YOLANDA
Mariano Sáncher Soler
Hoy Yolanda tendría 54 años. Resulta imposible pensar en ello, imaginarla como a cualquiera de nosotros, en las manifestaciones, en las reivindicaciones ciudadanas, en las fiestas de cumpleaños, haciendo con nosotros todo este camino vital y político, tan largo, que nos ha traído hasta aquí, a un jardín con su nombre, muy cerca de donde vivió y murió. Quienes la conocimos personalmente, quienes fuimos compañeros suyos en la lucha política, en las Juventudes Socialistas primero y en el Partido Socialista de los Trabajadores después, nunca podremos olvidarla, porque forma parte de nuestra alma.
Cuando el comando parapolicial del Batallón Vasco-Español, dirigido por el ultra Emilio Hellín, dirigente armado de Fuerza Nueva, la secuestró y asesinó el 1 de febrero de 1980, de alguna manera también nos mataron a muchos de nosotros. Eso buscaban; eso busca el terror. Al quitarle la vida a Yolanda, trataban de asesinar a demasiados jóvenes comprometidos, airados, serios consigo mismo. Porque Yolanda, en su vida cotidiana y en su actividad personal de cada día, era un producto de su generación; de los nacidos al compromiso político y social en junio de 1977, posteriores a quienes lucharon en el posfranquismo y elevaron el término “desencanto” a una etiqueta de moda.
En plena transición política, bajo los gobiernos de UCD, el asesinato de nuestra amiga Yolanda nos mostró el rostro verdadero del crimen político, puso delante de nuestros ojos jóvenes e idealistas la amarga verdad. De las 598 víctimas mortales por violencia política en siete años (1975-1982), a Yolanda la conocíamos, estaba entre nosotros, compartíamos con ella demasiadas cosas; era nuestra compañera y amiga. Su proximidad cotidiana daba al crimen una dimensión íntima, un dolor casi físico, más allá de la rabia que sentíamos cuando otros jóvenes estudiantes y obreros eran asesinados por reclamar la democracia, la amnistía, la igualdad. El nuestro era un dolor personal.
En 1983, escribí una semblanza de Yolanda en El Periódico de Catalunya cuando sus asesinos iban a ser juzgados. De ella rescato algunos párrafos, porque hoy, como entonces, su memoria sigue dentro de nuestras almas:
“Dos años después de su asesinato –escribí-, Yolanda se ha convertido en otra cosa, es diferente. Muy pocos hablan ya de aquella joven menuda, de sonrisa amplia y ojos muy abiertos, nerviosa siempre, preocupada y enérgica en sus convicciones, con la tenacidad inquebrantable de sus 18 años.
“En 1979 dejó Bilbao. Allí había militado en las Juventudes Socialistas de Deusto, ocuoó la secretaría de Cultura y trabajó en la Asociación de Vecinos. En aquella ciudad emprendió el camino más difícil, pero el más acorde con sus ideas revolucionarias. Cuando se trasladó a Madrid lo hizo porque su compañero, Alejandro, su novio desde hacía un año, tenía que vivir en aquella ciudad.
“Después estudió Formación Profesional en Vallecas, representó a este instituto en la Coordinador Estudiantil de la que había sido promotora, y por las mañanas trabajaba limpiando casas y fregando suelos. Con su sueldo se mantenía. Tal era la razón de que compartiera su casa con otra joven trabajadora en idéntica situación económica. Siempre tomó una postura activa ante quienes la rodeaban. Lejos del escepticismo, sin desesperar, ocupaba su vida en el compromiso de su actividad militante: en la Coordinadora como estudiante, en Comisiones Obreras como trabajadora y en Partido Socialista de los Trabajadores.
“Yolanda –a quien todavía recuerdo discutiendo acaloradamente- formaba parte de esa otra juventud que jamás podrán vender en la rebajas de otoño, ni exponer en los escaparates de la esquina. Pero ya no es nada de todo eso. Despojada con el paso del tiempo –dos años que parecen lustros- de su calidad personal, humana y concreta, se ha convertido en otra cosa. Sobre ella se han vertido calumnias, especulaciones, mítines y poemas. Con el proceso a sus asesinos, se ha transformado en “actualidad política”, en picota contra Fuerza Nueva, en recuerdo sentimental y compañero de muchos, en odio cobarde de quienes tienen las manos manchadas de sangre. Yolanda ya es algo diferente, queda atrás la Yolanda de carne y hueso, la que muchos conocimos. Tras su asesinato, muchos estudiantes recibieron anónimos fascistas como éste: “Abandona el movimiento estudiantil o morirás como Yolanda González”. Su nombre es ya un símbolo”.
También hoy, treinta y cinco años después de su muerte, sigue siendo aquel símbolo. Duele mucho pensar que ahora tendría 54 años y podría pasear por las calles como cualquiera de nosotros, si el fascismo no la hubiera asesinado.
Mariano Sánchez Soler es escritor y periodista
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