El próximo 25 de Enero una victoria electoral de Alexis Tsipras en Grecia abre muchas esperanzas a todo el sur de Europa. La hipótesis de un gobierno antiausteridad en el país más golpeado la troika y centro de todas las miradas en plena crisis del euro cobra fuerza y visos de hacerse real. Sin embargo la innegable ilusión del conjunto de la clase trabajadora griega por que lleguen al poder “los suyos” tendría que ser administrada con mucha más cautela y no alimentada en exceso. Las renuncias por el camino que lleva a plaza Syntagma han sido preocupantes.
El clima social y demoscópico señala que Syriza esta vez sí ganará las legislativas y no tropezará con la desconfianza de una población escéptica y dudosa ni con el chantaje del euro, pero en las circunstancias actuales, con la indecente campaña de presiones económicas, es más cercano un escenario equilibrista de coalición que un gobierno sólido de mayoría absoluta. En ambos casos, el margen de maniobra de la dirección del partido para llevar a cabo sus medidas cambia pero no sensiblemente.
El clima social y demoscópico señala que Syriza esta vez sí ganará las legislativas y no tropezará con la desconfianza de una población escéptica y dudosa ni con el chantaje del euro, pero en las circunstancias actuales, con la indecente campaña de presiones económicas, es más cercano un escenario equilibrista de coalición que un gobierno sólido de mayoría absoluta. En ambos casos, el margen de maniobra de la dirección del partido para llevar a cabo sus medidas cambia pero no sensiblemente.
En el más que probable caso de victoria, el verdadero desafío para Syriza comenzará el día después de las elecciones, cuando no tenga más que buscar por descarte con qué aliados parlamentarios contar para su plan de gobierno, pero sobre todo en la ingente tarea de llevar a cabo la aplicación de un programa que al menos dice ir de frente y en contra de todos: la polifónica oposición, los medios de comunicación, el establishment, la troika, en definitiva, el capitalismo europeo.
Lo cierto es que el camino recorrido desde su “dulce derrota” en 2012 erigiéndose en partido de la oposición ha sido el de un lento y seguro viraje socialdemócrata soltando lastre con renuncias de programa. Las declaraciones de sus dirigentes más conocidos siempre reflejaron un rechazo a la austeridad y a la vez una voluntad de compromiso con las clases dirigentes de la Unión Europea para reformar y estabilizar el marco económico actual, una vez eliminado por completo el fantasma de la salida del euro.
Cierto es que aun moderado, un programa mínimamente insubordinado a la troika se convierte fácilmente en subversivo a los ojos del neoliberalismo feroz en el que nos encontramos, sin embargo eso no debe llevarnos al engaño ilusorio. El de la Coalición de izquierda radical es un programa de reformas controladas basado en un “New Deal” del siglo XXI, como el mismo presidente lo quiso redefinir en 2013, basado en la renegociación de la deuda por etapas (incluso en más de una sola legislatura) y la introducción de un nuevo modelo económico neokeynesiano adaptado a Grecia.
El firme compromiso de Alexis Tsipras con su electorado no es más que el de recuperar el estado previo al “lustro negro” que inició Giorgos Papandreu en 2010 con el primer rescate, el mismo multimillonario socialista que tuvo que dimitir presionado por el FMI tras atreverse un año después a convocar un referéndum sobre los recortes de su gobierno y que ahora, con el Movimiento de los socialistas democráticos, busca apoyar un gobierno de Syriza siempre que vuelva a ofrecerse al pueblo heleno la consulta.
Atrás quedaron, ante las elecciones de Junio de 2012, la ambigüedad sobre la salida moneda única para escapar de la tiranía deudocrática, la nacionalización de ciertos sectores privatizados, someter a referéndum los últimos tratados europeos, la separación Iglesia-estado, la desmilitarización costera y la disolución de los cuerpos antidisturbios, la retirada de las tropas del extranjero, la ruptura de los acuerdos de cooperación con Israel y el cierre de las bases y la salida de la OTAN.
