Beatriz Gimeno || eldiario.es
He escuchado el otro día tu declaración de que hay un Podemos para protestar y otro para gobernar y, aunque seguro que no era tu intención, he percibido cierto tonillo de suficiencia respecto a las personas que protestan. Las protestas están bien, dijiste, pero nosotros… (¿quiénes?, ¿los que no protestan? ¿los que protestan menos?) nosotros estamos aquí para ganar.
Escuché tus palabras y entonces sentí una acuciante necesidad de protestar. Porque, es cierto, yo protesto mucho. Llevo toda la vida protestando y me parece que, a mi edad, no voy a desaprender de la protesta, ni a abjurar de ella; ni siquiera ahora, cuando el Partido Popular pretende convertirla en un delito grave. Somos muchos y muchas, cada vez más, los que vamos a seguir protestando, porque protestar es lo que hace la humanidad que no se conforma, la que no se pliega al guion que otros han escrito para ella; la que se rebela y se levanta. La que conciencia que la vida no es eso que le dicen, la que sabe enseguida que la vida es otra cosa y que merece la pena luchar por ello.
La protesta nos confirma en nuestra humanidad común, nos libera y nos hace más fuertes; también más peligrosos, como demuestra el reciente Código Penal. La protesta es el grito de quien exige que se reconozca su dignidad y su igualdad radical con los demás seres humanos. Protestamos los que anhelamos otro mundo. Y mientras sigamos protestando mantendremos la esperanza en ese mundo posible, al tiempo que lo estamos preparando.
Los momentos más luminosos de la humanidad están enraizados siempre en algún tipo de protesta. Protesta intelectual, protesta colectiva, protesta individual, protesta con el cuerpo, protesta con la palabra; protesta con el valor e incluso con el miedo, protesta con los votos, protesta sostenida lo suficiente como para generar un nuevo tiempo, o protesta que se enciende como un fogonazo y después muere. Pero todas ellas fructíferas, porque la protesta vence o es derrotada pero siempre abona la tierra.
Por eso, la protesta está muy lejos de ser impotente. Sabemos que es una herramienta útil para ganar y que, de hecho, gana. Y porque gana es por lo que ahora el Partido Popular, herido como ésta aunque en absoluto vencido, quiere criminalizarla al máximo. Porque la protesta no es igual que la queja, y quizá ese ha sido tu error, que parecía que equiparabas ambas. La queja es el lamento del que se duele, es consoladora, es humana, es inevitable, pero es sólo un primer paso; a menudo muere en sí misma y se apaga; la protesta, en cambio, es la toma de conciencia política de quien abandona la queja impotente y quiere ganar; es decir, cambiar las cosas. La historia está repleta de protestas que se han ganado.
Son los y las activistas (activistas de la protesta organizada) quienes ponen su cuerpo, su inteligencia y su trabajo para que la queja individual se convierta en protesta colectiva; dan nombre a lo que pasa y lo hacen llegar a la opinión pública, cambian las agendas políticas e incluso las mentalidades sociales que es cuando, definitivamente, podemos decir que hemos vencido. Los y las activistas no sólo trabajan preparando el terreno para el momento de ganar, sino que también ayudan a la gente a vivir. Son los que con sus cuerpos paran los desahucios, son los que abren las consultas para que los inmigrantes ilegales reciban atención médica, son los que se la juegan en las huelgas, son los que salen a las puertas de sus centros, se encierran en un hospital, marchan en manifestación todos los meses o se arriesgan a una multa cuantiosa por manifestarse delante de un banco. La protesta es toda la gente de la PAH, son las mareas, somos todos los que durante años hemos contribuido a que ahora se haya abierto una posibilidad cierta de ganar.
Así pues no puede haber un Podemos para ganar y otro para protestar. Tiene que ser el mismo; y es el mismo. Desde la protesta colectiva, desde el activismo social, desde la organización y la lucha, hemos contribuido de manera fundamental a la construcción de una herramienta que se prepara para ganar; pero incluso ahora no debemos olvidar que no habría nada que ganar si no fuera porque la protesta está señalando el contenido del cambio y alimentando la certeza de que es posible. La protesta son las ganas de ganar, sin las que es completamente imposible hacerlo. No se trata de llegar y recoger los frutos cuando el árbol, de tanto que lo han agitado los que protestan, los ha dejado caer al suelo. Recojamos los frutos sí, pero sin olvidar qué es lo que mantiene vivo el árbol. Estamos en el mismo lado, compañera. Preparándonos para ganar.
