Henri Wilno
Antes de esas
jornadas de combate, “Viena la Roja” tenía el aura de las
grandes conquistas sociales para los obreros y de un partido
socialdemócrata (SDAPÖ) /2, cuya poderosa milicia
armada sabría derrotar, cuando llegara el momento, a la reacción.
Todo eso se hundió en unos días, pero las premisas de la derrota
estaban inscritas en gran medida en los acontecimientos ocurridos
desde 1919. En varias ocasiones los socialdemócratas austriacos
habían parecido estar a las puertas del poder pero, en cada una de
ellas, habían retrocedido de tal forma que el enfrentamiento militar
se situó en el momento en que sin duda su hora había pasado.
Aunque, por supuesto, el éxito no habría sido seguro con una
estrategia más audaz.
1918-1919:
el retroceso ante la toma del poder
El 14 de enero
de 1918, comenzaron las huelgas en Viena y se extendieron rápidamente
a toda Austria y a otras partes del imperio austrohúngaro. En los
motivos se mezclaban el racionamiento alimenticio y la aspiración al
fin de la guerra. En un texto escrito en 1923, Otto Bauer, que era en
1918 uno de los dirigentes de la izquierda de la socialdemocracia,
insistía en la esperanza que tenían las masas “ de poder
transformar inmediatamente la huelga en revolución, de apoderarse
del poder y de ganar la paz”. El gobierno imperial parecía
impotente y, sin embargo, en lugar de ponerse a la cabeza del
movimiento, los dirigentes de la socialdemocracia austríaca, tanto
la derecha como la izquierda del partido, se dedicaron a canalizar el
movimiento, a evitar (no sin dificultades) que se desbordara
arrancando concesiones de fachada al gobierno.
En el texto
citado, Otto Bauer precisa: “no podíamos querer la
transformación de la huelga en revolución”. Insiste sobre el
riesgo de represión interna y de una eventual entrada en Austria,
para aplastar la revolución, de tropas alemanas por el norte y de
tropas de la Entente (aliados de Francia) en el sur. Como subraya
Roman Rodolsky, Otto Bauer “ para probar que la huelga de enero
estaba condenada al fracaso, construyó el modelo de una revolución
limitada a Austria, confrontada a un poderoso enemigo exterior, que
estaría él mismo inmunizado contra toda sacudida revolucionaria ”
/3, lo que era muy discutible unos meses antes del
hundimiento de los dos Imperios centrales.
En el otoño de
1918, la monarquía austrohúngara se dislocó. Más que reivindicar
el poder para los consejos de obreros y de soldados que se
desarrollaban, los socialdemócratas aceptaron dirigir un gobierno de
coalición surgido de la Asamblea Nacional provisional. Los Consejos
eran un lugar de debate político pero también de asunción de
necesidades concretas de la sociedad en una situación de crisis del
estado: abastecimiento, gestión de la vivienda, apoyo a los parados;
tomaron el control de algunas empresas. No hubo evolución hacia una
situación de doble poder, en particular debido a la hegemonía
socialdemócrata en su seno y a la confianza que los trabajadores,
incluso los favorables a una salida revolucionaria, les daban: las
elecciones a los consejos darán menos del 10% de votos a los
comunistas.
Los comunistas,
que reivindicaban una República de Consejos, no lograron que se les
uniera ningún dirigente importante de la socialdemocracia. Una
Asamblea Constituyente fue elegida en febrero de 1919, el
socialdemócrata Karl Renner se convirtió en el canciller mientras
la revolución ganaba Hungría, (el 21 de marzo de 1919) y Baviera (7
de abril). La República de los Consejos de Budapest se dirigió
hacia Viena para obtener un apoyo, pero los socialdemócratas
persistieron en su política de unión nacional.
Otto Bauer
(entonces ministro de asuntos exteriores) siempre reconoció en sus
escritos que la toma del poder habría sido posible en aquel momento,
pero sostenía que el poder proletario no habría durado, confrontado
a la contrarrevolución y a la intervención de las potencias
extranjeras. Se añadía a ello la situación económica de Austria
que, segregada del antiguo Imperio, no podía subsistir sin grandes
importaciones de carbón y de cereales. Más valía, por tanto,
conservar un partido socialdemócrata poderoso que arriesgarse a
perderlo todo.
