Hay toda una generación joven en Turquía que ha crecido con la foto enmarcada de Tayyip Erdogan en las escuelas y administraciones públicas, el sultán conservador que desde 2002 ha sido una apisonadora política. A partir del pasado Domingo, muchos de ellos, aunque ni participaron en la revuelta de Taksim hace 2 años, han votado para que el presidente empequeñeciera su figura. Y lo han hecho con la papeleta del HDP sin ser kurdos, quizás siendo creyentes.
La gran bofetada al poderoso Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) respondía a canalizar el apabullante rechazo a un autoritarismo creciente, al proyecto de islamizar un país en dirección contraria al marcado siglo de secularización iniciada por Kemal Ataturk, a limitar su culto a la personalidad, proyectos arquitectónicos faraónicos y en salvajes privatizaciones subido en la cresta neoliberal. Taksim, la gestión de los 300 mineros fallecidos en Soma y el desprecio a todas las minorías han hecho el resto.
Después de 14 años de desafiante gobierno, Erdogan no calculó la tenacidad de sus opositores políticos y sociales, que no se achantaron a lo largo de la campaña por las amenazas, masivos arrestos de periodistas e intelectuales, constantes violaciones de las más elementales reglas democráticas, y el voto del 7 de Junio fue compacto contra el presidente-sultán, justo cuando prometía reescribir la Constitución a su imagen y semejanza sin referéndum, para una República presidencialista islámica.
No es exagerado afirmar que la jornada electoral tiene un carácter histórico para el mapa social y político turco, pues pone en el centro del análisis la “cuestión kurda”, cuya existencia es negada por Erdogan y la UE aliada. La irrupción en el parlamento de 80 diputados (con amplia representación femenina, 31) del Partido Democrático de los Pueblos (HDP) rompe la hegemonía del AKP y su proyecto presidencialista, traspasa las fronteras y convierte al pueblo kurdo en un elemento internacional de primer orden, teniendo en cuenta sus victorias frente a los yihadistas en Siria e Irak.
Los kurdos y toda la izquierda y las minorías agrupadas en el HDP necesitaban rebasar el 10% de los votos a nivel estatal, muro infranqueable colocado por la burguesía para mantener a los sectores oprimidos, y nunca rebasado por listas con candidatos del Kurdistán, para lograr presencia en una cámara de 550 escaños. La realidad es que resultaba verdaderamente difícil superar el listón ya que la fuerza se concentraba, lógicamente, en las provincias del extremo suroriental de Anatolia.
Hasta ahora, las candidaturas kurdas en las anteriores citas electorales se presentaban como una marca de agrupación de electores, a título individual y con candidatos que era independientes, fórmula que les había asegurado una representación de entre 20 y 30 diputados, llegando a un 6%. Ha sido un verdadero reto para el HDP dejar de ser el partido-voz del Kurdistán, para acoger a los “indignados”, la nueva izquierda kemalista, las minorías étnicas y religiosas, LGTBI, ecologistas, feministas.
La nueva izquierda turca también se ha beneficiado en un 2-3% de los secularistas del CHP (Partido Popular Republicano), el partido burgués kemalista que durante la campaña prometía restauración y regeneración del régimen incluso pactando con Erdogan, y que obtuvo un 25% y 132 escaños. Un 3% ha recogido las voces kurdas religiosqs que votaban al AKP. La tercera fuerza política ha sido el ultranacionalista MHP (Partido del Movimiento Nacionalista), que aumentó sus votos 4 puntos.
De esta forma el soberbio Erdogan no sólo irremediablemente ve bloqueadas sus aspiraciones de erigirse en presidente con los máximos poderes y resortes del estado, sino que es condenado o bien a gobernar en minoría y contar con la oposición, formar un arriesgado gobierno de coalición con el CHP o el MHP, o incluso a convocar unas nuevas elecciones en forma de segunda vuelta. A todas luces imposible de ocultar que importantes segmentos de la población turca dejan de ser impasibles.
Esta nueva alternativa de izquierdas no sólo barre en la región del Kurdistán, que se consolida debido a los vínculos con la guerrilla del PKK y donde su líder Selahattin Demirtas ha hecho desplomarse a los candidatos del AKP, sino que obtiene unos más que favorables resultados en el resto del país. En las circunscripciones kurdas la fuerza de Erdogan, que seducía a la población más religiosa, no ha tenido nada que ha.er con el 80% de votos al HDP. Ahora resulta imposible que Ankara siga obstaculizando un proceso de paz que culmine con un cierto grado de autonomía.
El efecto Kobane, la ciudad kurda en la frontera de Siria con Turquía acechada por el Estado islámico durante meses, y la complicidad mostrada por el gobierno de Erdogan con los islamistas, ha intensificado si más cabe la identidad y fraternidad kurda como pueblo oprimido por los estados de Oriente Medio. La misma capital del Kurdistán, Diyarkabkir, fue epicentro de la celebración, allí donde dos días antes un atentado de ultrarreligiosos empañó de sangre el mitin final del HDP con víctimas mortales.
En la Turquía central y occidental, de profundo recelo hacía las formaciones pro kurdas, el HDP se puede dar por satisfecho. En Estambul ha pasado a ser la tercera fuerza y en otras, de mayoría conservadora o kemalista, ha obtenido representación, como en la capital Ankara, Izmir o Bursa y trastoca el poder en las ciudades. Por lo tanto no estamos ante el ascenso concentrado en un punto de una fuerza netamente nacionalista, sino de la canalización de profundos deseos de cambio democrático.
El AKP post-Gezi ha perdido en total tres millones de votos y ha pasado del 49% en las elecciones del 2011 al 40,7%, pero sigue siendo el partido más fuerte del país con 18 millones de votos. El ecologista y carismático Demirtas, coportavoz del HDP, afirmó que la victoria “es la de todas las identidades étnicas que viven oprimidas en este país, los kurdos, los armenios, los bosnios, y de todos los excluidos que quieren vivir juntos, en paz y en libertad su fe, los alevís, los suníes, los yazidíes”.
La brecha que abre el HDP es la de las y los oprimidos en Turquía, la de un nuevo reformismo radical en donde los pocos sectores revolucionarios son los más ligados a la guerrilla independentista del PKK, que une a los declarados enemigos de Erdogan y su régimen con los nuevos sectores de estudiantes, trabajadores, abrazando diferentes sectores sociales y culturales. Esta convergencia política en el plano electoral no habría sido nunca posible sin la experiencia de la revuelta de Taksim y la acumulación de luchas contra las políticas represivas y neoliberales.
Tomás Martínez, militante de Izquierda Anticapitalista Revolucionaria IZAR Almería
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