En la última conferencia de Tesalónica, el economista y probable ministro del ramo de Syriza, Yannis Varoufakis, dijo que las propuestas económicas serían calibradas de tal forma que no violasen ninguno de los tratados vigentes de la UE. Puesto que la moratoria de deuda que se defendió en 2012 no cabe en la actual arquitectura, Tsipras subraya ahora que “se negociará sin líneas rojas con la Unión Europea y sus instituciones un nuevo acuerdo realista a través de mecanismos que no perjudiquen la estabilidad de la zona euro”.
Pero días más tarde, presentando el programa electoral cerrado, Varoufakis fue más allá y aclaró que un gobierno de Syriza seguiría pagando la deuda aunque de forma escalonada, manteniendo la flexibilidad del mercado laboral y un superávit primario acorde con la negociación. Esta afirmación era coherente con el hecho de que el marco programático aprobado no plantea la revocación de las reformas laborales de los gobiernos de Papandreu, Papadimos y Samaras.
Igualmente fue considerado un “derechazo” por la izquierda del partido el no haber nombrado la reducción de la jornada para remitir el paro, como sí se logró colar con mucha presión y esfuerzo para las elecciones europeas pasadas. Tampoco es menos importante el cambio sobre la renegociación de las empresas privatizadas en 2012 y 2013, considerada “imposible dada la falta de liquidez” por el mismo economista.
La izquierda anticapitalista, ahogada dentro de Syriza
En estas elecciones es indudable que Syriza se convertirá en la principal herramienta de la mayoría de las clases populares para echar a los partidos de los memorándums que las han saqueado. Esto es así también porque en el reciente recuerdo colectivo se asocia a la resistencia contra la austeridad: el movimiento de las plazas (verano de 2011) y el ciclo insurreccional hasta Febrero de 2012, que puso al borde de un ataque de nervios a los mercados y a las burguesías europeas.
Syriza celebró los resultados del 17 de Junio de 2012 como una victoria real aunque quedaba como primera fuerza de oposición. Se había cargado al hegemónico PASOK como alternativa de izquierda y su irrupción alimentaba las esperanzas de quienes habían luchado en las calles. Pero desde esa misma noche de celebración en Atenas el candidato Alexis Tsipras era consciente de que haría falta un esfuerzo mayor, a nivel orgánico y político, para atravesar una legislatura y acabarla alcanzado el poder.
La primera tarea que quedó encomendada a la dirección saliente, proveniente en casi su totalidad del partido eurocomunista Synaspismós, fue la conversión de la Coalición de izquierda radical que hasta ese momento había sido en un partido unitario del tipo Bloco de Esquerda, con el objetivo de unificar la multiplicidad de corrientes políticas, algunas antitéticas entre sí. Esta operación obligaba a la unicidad en la portavocía de oposición parlamentaria.
Cabe recordar que en Syriza convivían desde su fundación en 2004 los eurocomunistas de AKOA, los socialdemócratas radicales de DIKKI, ecosocialistas, los Ciudadanos Activos del nonagenario héroe superviviente de la ocupación nazi Manolis Glezos, los altermundistas de KEDA, los maoístas de KOE y trotskistas DEA y Kokkino, entre otros grupos minoritarios procedentes de experiencias comunes (Foro Social de Atenas).
El ala moderada y aglutinadora de la experiencia que supuso el Espacio para el diálogo para la unidad y la acción común de la izquierda en el origen de Syriza, el partido Synaspismós, del que Alexis Tsipras fue el líder de sus juventudes a finales de los 90 y con algo de representación parlamentaria, sirvió como horma de zapato y núcleo dirigente de una fuerza política europea nacida a partir de las cumbres altermundistas.
A este nivel organizativo, la decisión, aunque no exenta de polémica, tomada por el equipo ejecutivo fue exigir la autodisolución, con el decidido objetivo de convertirse en un partido sin grandes y notables diferencias en su seno, de aquellas organizaciones que habían confluido en la formación de la actual Coalición de Izquierda radical, y otras, con cierta mayor autonomía (DEA, Kokkino), a hacerlo en un “plazo razonable”.
