sábado, 12 de julio de 2014

BELCHITE 1937-2014 EL CAMINO DE LA (DES)MEMORIA

Imagen general de la calle mayor

Por Oscar J. Domingo

De paso por tierras aragonesas decidimos visitar Belchite, pueblo en ningún lado y sin ninguna significación más allá de su cercanía relativa a Zaragoza, al que le cabe el dudoso honor de haber sido testigo y protagonista de una de las batallas más cruentas de nuestra guerra civil. Entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre de 1937, durante la guerra ocasionada por la sublevación militar fascista del general Franco y para evitar la caida del frente del norte, la República española lanza una ofensiva contra la Zaragoza en manos fascistas. A pesar de que ésta es un fracaso y que Santander cae , en los alrededores de Zaragoza se producirá un virulento enfrentamiento por el control del pueblo de Belchite.


Belchite, un pueblo grande y populoso para los estándares de la época (aproximadamente 3.600 habitantes) pasa a manos fascistas al inicio de la sublevación: la primera represión de los asesinos militares y falangistas ocasiona más de 200 muertes. Ya en agosto del 37 tropas anarquistas cercan el pueblo, y junto a las Brigadas Internacionales y otros destacamentos republicanos comienza el asedio a cerca de 6.000 militares, falangistas y requetés que, cobardemente se atrincheran dentro de la población. Las y los vecinos se refugian en las bodegas de las casas aunque sufrirán cuantiosas bajas. Los combates durarán casi diez días y darán la victoria al bando republicano; serán a los del bravo batallon Lincon a quienes les cabrá el honor de ser los primeros combatientes que logran penetran las defensas fascistas.

La primera medida republicana, como no podía ser de otra manera, será reasentar a la población restante lejos de la linea de frente y fuera del peligro, salvando innumerables vidas.


Simbología fascista en el pueblo nuevo

Durante los combates gran parte de las estructuras de las casas, iglesias, plazas y demás edificios de la villa sufrirán gran destrucción. La población sigue en manos republicanas hasta mediado 1938 que una importante ofensiva fascista recuperará definitivamente. El grado de destrucción del pueblo, como se ve en las fotos, es espectacular, aunque no obstante muchas familias seguirán habitando en el destruido pueblo hasta 1964.


La batalla arroja un saldo final de más de 6.000 muertes, entre habitantes y combatientes, un pueblo viejo destruido y un pueblo nuevo en el que todavía persisten símbolos de exaltación al fascismo (A pesar de que gobierna el PSOE).


El dictador Franco decidirá no reconstruir el pueblo viejo y contruir el “pueblo nuevo” al lado, dejando las ruinas como recuerdo de la “barbarie roja”. Así, más de un millar de presos republicanos construirán un nuevo Belchite mientras son alojados en condiciones infrahumanas en un campo de concentración cercano.


El pueblo nuevo se terminará de construir en los 50 y en 1964 la última familia abandona definitivamente el pueblo viejo. En 1970 el heredero nombrado por el dictador Franco, entonces príncipe de Asturias Juan Carlos I inaugurará un monumento a los fascistas y militares sublevados que defendieron la plaza, y desde entonces hasta 2013 las ruinas del pueblo viejo han sido pasto de vándalos neo-nazis, del botellón de lxs jóvenes de la zona y de cualquiera que quisiera internarse en las ruinas históricas, destruyendo buena parte de la memoria física de lo ocurrido.
Memorial a Falange inaugurado por Juan Carlos I


El único amago de homenaje, pero no a lxs defensorxs de la legalidad republicana, sino “a la paz y la armonía” fue una placa que la burguesa democracia española colocó encima de la placa fascista que se inauguró en 1970. Sin ninguna protección ni cuidado extra los fascistas la destrozaron; aún hoy se ve únicamente el homenaje a los falangistas.


Durante este lapso de 35 años, se rodaron en el pueblo viejo películas, documentales y video-clips, pero el abandono institucional será total.


En marzo del 2013 comenzaron a ponerse en valor los restos del pueblo viejo, a hacerse las primeras visitas guiadas al escenario de los combates y a protegerse los restos. Han pasado 40 años de “democracia” hasta que la Xunta de Aragon se ha preocupado, aunque sea mínima, insuficiente e ineficazmente de uno de los escenarios de una guerra que implantó una dictadura brutal que duró cuatro décadas. El discurso “oficial” solo habla en las guías turísticas de paz, llama a solventar las diferencias políticas por medio de la palabra, equipara a las bandas fascistas que sembraron las geografía española de cunetas con los soldados y los y las milicianas que dejaron su sangre por defender la República, la revolución y el socialismo y asemeja la guerra a cualquier fenómeno atmosférico que exista, cuando habla de ella como de algo a evitar o prevenir, como si se tratará de un tornado o un vendaval.


La guerra civil que asoló nuestro país de países fue la consecuencia directa de una acción premeditada por parte de la burguesía española, del clero y de los terratenientes, que utilizaron una buena parte del ejercito y la guardia civil como lo que son; cuerpos especiales de hombres armados (en palabras de Marx) cuyo objetivo es defender los privilegios de las minorías poseedoras.


Antes de la guerra la clase trabajadora del estado español, el campesinado y otras capas sociales ya llevaban años brindando a la historia episodios gloriosos de lucha. La sublevación fascista fue el paso lógico dada la concatenación de los hechos para las clases poseedoras de la piel de toro, no puede compararse con cualquier hecho natural irremediable.


Luego llegó la falsa reconciliación en la Transición en la que, unos mediante fusiles y otrxs mediante pactos ignominiosos trataron de echar un nuevo manto de olvido sobre los hechos puros. Hoy lxs demócratas narran los episodios heroicos de la guerra y la revolución españolas como quien habla de los movimientos migratorios del pueblo íbero, con un desapasionamiento histórico que pretende obviar un legado de rebeldía y una historia que tejieron miles de mujeres y hombres dignxs. Mientras, los símbolos republicanos son perseguidos, las cunetas siguen repletas y entre los medios de comunicación de masas y los partidos de un régimen heredero pretenden hacernos olvidar.


Belchite, como tantos otros nombres, pueblos y sucesos debe ser un lugar donde se honre la Memoria con mayúsculas, no un espectáculo insípido para turistas.

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