miércoles, 25 de marzo de 2015

Después del 22-M andaluz, el camino hacia el cambio sigue abierto

Jaime Pastor | Viento sur

Muchos son ya los análisis publicados sobre los resultados de las elecciones andaluzas del 22 de marzo. Tras su lectura, y aun viniendo de un amplio y plural espectro, no es difícil encontrar coincidencias con muchos de ellos, por lo que empezaré este artículo con una referencia general a los mismos antes de aportar algunas reflexiones mirando al futuro.

El PSOE –gracias a su particular régimen del “mal menor” en esa Comunidad, revalorizado por Susana Díaz, frente a la versión neoliberal más dura de Rajoy- resiste bien el desgaste de la corrupción institucional, aunque pierda votos, con sus 47 escaños. El PP, con 33, sufre un retroceso brutal que la dirección “nacional” se niega públicamente a reconocer, pero que sin duda le va a obligar, bajo la presión de unos “barones” alarmados por la irrupción de un competidor, Ciudadanos (C’s), en una parte creciente de su espacio político, a un reajuste de su discurso y sus políticas gubernamentales ante las elecciones de mayo. Esa nueva formación a escala estatal, en cambio, ha encontrado con sus 9 escaños una oportuna palanca de lanzamiento mediante un discurso anticorrupción y “regeneracionista” en el espacio del centro-derecha que le va a permitir ofrecerse como bisagra entre los dos partidos dinásticos en contextos futuros de crisis de gobernabilidad. Podemos, con 15 escaños, logra asentarse en las grandes ciudades recogiendo votos procedentes, al parecer, principalmente de IU y del PSOE, si bien no logra arrebatar a éste último y a la abstención (cercana, no lo olvidemos, al 40%) todo lo necesario para dar credibilidad a su aspiración a ganar en las elecciones generales. IU, con 5, es la principal afectada por la presencia de Podemos y por el precio pagado por haber gobernado con el PSOE, como han reconocido sus propios dirigentes. UPyD, en cambio, entra en su declive definitivo y solo le queda aceptar, ya en peores condiciones, el emplazamiento unitario que Ciudadanos le hizo hace ya tiempo o, simplemente, suicidarse víctima de la monocracia de Rosa Díez.

Segunda fase del ciclo electoral e incógnitas abiertas

El nuevo mapa político andaluz –con la relativa inestabilidad que supone gobernar en minoría, pese a las dificultades de una “coalición negativa”- explica que aun no siendo extrapolables al ámbito estatal estos resultados, como tampoco lo fueron los de las elecciones europeas, están influyendo ya en la redefinición de las estrategias de los partidos y, por tanto, en la evolución de las expectativas que se van a ir generando de cara a la próxima fase del ciclo electoral, como probablemente veremos en las nuevas encuestas. En todo caso, hemos comprobado la creciente volatilidad de un amplio sector del electorado y la tendencia a la reducción del que se mantiene fiel a los viejos partidos, aunque en esta ocasión no haya afectado tanto al PSOE, por lo que el panorama continúa muy abierto y los riesgos de equivocación y manipulación de esas encuestas siguen siendo grandes.

Lo primero a resaltar es que el PP, con un liderazgo de Rajoy más debilitado y con el escándalo permanente de la financiación ilegal a cuestas, se ve ahora amenazado por el síndrome de C’s y por el riesgo de perder no solo las principales ciudades andaluzas sino también las de Madrid y Valencia y algunas Comunidades Autónomas. Esto supondría sin duda una erosión enorme de su poder institucional y le alejaría de la perspectiva de ganar, aun como minoría mayoritaria, las próximas elecciones generales. Solo le quedaría, si quiere volver a gobernar en el Estado, la esperanza de ir reconstruyendo con el PSOE un proyecto de “gran coalición” que permitiera proseguir el camino del austeritarismo dictado por los poderes financieros y la troika, o… pactar con C’s. Mientras tanto, de aquí a noviembre, va a tener que reformular su proyecto y emplearse a fondo, con la conveniente manipulación de las cifras del paro, para disimular la agravación de las desigualdades, la precarización del empleo y el empobrecimiento de las tan aduladas “clases medias”. Difícil tiene, además, contrarrestar su desgaste social y político creciente, ya que no parece tampoco que otros recursos discursivos como la “recuperación económica”, el fantasma del secesionismo catalán, ahora en un impasse, o la amenaza de Podemos vayan a bastarle para una recuperación suficiente del electorado perdido.

