Parece mentira que, con todo el esfuerzo de construcción y divulgación que están haciendo los movimientos feministas, haya gente que, desde la izquierda, aún sea capaz de aprovechar su altavoz de privilegio y hablar del feminismo desde la ignorancia y el desprecio. Nos referimos al artículo de Blai Dalmau publicado en su blog Discs Imaginals el pasado 8 de marzo: “¿Es el feminismo la solución al sexismo?”
En un artículo absolutamente desinformado, cuando no directamente demagogo y falso, el autor se sumerge en una diatriba errática que se podría resumir de la siguiente manera: no le gusta el feminismo porque se siente oprimido por lo que llama “feminismo dominante”, y porque encuentra que, dentro de la palabra “feminismo”, no tiene cabida su virilidad. La misma elección del adjetivo “dominante” para acompañar al sustantivo “feminismo” parece querer decir que: a) El feminismo es hegemónico, o b) El feminismo pretende dominar algo.
Ya empezamos a ver que, como se suele decir, el chico lo tiene mal entendido. El feminismo no es una ideología totalitaria como quiere hacer creer el autor, sino la lucha por la erradicación de la opresión. La idea de “feminismo dominante” es un contrasentido. El autor podría haber elegido la expresión “feminismo mayoritario” que, a pesar de no tener mucho sentido, invocaría una simple y pretendida normalidad estadística; o bien podría haber sido claro con su planteamiento y revelar que es una de esas personas que consideran que existe un “feminismo radical”, a veces llamado “hembrismo” o, de manera más trendy, “feminazismo”. En este último caso, le habríamos podido responder que tal cosa no existe, como se puede comprender leyendo este artículo.
Volvamos a repetirlo por enésima vez. El feminismo ha defendido históricamente la equiparación de los derechos de las mujeres a los de los hombres. Es decir, que busca la igualdad entre las personas, que promueve las relaciones sociales y personales libres de violencia, recíprocas y emancipadoras. Tanto es así, que las feministas de todas las olas y países se han destacado por defender la igualdad de todos los grupos, colectivos y clases de personas dominadas: hombres sin patrimonio excluidos del sufragio, esclavos, niños y niñas, personas de todas las culturas y etnias y de todas las opciones y diversidades, etc., y lo ha hecho mucho antes que ningún otro movimiento social. El feminismo ha luchado para que los derechos de las mujeres, que siempre han sido inferiores a los de los hombres, fueran iguales. De hecho, Angela Davis definió muy acertadamente el feminismo como “la idea radical de que las mujeres somos personas”. Quizá Blai desconoce una genealogía de lucha de más de 300 años de historia sin la cual, sin ir más lejos, no habríamos avanzado en el camino de la democracia. Por eso, antes de volver a escribir sobre una cuestión que parece no conocer, le recomendamos que se tome un rato para escuchar esta charla de Celia Amorós.
Los movimientos feministas, plurales y diversos, parten de la misma base para trabajar una amplia gama de cuestiones: desde la defensa de los derechos sexuales y reproductivos, como el aborto, hasta el feminismo queer o transfeminismo, que defiende una deconstrucción y reinvención libre de las identidades sexuales y de género, pasando por los grupos de hombres feministas que trabajan en pro de nuevas masculinidades, o el ecofeminismo y la economía feminista, que buscan poner en el centro de atención política y científica las condiciones de reproducción de la vida, para poderlas democratizar y garantizar. Con todo, desgraciadamente, el feminismo se sigue sin comprender y una vez más la opinología pasa por encima del conocimiento, el rigor y el respeto a tantas personas que han luchado y luchamos por un mundo más justo.
Hecha esta (in)necesaria aclaración, pasamos a contestar específicamente algunos de los puntos del artículo.
1) En primer lugar, el autor nos insta a “mirar adelante” y no caer en el “resentimiento histórico” (algo como esos que no quieren “escarbar mucho” en los crímenes del franquismo). “Por supuesto, no conviene ignorar las realidades históricas; sin embargo, para actuar en el presente y para superar las miserias del pasado ¿procede mantener un cierto resentimiento histórico?” El feminismo no es resentimiento histórico, sino una lucha actual y vigente: el hecho de que más de 600 mujeres hayan sido asesinadas en los últimos 10 años por sus parejas en España basta para confirmarlo. Y no hablemos de la violencia estructural, simbólica, estética, económica, psicológica y un largo etcétera. La violencia patriarcal machista ejercida de forma asimétrica contra las mujeres y los hombres es un hecho. La inmensa mayoría de las mujeres del mundo la hemos padecido y la sufrimos cada día (a pesar de que en la mayoría de los casos se trate de los mal llamados micromachismos, como para dejar claro que son “poco importantes”). Tal vez le abra los ojos leer este artículo.