Hace un mes, la pequeña organización juvenil Kokkino, ya fragmentada al integrarse un sector en la mayoría de Syriza, se unificó con DEA, volviendo a los brazos del “hermano mayor” y reconociendo ambos proyectos de manera implícita la dificultad de defender sin ambages tesis políticas diferentes en la izquierda del partido. Si en el congreso fundacional este polo anticapitalista logró agrupar hasta el 30%, actualmente no llega al 20% del conjunto de la militancia.
Izquierda internacionalista de los trabajadores (DEA) todavía es la organización que se reconoce anticapitalista en Syriza, procedente del partido SEK (en Antarsya), el grupo SWP en el estado heleno. Sólo contempla un gobierno de Syriza por la izquierda y sin ninguna cesión a los restos del PASOK. Se opone frontalmente a una renegociación de la deuda con Bruselas y es única en no abandonar la cuestión de la moneda. Cree de plena actualidad la consigna “Ningún sacrificio por el euro”.
Otro de los objetivos prioritarios en la agenda de la convocatoria del congreso de refundación en verano de 2013 era enfilar ante el gobierno-zombie ND-PASOK y un previsible adelanto electoral unos ejes programáticos asumibles por las embajadas europeas y los EEUU. Así, se votó pronto en contra de la cancelación total de la deuda para apostar por una renegociación con la troika y fue rechazada también la enmienda de nacionalización bajo control social de bancos y sectores estratégicos.
La política de alianzas se resolvió una vez concluido el proceso de cohesión interna y tuvo lugar poco antes de las elecciones europeas el año pasado. Con la oposición de la débil Plataforma de Izquierda, que defendía la fórmula de emplazamiento a Antarsya y KKE para un “gobierno de izquierdas”, se votó mayoritariamente por apelar a las bases de Dimar (Izquierda Democrática) y el PASOK y ocupar ya conscientemente el cómodo espacio de centro-izquierda.
Esta pronunciada moderación en la preferencia de áreas templadas del electorado provocó la reacción de la Plataforma de Izquierda, y en concreto de Kokkino, el Agosto pasado, cuando se reveló por prensa un encuentro no comunicado con la dirección de Dimar, antiguo socio de coalición de ND-PASOK, para explorar alianzas electorales. Kokkino manifestó la desconfianza hacia Tsipras y denunció la “derechización de un proyecto genuinamente de izquierdas”. La respuesta de la dirección fue el ninguneo.
¿Un gobierno de Syriza reforzará la lucha de clases?
La victoria de Syriza en las pasadas elecciones europeas del 25 de Mayo, también en bastantes municipios y en el Ática, tuvo una gran importancia simbólica, sobre todo porque desalentó a la burguesía e intensificó la crisis política que ha traído la caída de Samaras y Benizelos. Aparentemente concluido, el proceso de socialdemocratización del partido y el buen clima de entendimiento alcanzado con la patronal griega, a pesar de que una parte de la población y élite política confiarían en ella, no son garantías suficientes para el capital, aunque ya empezó a rearmarse para la campaña del miedo.
Pero también estos triunfos y el acceso a las instituciones municipales y regionales han venido acompañados de un baño de realidad y una buena dosis de contradicciones. El ejemplo más esclarecedor ha sido el del gobierno del Ática, dirigido por la joven Rena Dourou, del sector moderado de Syriza. Su breve acción de gobierno ha revelado de inmediato las dificultades de imponer el programa antiausteridad, poniéndose manos a la obra con un presupuesto de ajuste en la región que ya le ha enfrentado con los funcionarios públicos y activistas ecologistas.
El lema para la campaña europea era “El 25 votamos, el 26 se van”. No fue más que una útil consigna electoral para concentrar todo el voto antigubernamental y no un proyecto real porque no se fueron al día siguiente. Es más, el voto a la izquierda creció pero nutriendo principalmente al KKE y Antarsya y fue el no-voto a la coalición de la troika el que ofreció la victoria a la formación. Todo el mundo sabía que la cita europea era importante para sacar músculo, pero no fue un paseo triunfal.