He escuchado el otro día tu declaración de que hay un Podemos para protestar y otro para gobernar y, aunque seguro que no era tu intención, he percibido cierto tonillo de suficiencia respecto a las personas que protestan. Las protestas están bien, dijiste, pero nosotros… (¿quiénes?, ¿los que no protestan? ¿los que protestan menos?) nosotros estamos aquí para ganar.
Escuché tus palabras y entonces sentí una acuciante necesidad de protestar. Porque, es cierto, yo protesto mucho. Llevo toda la vida protestando y me parece que, a mi edad, no voy a desaprender de la protesta, ni a abjurar de ella; ni siquiera ahora, cuando el Partido Popular pretende convertirla en un delito grave. Somos muchos y muchas, cada vez más, los que vamos a seguir protestando, porque protestar es lo que hace la humanidad que no se conforma, la que no se pliega al guion que otros han escrito para ella; la que se rebela y se levanta. La que conciencia que la vida no es eso que le dicen, la que sabe enseguida que la vida es otra cosa y que merece la pena luchar por ello.
La protesta nos confirma en nuestra humanidad común, nos libera y nos hace más fuertes; también más peligrosos, como demuestra el reciente Código Penal. La protesta es el grito de quien exige que se reconozca su dignidad y su igualdad radical con los demás seres humanos. Protestamos los que anhelamos otro mundo. Y mientras sigamos protestando mantendremos la esperanza en ese mundo posible, al tiempo que lo estamos preparando.
Los momentos más luminosos de la humanidad están enraizados siempre en algún tipo de protesta. Protesta intelectual, protesta colectiva, protesta individual, protesta con el cuerpo, protesta con la palabra; protesta con el valor e incluso con el miedo, protesta con los votos, protesta sostenida lo suficiente como para generar un nuevo tiempo, o protesta que se enciende como un fogonazo y después muere. Pero todas ellas fructíferas, porque la protesta vence o es derrotada pero siempre abona la tierra.
Por eso, la protesta está muy lejos de ser impotente. Sabemos que es una herramienta útil para ganar y que, de hecho, gana. Y porque gana es por lo que ahora el Partido Popular, herido como ésta aunque en absoluto vencido, quiere criminalizarla al máximo. Porque la protesta no es igual que la queja, y quizá ese ha sido tu error, que parecía que equiparabas ambas. La queja es el lamento del que se duele, es consoladora, es humana, es inevitable, pero es sólo un primer paso; a menudo muere en sí misma y se apaga; la protesta, en cambio, es la toma de conciencia política de quien abandona la queja impotente y quiere ganar; es decir, cambiar las cosas. La historia está repleta de protestas que se han ganado.
Son los y las activistas (activistas de la protesta organizada) quienes ponen su cuerpo, su inteligencia y su trabajo para que la queja individual se convierta en protesta colectiva; dan nombre a lo que pasa y lo hacen llegar a la opinión pública, cambian las agendas políticas e incluso las mentalidades sociales que es cuando, definitivamente, podemos decir que hemos vencido. Los y las activistas no sólo trabajan preparando el terreno para el momento de ganar, sino que también ayudan a la gente a vivir. Son los que con sus cuerpos paran los desahucios, son los que abren las consultas para que los inmigrantes ilegales reciban atención médica, son los que se la juegan en las huelgas, son los que salen a las puertas de sus centros, se encierran en un hospital, marchan en manifestación todos los meses o se arriesgan a una multa cuantiosa por manifestarse delante de un banco. La protesta es toda la gente de la PAH, son las mareas, somos todos los que durante años hemos contribuido a que ahora se haya abierto una posibilidad cierta de ganar.
Así pues no puede haber un Podemos para ganar y otro para protestar. Tiene que ser el mismo; y es el mismo. Desde la protesta colectiva, desde el activismo social, desde la organización y la lucha, hemos contribuido de manera fundamental a la construcción de una herramienta que se prepara para ganar; pero incluso ahora no debemos olvidar que no habría nada que ganar si no fuera porque la protesta está señalando el contenido del cambio y alimentando la certeza de que es posible. La protesta son las ganas de ganar, sin las que es completamente imposible hacerlo. No se trata de llegar y recoger los frutos cuando el árbol, de tanto que lo han agitado los que protestan, los ha dejado caer al suelo. Recojamos los frutos sí, pero sin olvidar qué es lo que mantiene vivo el árbol. Estamos en el mismo lado, compañera. Preparándonos para ganar.
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