Quizás también estaría bien que hablara más con mujeres para entender la cantidad de veces que han sufrido abusos a lo largo de la vida por el simple hecho de ser mujeres. Blai habla de resentimiento como si a las mujeres lo que nos molestara es que los hombres han sido “más importantes” a lo largo de la historia, no como si nuestra vida estuviera en juego, que es de lo que se trata.
Además ¿por qué cuando se reivindican las luchas históricas de los movimientos de izquierdas nadie se opone desde las propias izquierdas, pero en cambio cuando se trata de feminismos surge la necesidad inmediata de partir desde cero y olvidar el pasado? Es un argumento machista más.
2) No contento con ello, Blai es de los que opina que el 8 de marzo se celebra una reivindicación de la feminidad, una especie de “¡qué guays somos las mujeres!”, y que se trata de felicitarnos por tener una vagina (porque seguro que no felicita a las mujeres transexuales, ponemos la mano en el fuego). Y se pregunta: “¿Por qué la masculinidad no es celebrada al igual que la feminidad?”
El 8 de marzo no se celebra la feminidad, sino la lucha feminista. Por este motivo, muchas personas prefieren llamar a la jornada “Día por los derechos de las mujeres” o, mejor aún, “Día por los derechos humanos de las mujeres”. El simple hecho de que en algunos entornos socioculturales, como el francófono, se hable de los derechos humanos empleando la expresión droits de l’homme (derechos del hombre) resulta bastante explicativo de por qué hay un día específico para conmemorar los derechos de las mujeres. Ello no quiere decir, claro está, que no sea también de vital importancia reivindicar los derechos de otros colectivos, como los que hemos enumerado más arriba, así como los derechos que queremos para la humanidad entera. De hecho, el feminismo sólo tiene un verdadero sentido cuando se convierte en interseccional, tal y como resume esta ocurrente imagen.
Además, no debe olvidarse que el feminismo lucha por la igualdad de género, lo que significa igualar a las personas, sea cual sea su género, en derechos y deberes. Por lo tanto, celebrar las reivindicaciones feministas significa también, como muchos hombres ya entienden (por ejemplo, http://www.ahige.org/ o https://homesigualitaris.wordpress.com/ en Catalunya), celebrar la masculinidad entendida no como patrón opresor que obliga a los portadores de este “carné” a ceñirse dentro unos determinados cánones estéticos y conductuales (definidos por oposición a los que se imponen a las mujeres), sino como espacio de afirmación y vivencia de la propia identidad de una forma más plena y respetuosa con la identidad de otras personas.
3) Acto seguido… ¡Oh, peligro! parece que el feminismo podría generar un movimiento masculinista (y es que ¡claro! cuando uno pierde el privilegio, debe organizarse): “¿Quizás debemos generar un movimiento masculinista a tal efecto?”
Tal afirmación sólo la puede hacer una persona que ni conoce ni ha participado en espacios feministas, ni tiene la capacidad o la voluntad de autorreflexión y autocrítica necesaria para entender qué es el feminismo. En cualquier caso, un movimiento que tenga por objetivo defender y garantizar los derechos de las personas es un movimiento feminista. Si el objetivo de este supuesto movimiento masculinista fuera imponer y mantener la supremacía masculina, estaría cometiendo el absurdo de luchar para conseguir el statu quo, que por otra parte está -desgraciadamente- suficientemente bien instaurado como para que ningún machista deba sufrir, hoy por hoy, por su supremacía. Si lo que Blai quiere es mantener el patriarcado, pues entonces nada, tío… Sigue así, que vas por muy buen camino.
4) No podía faltar la sección de agravios y protestas contra las prácticas legislativas que -según entiende Blai- discriminan a los hombres por el solo hecho de ser hombres. Que los agresores, los delitos y el sistema legislativo y judicial discriminen a las mujeres por el simple hecho de ser mujeres no tiene ninguna importancia; quizás porque ya es “tradición”… “La presunción de inocencia y la igualdad de las personas ante la ley, instaurando una legislación discriminatoria, amenazante y agresiva contra el sexo masculino”.
