les guste erigirse como una especie de extraterrestres libres de las miserias y las desigualdades, que como buenos miembros de nuestras sociedad producimos y reproducimos cada día, no lo son en absoluto, y mucho tendrán que trabajar, pensarse y pensar, para evitar que las mujeres continuemos siendo invitadas forzosas a una fiesta en la que esperamos pacientemente a que alguien nos saque a bailar.
Feminismos como paradigma alternativo
La política no deviene nueva porque así la denominemos, sino más bien porque nos empeñamos en construirla desde otras miradas y lares. Digo otras y no nuevas porque no se trata de reinventarlas, sino de adoptar aquellas ya existentes pero que se han visto, hasta el momento, relegadas a los márgenes. La nueva política ni es nueva ni la inventan sus protagonistas actuales: es heredera de multitud de prácticas, experimentos, reflexiones y propuestas que hasta hace relativamente poco se impulsaban más allá de las fronteras de la política formal y que, en estos momentos, buscan convertirse en su ADN.
Estamos ante una oportunidad histórica de cambiar las reglas del juego para poder jugar todas y todos y para que también todas y todos podamos ganar. La política no pasa a ser nueva mediante cambios de argumentarios, de formatos o incluso por un mayor grado de radicalidad. Se renueva porque se abre y, con las ventanas de par en par, se airea expulsando debates parciales y vicios poco accidentales. La nueva política desplaza los debates de los pasillos a los espacios colectivos, de los cálculos milimetrados a una ilusión desbordante por un cambio de abajo para arriba, de norte a sur; sacude el iceberg hasta hacerlo estallar en mil pedazos y se propone, sin concesiones, juntar las piezas de un nuevo rompecabezas donde los cimientos no sean invisibles, sino fuente de contagio del resto de esferas de nuestras vidas. Sandra Ezquerra es Profesora de la Universitat de Vic
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