Desde este punto
de vista, las iniciativas de los comunistas austríacos debían ser
combatidas: sus acciones en la óptica de la toma del poder en abril
y junio de 1919 fueron, por tanto, reprimidas con la participación
de los ministros socialistas, mientras que el SDAPÖ utilizaba su
influencia en los consejos obreros para aislar a los comunistas. Las
revoluciones bávara y húngara fueron abandonadas a su suerte; sin
embargo si Austria hubiera dado la mano de un lado a Hungría, y del
otro a Baviera, la situación en Europa central habría quizá sido
cambiada radicalmente /4. El aplastamiento de la
revolución húngara tuvo un eco en los consejos austríacos, que los
socialdemócratas se dedicaron a vaciar de su sustancia
revolucionaria y a hacer entrar en el molde de las instituciones. Las
funciones que ejercían volvieron poco a poco a las administraciones
y el mercado. Una ley de mayo de 1919 organizó la representación
del personal en las empresas. Otto Bauer, por su parte, insistía en
el hecho de que una colectivización de la economía necesitaba una
formación previa de los trabajadores.
Viena la
roja
En las
elecciones de 1920, los socialdemócratas fueron relegados al segundo
lugar. Perdieron el puesto de canciller en beneficio de los
socialcristianos (pero permanecieron durante un tiempo en el
gobierno). Entraron en vigor un cierto número de reformas sociales
importantes (vacaciones pagadas, reducción del tiempo de trabajo,
seguro de enfermedad, derecho de voto de las mujeres, prohibición
del trabajo de los niños, abolición de la pena de muerte, etc.): la
socialdemocracia quería demostrar que si bien renunciaba
temporalmente (?) a la revolución social, seguía luchando por más
justicia social.
Por otra parte,
el SDAPÖ cogió en sus manos la gestión de la provincia de Viena en
la que era hegemónico. El carácter federal de la constitución daba
en efecto amplios márgenes de maniobra a las autoridades de la
ciudad. En Viena, los socialdemócratas impulsaron realizaciones
considerables: construcción de grandiosas barriadas obreras dotadas
de apartamentos confortables (como el Karl-Marx-Hof) y de guarderías;
creación de centros de salud y de colonias de vacaciones; reforma de
la educación, etc. Estas innegables mejoras de la situación de los
trabajadores permitieron a los socialistas conservar una amplia base.
“Viena la Roja” se convirtió en un modelo.
La
socialdemocracia austríaca escapaba a la división del movimiento
obrero: el partido comunista seguía siendo muy minoritario, el
partido socialdemócrata contaba con unos 700.000 miembros (en un
país de menos de 7 millones de habitantes) y obtenía alrededor del
40% de los votos en las elecciones nacionales (41,1% en 1930). En las
elecciones locales, en Viena, su resultado alcanzó el 59% en 1932.
Los sindicatos de dirección socialdemócrata reagrupaban a la gran
mayoría de los asalariados sindicados.
Por otra parte,
la socialdemocracia disponía de su propia fuerza de autodefensa. Al
final de la guerra se había formado una fuerza paramilitar, la
Heimwehr, que se convirtió en una milicia antimarxista, ligada a los
partidos de derechas (socialcristianos y nacional alemanes) y
admiradora de los fascistas italianos (y más tarde, una minoría, de
los nazis alemanes). Para frenarla, el partido socialdemócrata creó
en 1923-24 el Republikanischer Schutzbund, su propia milicia de
autodefensa que contaba con 80.000 miembros (es decir, más que el
ejército regular austríaco) en 1928 en Viena y en las zonas
industriales. Los miembros del Schutzbund estaban organizados en
formaciones militares con uniformes, eran entrenados (en particular
por oficiales que formaban parte del SDAPÖ), rápidamente
movilizables y se habían creado almacenes de armamento. No era un
servicio de orden para las manifestaciones sino una verdadera fuerza
armada.
Detrás de esta
fachada brillante, la dirección socialista estaba dividida pero,
globalmente, en la práctica evolucionaba cada vez más hacia las
posiciones de la Segunda Internacional con la que sin embargo había
roto tras la guerra. El programa de socialización de la economía
adoptado en el congreso de Linz en noviembre de 1926 era ciertamente
muy radical (y violentamente denunciado por los partidos burgueses)
pero, al mismo tiempo, el partido adoptaba la vía parlamentaria.
El giro
de 1927
El año 1927
constituyó un punto de giro. El 30 de enero, el Schutzbund había
organizado una contramanifestación pacífica frente a una
concentración prevista por la Heimwehr en una pequeña ciudad de
provincias. Dos de los manifestantes del Schutzbund fueron muertos
por disparos. Los asesinos fueron juzgados y puestos en libertad el
14 de julio. Este veredicto desencadenó una indignación inmediata
entre los trabajadores. Sintiendo el peligro, el jefe de la policía
vienesa tomó contacto con los dirigentes socialdemócratas para
preguntarles si tenían la intención de manifestarse. Éstos
respondieron con la negativa. Era efectivamente así: habían
decidido no hacer nada salvo un artículo de protesta en el “Arbeiter
Zeitung”.