¿Dónde está la presunción de inocencia cuando jueces y sociedad deciden que una mujer ha sido violada porque “se lo ha buscado”? ¿Dónde está la igualdad ante la ley en los mismos casos, cuando los tribunales aplican la ley en un sentido o en otro sistemáticamente según el género de víctima y agresor? ¿Dónde está la preocupación de Blai ante un sistema social que, por sistema, discrimina, amenaza y agrede a las mujeres en todo momento -desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir, antes de nacer y después de muertas silenciando y pisando nuestra memoria- sólo por el hecho de ser mujeres?
Todos los delitos tienen un índice de denuncias falsas, y precisamente la violencia de género lo tiene excepcionalmente bajo. No es de extrañar que muy pocas mujeres accedan a pasar por el trance que ya de por sí supone un proceso judicial, sumado a las dificultades que tiene que atravesar para que los estamentos policial, judicial, periodístico y la población general no sólo crean, sino consideren y tomen en serio su vivencia. Hay que ser muy valiente para poner bajo la luz pública delitos por los que buena parte de la sociedad, aún ahora, culpa a la mujer. Delitos que, muchas veces, pertenecen a la esfera más íntima y personal de las personas, como los delitos sexuales. No son cosas que resulten agradables de recordar, ni mucho menos de explicar a nadie; de hecho, la mayoría de las víctimas no lo explican ni a sus círculos más íntimos, o no lo hacen hasta muchos años más tarde. Y las razones principales que las empujan a hacerlo así están relacionadas con la vergüenza y la impotencia; derivadas, ambas, de la culpabilización de la víctima de género femenino y de la permisividad de la legislación, en la teoría y en la práctica, con los actos de opresión y violencia hacia las mujeres. No olvidemos, además, el coste económico de embarcarse en un proceso judicial; especialmente en algunos países.
La mayor parte de los casos de violencia contra las mujeres quedan sin denunciar. Animamos a Blai, que seguramente tiene muchas conocidas universitarias o ex universitarias, a leer lo que explican 21.516 de sus compañeras sobre sus experiencias en universidades de toda Europa. Si le parece -basándose en los datos oficiales- que las violencias sexuales no son tan frecuentes como para motivar una legislación con perspectiva de género, quizás ahora cambiará de opinión. Y no, estas mujeres no hemos evitado denunciar porque seamos idiotas o porque en el fondo nos guste ser agredidas, sino por razones como el miedo, la vergüenza o el simple sentido práctico que nos lleva a no perder el tiempo y el dinero en un sistema diseñado para señalarnos como culpables a menos que nos hayan abierto la cabeza (e incluso con la cabeza abierta, a veces cuesta).
5) Pero es que, además, desde esta perspectiva resulta que estamos exagerando: ¡no todo es cuestión de género, exagerados y exageradas!, nos ilumina el autor. “Asistimos a una creciente tendencia al sesgo y al reduccionismo en virtud de los cuales se interpretan como si fueran meramente ‘cuestiones de género’ varios fenómenos (como la desconfianza, los celos, el maltrato, etc., en las relaciones sexoafectivas)”.
¿Quizás es porque el género, al igual que la etnia, el color de la piel, la identidad sexual o nacional, la clase social, la (dis)capacidad, la edad, el estatus profesional… son nada menos que partes centrales en la construcción de los individuos y las relaciones entre los mismos en el marco de contextos macrosociales? ¿Acaso es que Blai vuelve a hablar de lo que desconoce y no sabe que los celos y el maltrato en las relaciones sexoafectivas van sistemáticamente en una dirección (contra las mujeres) y no en otra? ¿Quizás es que tampoco tiene ni idea de la abundante literatura sobre la interrelación entre capitalismo y heteropatriarcado, que generan situaciones de vulnerabilidad y violencia contra las mujeres, en las que se basan las relaciones humanas?
6) Pues no, según él estamos tan equivocados y equivocadas que tenemos que renovarnos de pies a cabeza, lo que equivaldría, desde su elevada perspectiva, a “superarnos”. Y así, en un ejercicio de clara demagogia, mezcla la voluntad de superación, la autocrítica y el dinamismo inherente en todo movimiento con la deslegitimación del mismo desde la raíz hasta la coronilla. “Sin embargo, si queremos luchar efectivamente contra el sexismo, tenemos que empezar por ser capaces de cuestionarlo y renovarlo todo, intentando ser conscientes de las equivocaciones, las insuficiencias, las engañifas y las confusiones que nos obstaculizan y nos desvían en el camino hacia nuestras metas. Tenemos que ser capaces de superar todos estos planteamientos.”
