Enrique Valdivieso |Kaos en la Red
Los ataques en forma de mentiras y difamaciones a Pablo Iglesias y a la apuesta política que supone Podemos vienen a añadirse a una larga trayectoria en el uso irresponsable, por parte de algunos medios, del miedo como catalizador de procesos sociales que impiden el debate democrático. Tras las elecciones del 25M el mapa político en el Estado español ha registrado, si bien con retraso, parte del sentir social de indignación que viene recorriendo como una ola nuestras vidas desde mayo del 2011. La irrupción de Podemos, con 1.250.000 votos y 5 eurodiputados, ha supuesto un punto de inflexión en ese proceso de transformación de la indignación en cambio político comprendido por muchos como una necesidad frente a un sistema sordo a las demandas populares. La traducción política de éste fenómeno queda representada en lo que se ha venido a denominar un “bloqueo institucional” por parte de las élites políticas en connivencia con el poder económico oligárquico. Una suerte de proceso que culmina de forma límite cuando el sistema, a diferencia de uno radicalmente democrático, es incapaz de asumir las contradicciones y tensiones que en su seno se generan y de resolverlas mediante procesos participados por la ciudadanía en los que las decisiones atiendan al interés colectivo mayoritario. Nos topamos con que la democracia realmente existente, de baja calidad pero con cierta capacidad de negociación en torno a pactos capital-trabajo y garantista en lo que a derechos individuales y colectivos se refiere, ha perdido toda capacidad de concesión, tornado así en régimen. Un sistema encerrado en sí mismo e incapaz de agregar cualquier elemento ajeno a su propia condición que solo puede servirse del uso de la herramienta-miedo como espita para expulsar la tensión acumulada por la olla a presión de una democracia hinchada en las calles que no tiene por donde salir. Es así como nos lanzan machaconamente desde las instituciones una idea que debemos de asumir: democracia si, pero siempre y cuando esté dentro de los estrechos límites que marca el no salirse de lo constituído. Siempre y cuando estas prácticas democráticas no hagan peligrar el statu quo pese a instituir una realidad insoportable para la mayoría de la sociedad y privilegiar cada vez más a unos pocos. Resignación.
Los medios de comunicación juegan, en lo referido a difundir y amplificar ésta idea, un papel clave en el sostenimiento de cualquier régimen más si cabe cuando éste se encuentra acaecido de una crisis de legitimidad profunda como es el caso del nuestro, cuyos estertores traen los ecos del 78. Hemos asistido durante estas semanas post-electorales a través de ciertos medios de comunicación a un nuevo episodio que ejemplifica el hilo conductor existente entre una casta cada vez más arrinconada y unos medios de comunicación al servicio de los intereses de las élites políticas y económicas. Los ataques en forma de mentiras y difamaciones a Pablo Iglesias y a la apuesta política que supone Podemos vienen a añadirse a una larga trayectoria en el uso irresponsable, por parte de algunos medios, del miedo como catalizador de pulsiones viscerales profundas arraigadas en la sociedad, de cuya existencia son también responsables, y sirven para hurtar a la ciudadanía el debate político sobre temas que han de ser resueltos políticamente. Ésta campaña de blindaje del régimen va encaminada a cambiar el foco de atención social a un terreno de juego favorable para sus intereses a través del discurso mediático de masas, despertando fantasmas diluidos como el de ETA y asegurando así no tener que enfrentarse a problemas reales que preocupan y sufren los ciudadanos como los desahucios, la desigualdad creciente, el paro, el exilio de nuestro jóvenes, la malnutrición infantil, etc.
La estrategia seguida, tan antigua como lo es la política, se centra en la dualización de la realidad, simplificándola de forma burlesca hasta reducir al absurdo las posiciones políticas, pasando así el debate y la discusión del terreno político al terreno moral. La creación de un enemigo interno al régimen que sirva para justificar todo tipo de medidas de excepcionalidad y urgencia, por medio de la represión, está así muy cerca. La pregunta que se sigue es clara y no deja lugar a ambigüedades ¿estas con nosotros o estás con ellos? Te posicionas políticamente ante una disyuntiva ficticia que te hace elegir entre el Bien y Mal. La enseñanza que podemos sacar de aquí a nivel práctico es: cualquiera que sea el origen desde el que sean enunciadas posiciones democráticas de disenso al discurso construido de “lo único posible”, dicho discurso será inmediatamente tachado de terrorista, y situado en ese lugar común del que se sirven los que usan el miedo para infundirlo: el eje del Mal.