La tensión era
tal que, hacia la medianoche, los trabajadores de la electricidad
enviaron una delegación a ver a los dirigentes del partido: el corte
de la corriente eléctrica era la señal de la huelga general
insurreccional, a continuación los miembros del Schutzbund debían
armarse. Al saber la noticia de la llegada de la delegación los
dirigentes del partido desaparecieron /5.
Por la mañana,
los obreros se manifestaron por el centro de Viena. En un tomo de su
autobiografía publicado en 1980, Elias Canetti, premio Nobel de
literatura, que entonces tenía 22 años, estudiante y no militante,
cuenta: “ Siento aún la indignación que me invadió cuando
tuve en mis manos el periódico “Die Reichpost” [diario
gubernamental]; había un enorme titular: “Un veredicto
justificado” (...) Desde todos los distritos de la ciudad, los
obreros afluyeron en nutridos cortejos hacia el Palacio de Justicia
que, solo con su nombre, encarnaba para ellos la injusticia. Mi
propio ejemplo me mostró cómo esta reacción fue espontánea. Fui a
la ciudad en bici para unirme lo más rápidamente posible a uno de
esos cortejos.
Los obreros,
ordinariamente tan disciplinados, dando toda su confianza a sus
dirigentes socialdemócratas, satisfechos de su forma ejemplar de
gestionar la municipalidad de Viena, los obreros actuaron ese día
sin el asentimiento de sus dirigentes. Cuando dieron fuego al Palacio
de Justicia Seitz,el alcalde de Viena, montado en un coche de
bomberos, con el brazo levantado, les cerró el camino. Su gesto fue
ineficaz: el Palacio de Justicia siguió ardiendo. La policía dio la
orden de disparar: hubo noventa muertos ” /6.
El Schutzbund,
que el partido había acabado por movilizar, tuvo como única misión
intentar calmar a la multitud. Yvon Bourdet escribe que el 15 de
julio de 1927 puede ser considerado como el “gran giro y el
comienzo del declive de la socialdemocracia austríaca”. Ésta
había progresado en las elecciones de abril de 1927, pero la
credibilidad de una acción determinada del Schutzbund había quedado
gravemente dañada; el bloque de los partidos burgueses apoyado por
la Heimwehr se lanzó entonces a la ofensiva; empleó la “táctica
del salami”: cada una de sus acciones, incluso en violación de la
Constitución, no parecía suficientemente grave como para justificar
la insurrección armada, pero marcaba un retroceso de las posiciones
de fuerza de los trabajadores y les desmoralizaba. Por otra parte,
sobre todo a partir de 1931, la crisis económica provocó un ascenso
del paro y puso en dificultades el “modelo social” vienés.
Al mismo tiempo
se confirmaba el deslizamiento hacia la derecha de una amplia parte
de la dirección socialdemócrata y de sus responsables sindicales.
En fin, los nazis comenzaban a emerger en Austria; partidarios de la
unión con Alemania, estaban en oposición al bloque de los partidos
burgueses y de la Heimwehr que, apoyado por Italia, evolucionaba
hacia un “austro-fascismo”.
Hacia el
final
Frente a la
crisis, los sindicatos socialdemócratas apoyaron incesantes
retrocesos en el terreno de la defensa de los salarios y de las
condiciones de trabajo. Bajo el impacto del paro (en 1933, la tercera
parte de la población activa no tenía ya trabajo) pero también de
la desmoralización, los efectivos sindicales retrocedieron mientras
que las provocaciones gubernamentales se multiplicaban. Sin embargo,
en las elecciones de 1930, la socialdemocracia obtuvo aún el 41,1%
de los votos.
La Heimwehr fue
integrada en el gobierno del canciller Dollfuss. En febrero de 1933
tuvo lugar una huelga de ferroviarios. El gobierno respondió
utilizando el ejército, deteniendo a los huelguistas y sancionando a
los trabajadores. El 4 de marzo de 1932, sacando provecho de un
bloqueo parlamentario, Dollfuss comenzó a gobernar por decreto. El
15 de marzo, hizo intervenir a la policía para impedir la reunión
de la Asamblea. El Tribunal Constitucional fue también puesto fuera
de juego. Frente a una tal violación de la Constitución, hubiera
sido el momento de actuar. Como explicó posteriormente Otto Bauer, “
habríamos podido responder el 15 de marzo llamando a una huelga
general. Nunca las condiciones de éxito habían sido mejores. Las
masas de los trabajadores esperaban nuestra señal (...). Pero
retrocedimos, completamente desconcertados, ante el combate ”.