Este fragmento demuestra que no ha entendido que el feminismo es una ideología crítica, que revisa, deconstruye y analiza todas las cuestiones de la vida humana desde el punto de vista de la opresión patriarcal, para reconstruirlas colectivamente y de manera liberada. El feminismo como ciencia, política y movimiento crítico, está en constante evolución: el feminismo de la igualdad fue superado por el feminismo de la diferencia, el feminismo civil y burgués fue superado por el feminismo descolonizado y el feminismo negro, el feminismo binario y heteronormativo ha sido superado por el transfeminismo…, demostrando ser una ideología especialmente dinámica y lúcida a nivel de autocrítica. Es por ello que consideramos que la propuesta de Blai no constituye una superación de nada, sobre todo desde el momento en que demuestra desconocer la historia y las lógicas que operan en las diferentes superaciones expuestas y, por tanto, cae en argumentos machistas expuestos y desmontados ya hace tiempo. Lo que hay que superar es el machismo, y entender bien lo que es el feminismo.
7) El autor nos informa de que él denomina sus fantasías pseudoigualitarias antifeministas con el nombre de “anti-sexismo“, y le gustaría que todo el mundo hiciera lo mismo. Nos lo explica: “Anti-sexismo, al que, formulado en positivo, podemos llamar cooperación entre los sexos o igualitarismo sexual”.
Hablando de superaciones, hace décadas que el concepto de igualitarismo está superado por el concepto de equidad. En este intento de proponer otro término para (supuestamente) dar otra denominación al feminismo que incomode menos a los machistas con una palabra que no contenga la raíz femĭna, vuelve a quedar claro cómo el autor intenta borrar toda una genealogía de lucha y de dignidad contra una opresión sistemática contra las mujeres, vigente y mortal. ¿Quizás no soporta no hallarse él, como hombre, específicamente mencionado en la denominación de un movimiento social históricamente relevante? También habla de la cantidad de violencia que sufren los hombres como si esto desmereciera la lucha por la violencia contra las mujeres. La falsedad de esta concepción radica en el hecho de que la mayoría de los agresores de hombres son hombres, y la mayoría de agresores de mujeres también son hombres.
8) Los hombres tienen, por tanto, el patrimonio de la violencia integrado en la concepción de la masculinidad hegemónica. Pero ¡eh! pobres hombres violentos, no es culpa suya. Según Blai, “los hombres han sido obligados históricamente, por la fuerza de la ley estatal, a ejercer la dominación hacia las mujeres”.
De esta frase se extraen dos ideas del autor. En primer lugar, que ha existido una fuerza que obliga a los hombres a dominar a mujeres. Es cierto, ha existido y existe. Esta articulación del sistema según la cual los hombres se posicionan en un estatus de privilegio poderoso es exactamente a lo que nos referimos las y los feministas cuando hablamos de patriarcado. En ningún momento histórico este privilegio ha sido desmontado, pero sí cuestionado por todos los movimientos y personas feministas. En segundo lugar, esta frase exime de toda responsabilidad individual y colectiva a los hombres, caricaturizando a los mismos e insultándolos como seres semirracionales, orangutanes que no saben controlar sus impulsos o perros que muerden porque el dueño se lo ordena. Evidentemente, por todo lo que hemos explicado, las personas feministas no compartimos esta visión animalizada del sexo masculino.
Por otra parte ¿qué género se ha beneficiado de este poder dominante a lo largo de los siglos contra las mujeres? Efectivamente, es el género masculino el que ha sido instalado en el poder y, por tanto, ha ejercido esta fuerza de la que habla el autor. No obstante, la existencia de un sistema patriarcal no impide que el género masculino pueda cuestionarse a sí mismo y al poder que ejerce y que eventualmente pueda renunciar a éste. Y eso es precisamente a lo que nos referimos los hombres y mujeres feministas cuando pedimos que los hombres cuestionen sus actos tomando conciencia de sus privilegios.
9) Hablando de privilegios ¡se ve que las mujeres tenemos tantos! “El sexo femenino ha tenido generalmente el privilegio de eludir las guerras.”