La dirección actual del PSOE ha podido tomar aliento con la capacidad de resistencia mostrada por Susana Díaz, pero sabe muy bien que el liderazgo de Pedro Sánchez sigue siendo débil y que sus perspectivas no son nada halagüeñas en el resto del Estado. Por mucho que insista en aparecer como defensora de los derechos sociales y en potenciar a personas “independientes” en sus listas, ni su pasado ni lo que están haciendo sus partidos hermanos en Alemania y Francia les dan credibilidad para ofrecerse como alternativa frente al ordoliberalismo imperante en la eurozona. Con mayor razón cuando el retorno al primer plano de Felipe González le empujará a participar en el proceso de refundación del régimen junto con el PP, la monarquía y los grandes evasores fiscales del Ibex35. Con todo, tampoco parece probable, como algunos pronosticaban, una “pasokización” de este partido, si bien continuará la tendencia a su pérdida de centralidad y a mantener su indefinición ante las posibles alianzas (incluido C’s) por las que tendrá que optar en ayuntamientos y comunidades autónomas después de mayo si quiere ganar poder institucional de cara a las elecciones generales.
Izquierda Unida, en cambio, ha logrado al menos grupo parlamentario en Andalucía, pero sus dirigentes son conscientes de que sus perspectivas de recuperar el espacio político que le ha arrebatado Podemos son cada vez menores. Con más motivo cuando su mayor crisis se produce en una región de referencia como Madrid y sin que parezca que el nuevo liderazgo de Alberto Garzón vaya a ser suficiente para emprender un recorrido ascendente en las encuestas. A esto se suma el rechazo de Podemos a cualquier proceso de confluencia con esta formación, reticente a su vez a ocupar, como puede ocurrir en un futuro no lejano, un lugar subalterno respecto al equipo de Pablo Iglesias.

¿Y Podemos?

Pese a que las expectativas generadas a lo largo de la campaña eran mayores que las que acabaron reflejándose en los resultados, Podemos ha logrado convertirse en la tercera fuerza política andaluza en un contexto que no le era el más propicio y sin que hubiera tenido tiempo de estructurarse como partido. Con todo, es cierto que el paso adelante dado no ha sido suficientemente largo, como reconocía Carolina Bescansa, y que no va a ser fácil mantener la ilusión entre sus seguidores de que pueden “ganar” las elecciones generales; a esto se suma, como ya estamos viendo, el hecho novedoso de que juegue en su contra la entrada en liza de la nueva versión populista que representa C’s, dada la capacidad de atracción que puede tener incluso en una parte del electorado potencial de Podemos.
La discusión sobre los motivos de que Podemos no haya superado el 15% de votos que ya auguraban las encuestas antes del inicio de la campaña acaba de empezar pero, a la espera del balance que se haga desde Andalucía, no parece haber motivos para atribuirlos a “las inercias izquierdistas y movimientistas” de la candidatura, como algunos miembros del equipo dirigente están apuntando. Porque a ese argumento se le puede responder fácilmente con el resultado alcanzado en la ciudad de Cádiz (28 %), lugar en donde se presentaba Teresa Rodríguez y en donde quizás el anclaje territorial (clave fundamental entre un liderazgo mediático menguante y unas redes digitales más espectadoras que activas) que está alcanzando Podemos sea uno de los pocos que se han alcanzado en tan poco tiempo de vida. Del mismo modo podríamos echar la culpa a cómo se ha respondido a la campaña desatada desde los medios y los partidos del régimen sobre la vinculación entre líderes de esta formación y el chavismo venezolano, o a las acusaciones contra Juan Carlos Monedero, pero no lo haremos porque no tenemos datos empíricos al respecto.

El problema está, más bien, en que se empieza a comprobar la tendencia al agotamiento de un discurso basado fundamentalmente en la polarización de “la gente frente a la casta” y en mantener la “ambigüedad calculada” en torno a otras divisorias y líneas de fractura que están también en el centro de la agenda política, especialmente en el plano socioeconómico, de género y de modelo productivo o en el nacional-territorial. Ese “modelo”, que pudo funcionar para las elecciones europeas, se ha ido mostrando insuficiente cuando va acompañada de la aspiración a ser fuerza política dispuesta a “ganar” y gobernar. Con todo, es cierto que contribuciones como la de Vicenç Navarro y Juan Torres o la de Bibiana Medialdea y María Pazos han servido para responder momentáneamente a los emplazamientos mediáticos y de sus adversarios políticos, pero ni han sido el resultado de un proceso de deliberación interna ni han sido integradas en el discurso oficial de Podemos. Confiemos en que ahora, de cara a las candidaturas autonómicas y a las municipales –en aquellos lugares en los que se participa mediante “partidos instrumentales” o fórmulas híbridas-, se vaya concretando programas de gobierno que partan de la prioridad al “rescate ciudadano” y que enriquezcan discursos que sean efectivamente performativos de la realidad y del cada vez más polisémico “sentido común”.
Ese agotamiento es ahora más evidente a la vista de la irrupción de Ciudadanos. Su proyecto neopopulista de centro-derecha aparece como un obstáculo a la vocación transversal del discurso de Podemos y obligará a éste a buscar una mayor delimitación respecto a esa formación en temas que tendrán que ver más con una propuesta radicalmente antiausteritaria, democrática radical y superadora de las desigualdades y del productivismo. Esto supone, más implícita que explícitamente, una resignificación de un “populismo de izquierdas” que no tiene por qué ser incompatible con el eje abajo-arriba sino todo lo contrario, ni con el horizonte de la construcción un bloque plural de pueblos dispuestos a avanzar hacia una ruptura constituyente desde sus respectivas soberanías y su derecho a decidir su futuro.