La evidente debilidad de la compleja legislatura del gobierno de coalición de la troika, con deserciones y tránsfugas parlamentarios que han llevado a que penda de un hilo su estabilidad en estos dos años, no ha sido aprovechada por Syriza para implementar un potente ciclo de movilizaciones similar al de 2011-12 y ponerse a la cabeza de un amplio frente anticapitalista con Antarsya, como le reclamaba una y otra vez a la desesperada la Plataforma de Izquierda.
Si solamente contamos el número de convocatorias de huelga general en 2012 y 2014 (8 y 3, respectivamente) tenemos un buen indicador de que, a medida que el perfil moderado de Syriza se consolidaba, la revuelta disminuía. La responsabilidad política que ha tenido para el conjunto de la izquierda el freno a la lucha de clases en Grecia, también en parte proporcional atribuible al KKE, es enorme y pronto le será achacada.
La acompasada (y casi pactada) política sindical de espera y este giro responsable de Tsipras han ido de la mano desde finales de 2013 y el amplio calendario preelectoral se ha convertido en un agujero negro que absorbía todos los despuntes de movilización. Durante meses, un importante sector de las clases populares ha dejado de creer en su autoorganización y ha puesto todas sus esperanzas en lo que podría hacer un gobierno de Syriza: resolver sus problemas estructurales y urgentes.
Una ventana de oportunidad se abrió en el segundo semestre de 2013. La decisión de los profesores de ir a la huelga en Mayo, la ocupación de la ERT (radiotelevisión griega) por los trabajadores en Junio, la segunda huelga de profesores y la huelga indefinida del movimiento estudiantil al inicio del curso y el estallido del movimiento antifascista tras el asesinato de Pablos Fyssas, que dio la oportunidad de vincular el antifascismo y la indignación obrera, crearon una mezcla social explosiva para Nueva Democracia y PASOK. Sin embargo Syriza si no sopló, dejó que se apagara la llama.
La opción por allanar de forma más óptima el calendario electoral que ha tenido desde entones hasta Diciembre la dirección de Syriza, junto con la negativa a movilizar a los suyos en sus plazas fuertes que sigue la dirección del KKE para que no se beneficie el partido de Tsipras, permitieron a las debilísimas burocracias sindicales de ahogarse en la confusión. Las repetidas huelgas generales que necesitaba la ERT no llegaron, la respuesta obrera antifascista que necesitaba el movimiento implicó a los sindicatos.
Ante este recorrido decepcionante, no hace falta ser muy adivino para temer que una vez que alcance Syriza el poder, las movilizaciones que la parieron y encumbraron van a supeditarse a la acción de gobierno y se verán poco a poco ahogadas a la espera de la promulgación de leyes en beneficio de esa expectante clase trabajadora que se arrojará a sus brazos el próximo Domingo.
Los defensores de una intensificación de las luchas obreras frente a un gabinete de Tsipras se argumentan de manera unilateral. Se pasa a menudo por alto el hecho de que el fracaso de un gobierno antiausteridad sobre el que las clases populares habrían puesto sus anhelos de cambio podría provocar una ola de desilusión y desmoralización que no haría más que alimentar las tendencias nacional-chovinistas de ANEL (Griegos independientes) o incluso recoger el peligroso cebo de Amanecer Dorado.
El abandono y desfallecimiento del conjunto de los trabajadores, desengañados con un programa de reformas moderadas y de conciliación con la burguesía griega y el capital europeo, permitiría de igual forma abordar la debilidad vinculante con el movimiento obrero. El hecho de no tener influencia directa sobre los sindicatos mayoritarios no le permite ir más allá del la simple influencia electoral.