Lógicamente, cuando la explicación de la crisis pasa, no sólo por la complejización de los problemas para darles solución sino por asumir responsabilidades, de las que no tienes intención de asumir en lo que a términos de justicia social y reparto equitativo de la riqueza respecta, el recurso a establecer un marco cognitivo imaginario por medio de aparatos capaces de ello, es algo más que tentador, es absolutamente necesario. Ahondando en esta crisis están entonces unos medios de comunicación cuya responsabilidad pasa por estar vulnerando uno de los derechos fundamentales recogidos en la Constitución como es el derecho a la información. Para que dicho derecho sea tal, debemos reconocer que tienen que existir mecanismos efectivos que lo garanticen, cosa que actualmente no ocurre. Tratar de reducir y asemejar democracia y libertad de prensa a un entramado de canales de televisión privados controlados por empresas que cotizan en el Ibex 35 es un insulto a la ciudadanía. Debemos plantear un debate en el que pueda participar la sociedad en su conjunto sobre si puede o no existir democracia si nuestra información proviene de medios de comunicación inscritos en un mercado de la información al servicio de intereses espurios cuya función se reduce a salvaguardar los intereses del gran capital y de la casta política que garantiza el marco de seguridad político, jurídico y social para su reproducción.
Podemos es muchas cosas, unas nos gustarán más otras menos, pero lo que si sabemos con certeza es que Podemos se sitúa dentro del espectro del campo democrático de las fuerzas políticas. Lo saben el millón doscientas cincuenta mil personas que votaron sus propuestas como herramienta de cambio y lo saben las miles de personas que aportan trabajo desde los Círculos para hacer el proyecto posible. Ganar el sentido común es no seguir tragando con las mentiras y las manipulaciones de los medios propagandísticos. Eso hace ya tiempo que una parte importante de la sociedad lo ha entendido. Cuando se habla de generar hegemonía se trata de romper con todo el entramado legitimador que antes era el sentido común de las élites asimilado por parte de la población y que ahora pasa a ser incomprensible, ofensivo en su reiteración, por verse como un ataque a los intereses de las mayorías sociales conscientes de que existen formas de hacer política de forma honrada, con mecanismos de control democráticos, con garantías para la participación y la toma de decisiones efectiva por parte de la gente organizada política y socialmente.
Nos llamaron ETA por estar en las calles exigiendo y dando soluciones a los problemas generados por sus políticas neoliberales y austericidas, nos dijeron que usásemos los “canales democráticos” de participación criminalizando así la protesta social pacífica. Aún así y pese a nunca perder los pies de la calle, lo hicimos, usamos las ILPs como la PAH y nos llamaron ETA, nos presentamos a las elecciones, entendidas por la casta en su escasa calidad democrática como la única vía de participación democrática y, como era de esperar, nos siguen tachando de terroristas. Desgraciadamente para ellos, el chollo se les ha acabado, Podemos no es Pablo Iglesias, Podemos somos decenas de miles de personas conscientes de que otra forma de hacer política, desde abajo y para las personas, es posible. Sus ataques seguirán, pues se revuelven como gato panza arriba, sin embargo, y a pesar de ellos, hemos venido para quedarnos, hemos venido para echarles.
Los ataques en forma de mentiras y difamaciones a Pablo Iglesias y a la apuesta política que supone Podemos vienen a añadirse a una larga trayectoria en el uso irresponsable, por parte de algunos medios, del miedo como catalizador de procesos sociales que impiden el debate democrático. Tras las elecciones del 25M el mapa político en el Estado español ha registrado, si bien con retraso, parte del sentir social de indignación que viene recorriendo como una ola nuestras vidas desde mayo del 2011. La irrupción de Podemos, con 1.250.000 votos y 5 eurodiputados, ha supuesto un punto de inflexión en ese proceso de transformación de la indignación en cambio político comprendido por muchos como una necesidad frente a un sistema sordo a las demandas populares. La traducción política de éste fenómeno queda representada en lo que se ha venido a denominar un “bloqueo institucional” por parte de las élites políticas en connivencia con el poder económico oligárquico. Una suerte de proceso que culmina de forma límite cuando el sistema, a diferencia de uno radicalmente democrático, es incapaz de asumir las contradicciones y tensiones que en su seno se generan y de resolverlas mediante procesos participados por la ciudadanía en los que las decisiones atiendan al interés colectivo mayoritario. Nos topamos con que la democracia realmente existente, de baja calidad pero con cierta capacidad de negociación en torno a pactos capital-trabajo y garantista en lo que a derechos individuales y colectivos se refiere, ha perdido toda capacidad de concesión, tornado así en régimen. Un sistema encerrado en sí mismo e incapaz de agregar cualquier elemento ajeno a su propia condición que solo puede servirse del uso de la herramienta-miedo como espita para expulsar la tensión acumulada por la olla a presión de una democracia hinchada en las calles que no tiene por donde salir. Es así como nos lanzan machaconamente desde las instituciones una idea que debemos de asumir: democracia si, pero siempre y cuando esté dentro de los estrechos límites que marca el no salirse de lo constituído. Siempre y cuando estas prácticas democráticas no hagan peligrar el statu quo pese a instituir una realidad insoportable para la mayoría de la sociedad y privilegiar cada vez más a unos pocos. Resignación.
