martes, 16 de junio de 2015

“Ser joven y no ser revolucionarie es una contradicción hasta biológica”*

Pero, ¿quién puede soñar con la revolución?

Si la juventud es de por sí un periodo difícil para las personas que la atravesamos, más lo es aún para las jóvenes feministas que, conscientes de la situación de opresión en la que vivimos, hemos decidido rebelarnos en contra de un sistema asesino y desigual como es el patriarcado.

Nuestro principal campo de batalla lo encontramos en nuestra propia familia, ya que esta se ve reacia a aceptar que como mujeres no sigamos los roles de sumisión y cuidados que, por desgracia, ellas asumieron de manera inevitable hace ya mucho tiempo. Al igual que nosotras nos negamos rotundamente a aceptar que por pertenecer a este género tengamos que realizar todas las tareas de la casa o las que conlleva una reunión familiar mientras los hombres se limitan a sentarse en el sofá para hablar de lo “dura” que ha resultado la última jordana de fútbol y compartir experiencias. Las amistades, que también juegan un papel importante en nuestro día a día, tampoco muestran especial apoyo hacia los cambios de personalidad e intereses por los que pasamos, sin embrago, suelen adoptar una actitud pasiva ante nuestros comentarios y reflexiones. En general, las personas que se encuentran fuera de círculos feministas, se resignan a aceptar que sus comportamientos no son los correctos y no niegan la existencia de ciertas actitudes sexistas, homófobas, transfobas… pero sin hacer un esfuerzo por cambiarlas y deconstruirse. A menudo nos encontramos con dificultades a la hora de la comunicación, pues es frecuente el uso de expresiones degradantes para la mujer (puta, zorra, marimacho, guarra) que aunque no sean utilizadas con el fin de cohibir nuestras libertades, especialmente las sexuales, calan fuerte en el imaginario colectivo. El uso del lenguaje inclusivo plantea un gran debate, ya que en su mayoría no entienden que es tan solo una forma de invisibilizar tanto a las mujeres como a otras minorías sexuales oprimidas como las personas queer, trans, agénero…

Otro de los ámbitos más complicados para nosotras son las asambleas y los debates, ya que, aunque cueste creerlo, nuestros compañeros no hacen especiales esfuerzos por dejar la palabra a compañeras con menos experiencia, lo que dificulta nuestra tarea de empoderamiento. A menudo, nuestras opiniones son infravaloradas o nos cuesta más hacer oír nuestras voces y por ello, las mujeres necesitamos dentro de los movimientos feministas espacios de sororidad y aprendizaje en los que se nos permita desarrollar nuestro potencial al completo.

Sin embargo, más allá de la crítica, nadie se plantea como para nosotrxs el feminismo sirve como una herramienta de empoderamiento y aceptación personal, mediante la cual aprendemos a respetarnos y a respetar a les demás, y como con la educación feminista somos capaces de mejorar el sistema y las condiciones de las personas oprimidas, que por supuesto, son también las nuestras.

Por ello, lxs oprimidxs debemos unirnos para luchar en contra de lo establecido como natural. Porque nuestras opiniones valen igual que las de los hombres, porque nuestras identidades y orientaciones sexuales son igual de extrañas que las que el heteropatriarcado nos impone, y decantarnos por una de ellas no significa que estemos pasando por una etapa de revolución hormonal. Porque seamos lo que seamos tenemos un objetivo, y ese es continuar unidxs la lucha en contra del especismo, el patriarcado y el capital.

Nerea (joven feminista)
 
 
*Artículo aparecido en nuestro boletín mensual "Papeles Anticapitalistas" nº 20 (http://anticapitalistasburgos.blogspot.com.es/2015/06/papeles-anticapitalistas-n20.html)

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