Contra el chantaje del capital, un apoyo exigente y crítico
Sería incomprensible que desde la izquierda anticapitalista europea no saludásemos la caída del gobierno Nueva democracia-PASOK y el ascenso de Syriza como una fuerza de cambio en las instituciones griegas que va a poder limpiar las ahogadas tuberías del neoliberalismo. Negarse a ver saludable la gobernabilidad de esta fuerza es optar por que continúen los ataques inmisericordes de la troika con más violencia y se perpetúe un régimen podrido de corrupción y clientelismo que ahoga a sus población.
No cabe de ninguna forma hacerle el juego al capital y a su santa trinidad (FMI, BCE y Comisión europea), a Merkel y su ministro genocida Schäuble y a la alianza neoliberal-socialdemócrata en el Parlamento Europeo. Esta escandalosa segunda y redoblada campaña de miedo orquestada a todos los niveles es una excelente demostración del pavor que tiene la burguesía de que una de sus jugadas no le haya salido del todo bien.
Pero apoyar entusiastamente, como se ha venido haciendo de forma ciega desde 2012 hasta ahora por parte de los revolucionarios, y conociendo su progresivo giro al centro sin retorno, a Alexis Tsipras, sin señalar críticamente que su aún incierto “gobierno de izquierdas” tendrá muchísimas limitaciones y unas enormes dificultades para imponer medidas que reviertan la hibernación social en que se halla la clase trabajadora griega, precisamente cuando su apoyo en las luchas y en la treintena de huelgas generales se ve fagocitado por propio interés para la gobernabilidad, resulta un error incalculable.
Es totalmente cierto, como se señala en la Declaración del Comité Ejecutivo de la IV Internacional, que “no se puede comprender la "dinámica" de Syriza sin tener en cuenta la crisis económica y el hundimiento del PASOK como pilar del sistema político tradicional” y que “la izquierda radical griega es fruto de la acumulación de toda esta experiencia social y política”. En cambio no se señala cómo todo este capital está siendo tirado a la basura, ofreciendo a la clase obrera un “todo o nada” el 25 de Enero.
No se cita que el peligro de que los dirigentes de la UE se puedan valer de lo que queda de la socialdemocracia y de la recomposición del social-liberalismo que se agrupa en torno a la decadente figura de Papandreu para embarcar en el “abrazo del oso” a Syriza en un gobierno aliado de Bruselas y Berlín es la hipótesis más plausible ¡por la misma dirección! Es la garantía ofrecida por Tsipras que se ha encargado de tremolar insistentemente en los encuentros internacionales durante esta legislatura.
Si bien estas promesas de “regeneración” por un gobierno que “acepta el marco europeo” ha calmado algo a las cancillerías, ha puesto cada vez más nerviosas a sus bases, mucho más a la izquierda. La Plataforma de Izquierda no le ha perdonado a la dirección del antiguo Synaspismós el haber sido desplazada del órgano ejecutivo y no estar integrada, al igual que la soledad en la que se ha encontrado aislada María Bolari, la diputada de DEA.
Conviene tener en cuenta que la socialdemocratización de Syriza en apenas 2 años se ha realizado con la necesaria astucia de mantener agrupado a todo un electorado militante de izquierda y una parte algo volátil de la extrema izquierda sin perder sino ampliando el centro-izquierda, alimentándose sobre todo de Dimar (Izquierda democrática). El partido sabe que no tiene opciones en la izquierda parlamentaria, ya que conocido que el KKE es tan rival y hostil a Syriza como a la derecha.
La cuestión de las alianzas postelectorales ya es un auténtico quebradero de cabeza. Las negociaciones entre Syriza y Dimar, socialdemócratas en el gobierno hasta el cierre de la ERT, han sido en este sentido muy polémicas para las bases y características de la complejidad de la correlación de fuerzas internas en el partido actualmente. Otra opción peor que se valora es apoyarse en To Potámi (Río), una nueva organización de centro liberal que quiere ser la UCD griega.