Los medios de comunicación juegan, en lo referido a difundir y amplificar ésta idea, un papel clave en el sostenimiento de cualquier régimen más si cabe cuando éste se encuentra acaecido de una crisis de legitimidad profunda como es el caso del nuestro, cuyos estertores traen los ecos del 78. Hemos asistido durante estas semanas post-electorales a través de ciertos medios de comunicación a un nuevo episodio que ejemplifica el hilo conductor existente entre una casta cada vez más arrinconada y unos medios de comunicación al servicio de los intereses de las élites políticas y económicas. Los ataques en forma de mentiras y difamaciones a Pablo Iglesias y a la apuesta política que supone Podemos vienen a añadirse a una larga trayectoria en el uso irresponsable, por parte de algunos medios, del miedo como catalizador de pulsiones viscerales profundas arraigadas en la sociedad, de cuya existencia son también responsables, y sirven para hurtar a la ciudadanía el debate político sobre temas que han de ser resueltos políticamente. Ésta campaña de blindaje del régimen va encaminada a cambiar el foco de atención social a un terreno de juego favorable para sus intereses a través del discurso mediático de masas, despertando fantasmas diluidos como el de ETA y asegurando así no tener que enfrentarse a problemas reales que preocupan y sufren los ciudadanos como los desahucios, la desigualdad creciente, el paro, el exilio de nuestro jóvenes, la malnutrición infantil, etc.
La estrategia seguida, tan antigua como lo es la política, se centra en la dualización de la realidad, simplificándola de forma burlesca hasta reducir al absurdo las posiciones políticas, pasando así el debate y la discusión del terreno político al terreno moral. La creación de un enemigo interno al régimen que sirva para justificar todo tipo de medidas de excepcionalidad y urgencia, por medio de la represión, está así muy cerca. La pregunta que se sigue es clara y no deja lugar a ambigüedades ¿estas con nosotros o estás con ellos? Te posicionas políticamente ante una disyuntiva ficticia que te hace elegir entre el Bien y Mal. La enseñanza que podemos sacar de aquí a nivel práctico es: cualquiera que sea el origen desde el que sean enunciadas posiciones democráticas de disenso al discurso construido de “lo único posible”, dicho discurso será inmediatamente tachado de terrorista, y situado en ese lugar común del que se sirven los que usan el miedo para infundirlo: el eje del Mal.
Lógicamente, cuando la explicación de la crisis pasa, no sólo por la complejización de los problemas para darles solución sino por asumir responsabilidades, de las que no tienes intención de asumir en lo que a términos de justicia social y reparto equitativo de la riqueza respecta, el recurso a establecer un marco cognitivo imaginario por medio de aparatos capaces de ello, es algo más que tentador, es absolutamente necesario. Ahondando en esta crisis están entonces unos medios de comunicación cuya responsabilidad pasa por estar vulnerando uno de los derechos fundamentales recogidos en la Constitución como es el derecho a la información. Para que dicho derecho sea tal, debemos reconocer que tienen que existir mecanismos efectivos que lo garanticen, cosa que actualmente no ocurre. Tratar de reducir y asemejar democracia y libertad de prensa a un entramado de canales de televisión privados controlados por empresas que cotizan en el Ibex 35 es un insulto a la ciudadanía. Debemos plantear un debate en el que pueda participar la sociedad en su conjunto sobre si puede o no existir democracia si nuestra información proviene de medios de comunicación inscritos en un mercado de la información al servicio de intereses espurios cuya función se reduce a salvaguardar los intereses del gran capital y de la casta política que garantiza el marco de seguridad político, jurídico y social para su reproducción.
Podemos es muchas cosas, unas nos gustarán más otras menos, pero lo que si sabemos con certeza es que Podemos se sitúa dentro del espectro del campo democrático de las fuerzas políticas. Lo saben el millón doscientas cincuenta mil personas que votaron sus propuestas como herramienta de cambio y lo saben las miles de personas que aportan trabajo desde los Círculos para hacer el proyecto posible. Ganar el sentido común es no seguir tragando con las mentiras y las manipulaciones de los medios propagandísticos. Eso hace ya tiempo que una parte importante de la sociedad lo ha entendido. Cuando se habla de generar hegemonía se trata de romper con todo el entramado legitimador que antes era el sentido común de las élites asimilado por parte de la población y que ahora pasa a ser incomprensible, ofensivo en su reiteración, por verse como un ataque a los intereses de las mayorías sociales conscientes de que existen formas de hacer política de forma honrada, con mecanismos de control democráticos, con garantías para la participación y la toma de decisiones efectiva por parte de la gente organizada política y socialmente.
Nos llamaron ETA por estar en las calles exigiendo y dando soluciones a los problemas generados por sus políticas neoliberales y austericidas, nos dijeron que usásemos los “canales democráticos” de participación criminalizando así la protesta social pacífica. Aún así y pese a nunca perder los pies de la calle, lo hicimos, usamos las ILPs como la PAH y nos llamaron ETA, nos presentamos a las elecciones, entendidas por la casta en su escasa calidad democrática como la única vía de participación democrática y, como era de esperar, nos siguen tachando de terroristas. Desgraciadamente para ellos, el chollo se les ha acabado, Podemos no es Pablo Iglesias, Podemos somos decenas de miles de personas conscientes de que otra forma de hacer política, desde abajo y para las personas, es posible. Sus ataques seguirán, pues se revuelven como gato panza arriba, sin embargo, y a pesar de ellos, hemos venido para quedarnos, hemos venido para echarles.
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