Las guerras, por más en contra de ellas que podamos estar todas las personas que escribimos o leemos esto, están íntimamente ligadas con la vida política de los pueblos y los estados. Este privilegio, si es que se le puede llamar así, no es más que una consecuencia de la exclusión de las mujeres de toda vida política. Los animales de compañía y los declarados inútiles tampoco han ido nunca a las guerras. Por el contrario, las violaciones en masa han sido utilizadas sistemáticamente como arma de guerra. Por lo tanto, decir que el sexo femenino ha tenido generalmente el privilegio de eludir las guerras es una falsedad aberrante, androcéntrica a más no poder, que iguala “sufrir una guerra” con “ser llamado a filas” y que ignora descaradamente el hecho de que precisamente las mujeres han tenido y tienen, generalmente, la desgracia de ver su cuerpo usado como campo de batalla en los conflictos bélicos.
10) No creemos, sin embargo, que se trate de ponerse a contabilizar agravios sino de analizar el contexto de cada opresión y trabajar para superarlo. De esto va el feminismo, de analizar el contexto de la opresión patriarcal en todos los cuerpos y todas las vidas, y tratar de erradicarlo. Pero Blai no lo entiende y cree que lo que estamos haciendo es “fijarse sólo en la defensa y promoción del sexo femenino, por lo que fácilmente se olvida que el hombre también ha sido y es víctima del sexismo de varias formas, y que el sexo femenino también ha participado y participa en su perpetuación”.
Pensar que el feminismo es defender exclusivamente la promoción del sexo femenino es, una vez más, no haber entendido qué es el feminismo. Si Blai supiera de qué habla sabría que a este fenómeno se le llama “los precios de la masculinidad” (también, en inglés y en contextos específicos, “mixed-blessing of male gender”), y el feminismo también los denuncia amplia y firmemente. El feminismo, porque es inclusivo, se posiciona contra las opresiones que han sufrido los hombres a pesar de ser ellos los que a menudo encarnan los valores dominantes del patriarcado: porque el feminismo no es una lucha contra los hombres, sino contra el sistema patriarcal. El patriarcado no es sinónimo de los hombres, ni siquiera de la masculinidad, sino que es un sistema de organización social profundamente injusto que, en su funcionamiento al servicio de los privilegios de los hombres, a menudo y paradójicamente los termina perjudicando. Estos perjuicios, además, a veces sólo se operan cuando empiezan a cambiar las miradas y las concepciones sobre la masculinidad, de forma que los hombres amplían su concepto de sí mismos e incluyen esferas que tradicionalmente les han sido negadas (y se ha hecho, además, procurando que se sintieran orgullosos de estas limitaciones), como pueden ser el mundo emocional o la paternidad.
11) Una de las falacias que se lee entre líneas en este artículo es pensar que el sexismo debe entenderse como un fenómeno de opresión simétrico porque el hombre también sufre opresiones. Está claro que esto no es así y que la dominación asimétrica inscrita en las lógicas del patriarcado merece ser analizada con detalle; y este es precisamente uno de los principales objetivos de los movimientos feministas. Desde las izquierdas, nunca se nos ocurriría relativizar la desigualdad económica existente entre Bill Gates y un inmigrante mexicano sin papeles explotado en una fábrica, la desigualdad simbólica construida alrededor del capital cultural entre Li Ka-shing y cualquier campesino chino o la desigualdad social que puede haber entre un ciudadano barcelonés de clase media y un mendigo. No obstante, desde los movimientos feministas nos quejamos de la constante relativización del valor de los mismos a partir de lógicas patriarcales y desde las propias izquierdas. Entendemos que el eje de desigualdad construido alrededor del sexo y el género merece ser analizado con la misma dedicación que los otros ejes de desigualdades, y no sólo eso, sino también las dificultades añadidas que aparecen cuando se suman y relacionan diferentes opresiones (perspectiva que, como hemos comentado anteriormente, dentro de los movimientos feministas se llama interseccionalidad).
12) El autor vuelve a la carga con el supuesto “feminismo dominante”: “a pesar de la aturdidora presión que ejerce el feminismo dominante promovido por las instituciones del sistema establecido..”
Bueno, lo repetiremos una vez más para que no se diga. Las instituciones del sistema establecido no son feministas, a pesar de que podamos tener instituciones que incluyan en su denominación expresiones que puedan parecerlo. Que haya mujeres que participen o participaran de la lucha feminista que se hayan promocionado por parte de las instituciones públicas no significa que las instituciones, entendidas como el conjunto de poder, su representación y las políticas que aplican, sean feministas. De hecho, por desgracia, la mayoría de mujeres que ostentan posiciones de elevado prestigio reproducen la mayoría de los valores dominantes del patriarcado; ésta parece ser la única manera en que una mujer puede, hoy en día, acceder a una posición de poder o de prestigio en el ámbito público.
