Si la juventud es de
por sí un periodo difícil para las personas que la atravesamos, más
lo es aún para las jóvenes feministas que, conscientes de la
situación de opresión en la que vivimos, hemos decidido rebelarnos
en contra de un sistema asesino y desigual como es el patriarcado.
Nuestro principal
campo de batalla lo encontramos en nuestra propia familia, ya que
esta se ve reacia a aceptar que como mujeres no sigamos los roles de
sumisión y cuidados que, por desgracia, ellas asumieron de manera
inevitable hace ya mucho tiempo. Al igual que nosotras nos negamos
rotundamente a aceptar que por pertenecer a este género tengamos que
realizar todas las tareas de la casa o las que conlleva una reunión
familiar mientras los hombres se limitan a sentarse en el sofá para
hablar de lo “dura” que ha resultado la última jordana de fútbol
y compartir experiencias. Las amistades, que también juegan un
papel importante en nuestro día a día, tampoco muestran especial
apoyo hacia los cambios de personalidad e intereses por los que
pasamos, sin embrago, suelen adoptar una actitud pasiva ante nuestros
comentarios y reflexiones. En general, las personas que se encuentran
fuera de círculos feministas, se resignan a aceptar que sus
comportamientos no son los correctos y no niegan la existencia de
ciertas actitudes sexistas, homófobas, transfobas… pero sin hacer
un esfuerzo por cambiarlas y deconstruirse. A menudo nos encontramos
con dificultades a la hora de la comunicación, pues es frecuente el
uso de expresiones degradantes para la mujer (puta, zorra, marimacho,
guarra) que aunque no sean utilizadas con el fin de cohibir nuestras
libertades, especialmente las sexuales, calan fuerte en el imaginario
colectivo. El uso del lenguaje inclusivo plantea un gran debate, ya
que en su mayoría no entienden que es tan solo una forma de
invisibilizar tanto a las mujeres como a otras minorías sexuales
oprimidas como las personas queer, trans, agénero…
Otro de los ámbitos
más complicados para nosotras son las asambleas y los debates, ya
que, aunque cueste creerlo, nuestros compañeros no hacen especiales
esfuerzos por dejar la palabra a compañeras con menos experiencia,
lo que dificulta nuestra tarea de empoderamiento. A menudo, nuestras
opiniones son infravaloradas o nos cuesta más hacer oír nuestras
voces y por ello, las mujeres necesitamos dentro de los movimientos
feministas espacios de sororidad y aprendizaje en los que se nos
permita desarrollar nuestro potencial al completo.
Sin embargo, más
allá de la crítica, nadie se plantea como para nosotrxs el
feminismo sirve como una herramienta de empoderamiento y aceptación
personal, mediante la cual aprendemos a respetarnos y a respetar a
les demás, y como con la educación feminista somos capaces de
mejorar el sistema y las condiciones de las personas oprimidas, que
por supuesto, son también las nuestras.
Por
ello, lxs oprimidxs debemos unirnos para luchar en contra de lo
establecido como natural. Porque nuestras opiniones valen igual que
las de los hombres, porque nuestras identidades y orientaciones
sexuales son igual de extrañas que las que el heteropatriarcado nos
impone, y decantarnos por una de ellas no significa que estemos
pasando por una etapa de revolución hormonal. Porque seamos lo que
seamos tenemos un objetivo, y ese es continuar unidxs la lucha en
contra del especismo, el patriarcado y el capital.
Nerea (joven
feminista)
*Artículo aparecido en nuestro boletín mensual "Papeles Anticapitalistas" nº 20 (http://anticapitalistasburgos.blogspot.com.es/2015/06/papeles-anticapitalistas-n20.html)
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