El camino hacia
el austrofascismo estaba abierto. El 31 de marzo, el Schutzbund fue
disuelto, luego vino la censura de la prensa, la prohibición del
partido comunista (y del partido nazi: el proyecto de Dollfuss era un
estado autoritario en una Austria independiente, mientras que los
nazis querían la unión con Alemania), el restablecimiento de la
pena de muerte, la creación de campos para los opositores políticos,
la destitución de las direcciones sindicales electas. El SDAPÖ se
contentaba con protestas verbales. La desmoralización de los
trabajadores y de los militantes socialdemócratas no dejaba de
crecer, alcanzando incluso al Schutzbund.
En enero de
1934, Dollfuss estaba ya decidido a librarse del partido
socialdemócrata y la dirección del partido lo sabía. El 21, la
venta del “ Arbeiter Zeitung” fue prohibida y luego
comenzaron las pesquisas para apoderarse de las armas del Schutzbund.
El 11 de febrero, Fey, vicecanciller y jefe de la Heimwehr de Viena
declaraba: “mañana nos pondremos a trabajar y vamos a hacer un
trabajo radical”. Al mismo tiempo, los dirigentes del
Schutzbund de la ciudad de Linz decidieron que se resistirían ante
cualquier tentativa de desarmarles. La dirección del partido intentó
disuadirles pero el mensaje en ese sentido no llegó a Linz y, el 12
de febrero, los policías que venían a registrar los locales del
partido socialistas fueron recibidos con disparos.
Ante estas
noticias, estallaron huelgas espontáneas en Viena y miembros del
Schutzbund fueron a buscar sus armas. La dirección socialdemócrata
estaba sorprendida. Otto Bauer y Julius Deutsch (el jefe del
Schutzbund) se sumaron a la necesidad de la huelga general y de la
insurrección. Pero fue a regañadientes, con un solo voto de
diferencia en la dirección, como fue finalmente lanzado una
convocatoria de huelga general y a la movilización del Schutzbund.
Paralelamente,
era intentada una última concertación con el presidente social
cristiano del Land de Viena... Mientras los dirigentes discutían, se
perdían horas preciosas en medio de la confusión. Por ejemplo, se
distribuyeron armas que luego fueron recuperadas porque había que
esperar...
“Nosotros
mismos éramos la dirección”
Mientras los
dirigentes de la derecha del partido permanecían pasivos, al margen
de la insurrección, los de la izquierda no intentaron organizar y
dirigir una ofensiva. En este contexto, solo una parte de las tropas
del Schutzbund vienés se movilizó efectivamente. Fueron acantonadas
en sus barrios. Esto dejó tiempo al adversario para tomar posición
en la mayor parte de los puntos estratégicos y para hacerlos
inexpugnables. Sin embargo, un informe gubernamental admitió más
tarde que “las primeras horas de la tarde, hasta alrededor de
las 14:30 h, habían representado un cierto período de debilidad”
/7. Si, como estaba previsto, el Schutzbund hubiera
ocupado entonces los puentes, las estaciones, los puestos de policía,
los centros de comunicación, etc., la correlación de fuerzas
militar habría sido diferente.
El precio a
pagar por una movilización espontánea e improvisada, tardíamente
avalada sin entusiasmo por la dirección central, fue la
desmovilización de amplios sectores y una mala coordinación entre
los diferentes grupos insurrectos. La huelga general fue un fracaso:
el miedo a perder el puesto de trabajo en un movimiento sin esperanza
era muy fuerte. Los grupos del Schutzbund fueron invitados a
retirarse a los barrios obreros. Un contemporáneo presente en Viena
insiste en que, al contrario de 1927, “ no serían los
trabajadores los que invadían el centro, sino al contrario, los
soldados del gobierno quienes ganaban los suburbios habitados por los
trabajadores” / 8.
El movimiento
estaba en gran medida abandonado a sí mismo. Una fórmula resume la
situación tal como era vivida por un buen número de combatientes: “
nosotros mismos éramos la dirección” /9.
El ejército se lanzó al asalto de los barrios obreros de Viena. Los
trabajadores y los militantes se defendieron con valentía, casa por
casa, hasta el punto de que el gobierno decidió recurrir a la
artillería. Se desarrollaron combates violentos también en Graz,
Steyr y en numerosas ciudades industriales. Las fuerzas de represión
necesitaron cuatro días para acabar con la insurrección. El número
de muertes por parte de los combatientes del Schutzbund y de la
población obrera se elevó a varios centenares, mientras que la
represión y la intimidación se abatían sobre el conjunto de
Austria.
La experiencia
austriaca de 1918 a 1934 es rica en enseñanzas tanto en sus
diferentes etapas como en su conclusión. El fin heroico de Viena la
Roja contrasta con el hundimiento en 1933 del movimiento obrero
alemán, socialdemócrata y comunista. Tras la derrota de 1934 vino,
en marzo de 1938, el Anschluss (anexión a la Alemania nazi). El
austrofascismo le había abierto el camino.
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