13) La traca final (¡alerta spoiler!) es un grito heteronormativo: “Pero no olvidemos nunca que las mujeres y los hombres estamos llamados a complementarnos, a amarnos, a respetarnos”.
Respecto la complementariedad entre hombres y mujeres de la que habla Blai, nos gustaría recordarle que es precisamente ésta la idea subyacente del amor romántico que al patriarcado y al capitalismo les encanta promover. Este amor es heterosexual, es incondicional, es para siempre, y además, si no lo tienes no estás completo (especialmente, completa) ya que no tienes a nadie que te complemente (el viejo mito de la media naranja, que desde la psicología y la sexología se intenta sustituir por alternativas como el de las naranjas enteras). Ya no hablamos de si eres homosexual o no te sientes identificado con el sistema bigénero… Estas ideas son las que provocan la mayor parte de las violencias dentro de las parejas: las que hacen que “valga la pena” aguantar el dolor por este amor. Las personas feministas no nos cansaremos nunca de decir que nadie nos complementa y que somos -¡insistimos!- naranjas enteras. Y es que, de hecho, es normal que a los machistas les moleste la palabra feminista. ¿Qué más amenazador puede haber para ellos que una comprensión integral de las reivindicaciones feministas y su democratización, que pondrían freno a la credibilidad que generalmente suelen tener prácticas discursivas como las que ejerce Blai? De hecho, al final del texto, él mismo pretende hacer una vindicación de la igualdad pidiendo el fin de la guerra de sexos. Pero, como demuestran los ejemplos machistas extraídos de su texto, es incapaz de salir él mismo del paradigma de la guerra de sexos, y de la simplicidad del binomio heteronormativo. Por todo ello, sí, Blai: el feminismo es la respuesta al machismo.
Firmado:
1. Irene Aguilar Sánchez, Madrid
2. Sara Arnau. Barcelona
3. Andreu Ballús Santacana, Granollers
4. Iris Bartolomé Torrell, psicobiòloga, Barcelona
5. Lídia Brun Carrasco, Brussel•les, Bèlgica
6. Naila Caballero Jiménez, Sabadell
7. Laura Cañadas Pla, activista LGBTI, Barcelona
8. Sílvia Carrasco. Sabadell, Barcelona
9. Júlia de Cruz, psicòloga, Barcelona
10. David Curto, Sant Antoni de Vilamajor
11. Carme Godino, Almàssera (València)
12. Èlia González López, Sabadell, (Barcelona)
13. Tresa Habimana, Barcelona
14. Lidia Infante. Barcelona
15. Patricia Jiménez Herencia. Terrassa
16. Joana López. Psicóloga. Madrid
17. Raquel López. Marea Granate Viena. Viena, Àustria
18. Angels Martinez Toledo, feminista, L’Hospitalet, Barcelona
19. Júlia Mas Maresma, feminista, Sant Adrià de Besòs
20. Elena Miralles Moreno, Secretària Direcció, Barcelona
21. Cris Molins-Pueyo, Sabadell, Barcelona
22. Júlia Morros i Riera, Dosrius, Barcelona
23. Laia Narciso Pedro, Pineda de mar, Barcelona
24. Sònia Narciso Pedro, Pineda de Mar
25. Yolanda del Olmo, Madrid
26. Violeta Pazo Gil, Santa Perpetua de Mogoda (Barcelona)
27. Carmen Perales. Bruselas, Bélgica
28. Doris Pérez, Santa Coloma de Gramenet, Barcelona
29. Charo Reyes Izquierdo, antropòloga, Barcelona
30. Meritxell Riera Prims. Granollers, Barcelona
31. Maria Saladich Cubero, metgessa, Vic
32. Lidia Sayago Martínez, Sabadell, Barcelona
33. Alberto Segura Gómez, Granollers (Barcelona)
34. Ànnia Salip Ventura, Barcelona
35. David Salip Ventura, Barcelona
36. Dália Sendra. Lisboa, Portugal
37. Elisabet Tasa Vinyals, psicòloga, Barcelona
38. Judit Terés Rodríguez, Santa Perpètua de Mogoda
39. Victoria Vega Soriano, Madrid
40. Andrés Verdú Ramo, Barcelona
41. Berta Vílchez Garcia, vetlladora escolar i estudiant de Pedagogia, Sabadell
42. Rita Villà Taberner, Mataró, Barcelona
43. Sònia Vivolas Vivolas, Llagostera (Girona)
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