Hay que exigir de manera clara e indiscutible el cumplimiento por parte del gobierno, independientemente de sus alianzas, de un programa nítidamente de izquierdas, que en Grecia ahora pasa por frenar la austeridad y revertir los ataques sociales y laborales ejecutados desde el primer memorándum de 2010. Se debería poder modular desde un apoyo vigilante y crítico (como el que prometía Kokkino en Agosto del año pasado) hasta la denuncia de las posibles cesiones.
Empujar a Syriza hacia la ruptura desde la izquierda revolucionaria
Syriza es la papeleta de cambio para una mayoría social en Grecia pero no debería ser la opción de los revolucionarios. Debe ir toda nuestra solidaridad con el pueblo heleno ante unas elecciones cruciales, pero este apoyo exigente a dar unos primeros pasos valientes y sin traspiés contra las instituciones burguesas y su coerción para revertir todas las medidas de los memorándums sin aplazarlas sine die no implica apoyarla.
Ante el riesgo de una gestión más social-liberal que socialdemócrata regeneracionista de la crisis por Alexis Tsipras bajo un gobierno de coalición o apoyos puntuales con los restos del centro-izquierda, la izquierda anticapitalista y revolucionaria debe ponerse detrás de las fuerzas más combativas y radicales de Syriza para empujar, desde una clara independencia de las organizaciones reformistas que lideran la formación, para presionar en un sentido decidido de avanzar hacia ruptura frente a los titubeos.
Contra la violencia de los memorándums y la embestida del capital financiero, que no va a ceder en la negociación a la que va a obligar al próximo ejecutivo griego a sentarse con las espadas en alto, es necesario un firme contraataque y no los ingenuos “paños calientes” que proporciona parte de la izquierda a la izquierda del social-liberalismo. Una actitud muy hostil de la troika no admitiría un recule, y para eso es imprescindible la presión de Antarsya y del desmoralizado sector anticapitalista de Syriza.
A medio plazo tampoco podrá el gobierno de Syriza desentenderse de cómo luchar contra los dictados de Bruselas sin cuestionar profundamente la participación del país en la eurozona. Si el debate está casi completamente cerrado para el partido no lo está para la izquierda griega en su conjunto, y mucho menos, lo que es aún más peligroso, para la derecha nacionalista y los neonazis.
Los revolucionarios no son indiferentes a la cuestión del euro y la arquitectura de la Unión Europea y tampoco la burguesía europea, que ya diseñó en 2012 un plan en el caso de que Grecia se viera abocada sí o sí a abandonarlo. Lo superficial de separar austeridad y euro-UE es un análisis errado sobre el que la Plataforma de Izquierda incide al exigir ningún sacrificio más en nombre de la moneda única.
Los trabajadores y la juventud griega han mostrado una gran voluntad de resistencia y una gran combatividad para enfrentarse a los planes de austeridad en las calles desde 2010. Hay que poner en valor la experiencia de lucha colectiva de Syriza y Antarsya en las huelgas generales de 2011-12 para subrayar el papel correctivo y de contrapeso de la izquierda anticapitalista que procede de ambas formaciones.
Sería más que idóneo que desde el primer día del gobierno el bloque de izquierdas dentro de Syriza, de la mano de la coalición Antarsya, estuviese más que dispuesto a forzar la locomotora de la movilización si a la dirección le tiemblan los pies. Las clases populares no van a saciarse con las migajas de un menú del que ya se sabe el primer plato porque ya lo ha cocinado la troika. Si bien es cierto que el 25 de Enero se abre una oportunidad para Grecia y el sur de Europa, también para la burguesía poder recomponerse con Syriza.
La grieta del capitalismo que lleva abriéndose en el país heleno debe ampliarse y un gobierno que no lo posibilite será mucho más responsable de la derrota de quienes lo auparon. El que definitivamente opte porlos intereses de los mercados y la troika por encima de los deseos de la mayoría social trabajadora habrá apagado la llama que encendieron las plazas y las más de treinta huelgas generales que recorrieron el país. Si alguien tiene que ganar el 25 de Enero no es más que la clase obrera.
Tomás Martínez, militante de Anticapitalistas Andalucía.
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