Si los límites del discurso dominante en Podemos parecen ya evidentes, más lo son si cabe los derivados del modelo organizativo adoptado en la Asamblea Ciudadana fundacional. La apuesta por una combinación de liderazgo mediático, apoyo difuso a través de las redes digitales y un enorme grado de centralización del proceso de deliberación y toma de decisiones está revelando ya su incapacidad para integrar la pluralidad interna y mantener la tensión participativa necesaria en los duros tiempos que se avecinan. Porque, aun reconociendo que la Marcha por el Cambio del pasado 31 de enero fue un éxito, lo fue más por su dimensión simbólica que por su dimensión instrumental (¿para qué?), siempre necesaria para lograr que los impactos de una movilización sean mayores y dejen huella. Se desaprovechó, al menos desde mi punto de vista, la ocasión para apelar a esos más de 200.000 manifestantes a su implicación masiva en los Círculos y en los procesos de elaboración de los programas y las candidaturas tanto internas como las relacionadas con las elecciones autonómicas y, allí donde se han podido dar confluencias, municipales. Una convocatoria que sigue siendo hoy más necesaria ahora ya que, como hemos podido comprobar, el descenso en la participación digital en estos procesos ha sido patente en la mayor parte de los sitios. Solo parece haber sido algo mayor allí donde la pluralidad de candidaturas ha podido expresarse con más nitidez a lo largo de las campañas previas, como ha sido el caso de la Comunidad de Madrid.

Entramos, por tanto, en una segunda fase en la que la conquista de posiciones en las instituciones autonómicas y municipales va a ser clave. En el caso de éstas últimas la confluencia con otros sectores de activistas, corrientes e independientes en general puede ayudar, con más motivos si se consigue llegar a gobernar, a un mayor mestizaje de saberes, sensibilidades y culturas políticas varias que sin duda contagiarán también a Podemos y le facilitarán ese anclaje territorial del que ahora carece. Nos queda por eso mucho trabajo por delante y, como bien se ha dicho estos días, ésta es una película, sí, pero con varios guiones en disputa para cada secuencia y cuyo desenlace final está todavía por escribir.

Dentro de esa película, ante posibles escenarios multipartidistas y sin mayorías claras en muchos ayuntamientos y en algunas Comunidades Autónomas una cuestión también insoslayable va a ser la de los emplazamientos a que se va a ver sometido Podemos a posibles pactos y alianzas con el fin de participar en gobiernos o, por el contrario, mantenerse en la oposición. Un debate en el que estará en juego la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace y, con ella, la disposición o no a poner en práctica una nueva forma de hacer política, basada en “mandar obedeciendo” y en la firme disposición a echar a la casta pero también a no formar parte de una nueva casta. A este respecto la memoria de los efectos negativos de lo que fue la “cultura del pacto y del consenso” heredada de la Transición, en aras de la “gobernabilidad” y la “estabilidad”, también deberá ser recordada y criticada para no repetirla como farsa /1.

Finalmente, aun reconociendo que las expectativas de una mayoría de la sociedad están en que llegue el cambio político a través de las próximas confrontaciones electorales y que, por tanto, no parece haber ahora una alta disposición a acompañarlas mediante la movilización en las calles y, sobre todo, centros de trabajo, según hemos podido observar en las recientes Marchas de la Dignidad, será también necesario insistir en que, como estamos viendo ya en Grecia, cualquier “asalto a las instituciones” tendrá que apoyarse en un esfuerzo constante por apoyar aquellas luchas e iniciativas, muchas veces invisibilizadas por los medios, que puedan contribuir a un empoderamiento popular creciente. Sólo así se podrá ir construyendo una nueva hegemonía frente a las tentaciones de transformismo permanente que vendrán desde arriba. En ese camino jornadas como la anunciada para el próximo 18 de abril contra el Acuerdo Comercial Trasatlántico entre EE UU y la UE pueden ser una buena ocasión para retomar aliento aquí y también en Europa. Porque, no lo olvidemos, nos encontramos en una carrera de obstáculos en la que, si no ganamos, será una mera autorreforma del régimen, al servicio del despotismo financiero de la eurozona, la que acabará imponiéndose.
Jaime Pastor es profesor de Ciencia Política de la UNED y editor de VIENTO SUR

Notas

1/ Comparto lo defendido por Montserrat Galcerán en “El mito de la Transición agita las primarias de Ahora Madrid”, eldiario.es, 23/3/15. Disponible en www.eldiario.es/zonacritica/...

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