Todas las personas solemos ser muy astutas a la hora de explicar un hecho a posteriori, y sobre todo yo, que me considero un torpe a priori y un sagaz analista a posteriori del fenómeno a explicar. No obstante, y siempre a posteriori, expongo aquí mi explicación más o menos certera sobre los resultados de las elecciones andaluzas.
Advierto que no hablaré de los análisis realizados por la dirección de Podemos acerca de la mayor fidelidad de voto de la población anciana, no por no estar de acuerdo con ellos (todo lo contrario), sino porque ya están dichos y porque, aunque me parecen un buen análisis de las causas externas, son en cierto modo auto-complacientes por carecer de la necesaria autocrítica, es decir, del intento de búsqueda de las causas internas y de su relación con “lo externo”.
El pasado 22 de marzo el PSOE-A ganó las elecciones andaluzas. Y aunque gana con el peor resultado de su historia en Andalucía y perdiendo cerca de 130.000 votos, esto es visto como una victoria. Y esto es así porque logra mantener, apesar de haber instigado y gestionado los recortes en Andalucía, los 47 escaños y ser además, vista la hecatombe del PP, el partido más votado con un 35,43% y casi 400.000 votos más que el Partido Popular. Este último, junto con Izquierda Unida, son los dos grandes derrotados en las elecciones andaluzas: el PP pierde medio millón de votos y pasa de 50 a 33 escaños (26,76%) e IU pierde más de 150.000 votos y pasa de 12 a 5 escaños (6,89%). Podemos entra con fuerza, pero no logra horadar la base social del PSOE, y pese a que consigue por primera vez representación parlamentaria con 15 escaños (14,84%), este resultado es visto como una derrota, pues no hace mella en el número de diputados del partido de gobierno, aunque sí a su puntal por la izquierda. Cuidadanos entra fuerte haciendo de cesta de los votos anticorrupción de la derecha, ganando gran parte de los votos perdidos por el PP (unos 370.000) y consiguiendo 9 diputados.
La irrupción de Ciudadanos ha roto la ficción de la transversalidad del voto de Podemos que mantenía el equipo dirigente de Iglesias, y ha situado a Podemos definitivamente en el campo sociológico de la izquierda. Así, Podemos parece galopar en lo electoral sobre el descontento hasta ahora abstencionista, sobre la base social de Izquierda Unida y sobre un sector de votantes provenientes del PSOE.
Por otro lado, pese a las hipótesis que vinculan la fidelidad de voto con la edad, lo cierto es que la intención de voto hacia los partidos mayoritarios parece haberse movido poco o muy poco desde las elecciones europeas de hace un año en las que el PSOE en la comunidad obtenía un 35% y el PP un 26%. Parece como si el consenso social se hubiera estancado en una fotograma y la película no avanzase. Es como si todos los sectores de la población que han roto con el bipartidismo ya lo hubieran hecho y a ellos no se suman otros nuevos desde mayo de 2014. ¿Quién o qué ha congelado la imagen? ¿Por qué, pese a haber perdido más de 600.000 votos, el bipartidismo sigue manteniéndose en Andalucía? ¿Por qué no sigue menguando su base social después de haber seguido aplicando las políticas de recortes y austeridad de la Troika?
Para Podemos la explicación a estas preguntas no puede buscarse únicamente dentro o fuera, como si ambos espacios no estuvieran comunicados. Y esta explicación debe considerarse teniendo en cuenta algo que todos, excepto la actual dirección de Podemos, parecen tener claro: Podemos funciona dentro de las coordenadas de la izquierda, tanto en lo social como en lo político.
Para comenzar a buscar respuestas debemos tener en cuenta que desde la aparición de Podemos hemos asistido a una recesión de la fuerte movilización social que se mantenía hasta hace un año y en la cual las marchas por la dignidad del año pasado fueron su último gran exponente. Y en este nuevo escenario de despunte de la movilización, Podemos ha tenido responsabilidad directa e indirecta. Existen tres aspectos elementales que tienen que ver con la relación de Podemos y el desinfle de la movilización social.
El primero de ellos es que muchos de los y las activistas que animaban y animábamos los distintos espacios de la movilización, estamos comprometidos y comprometidas con Podemos y enfrascados en su estructuración y en sus múltiples procesos electorales: se han retirado activos importantes de la calle para ponerlos a disposición casi exclusivamente de la construcción partidaria.
El segundo aspecto es el que hace que Podemos sea un freno en la movilización debido a que supone para un gran sector de las clases populares y de la clase trabajadora una esperanza de cambio electoral: no hay movilización porque los sectores desencantados están esperando a que Podemos entre en el gobierno y les solucione los problemas. En este sentido la propia expectativa de cambio por la vía institucional bloquea la movilización en la calle.
Por último, hay que tener en cuenta que la propia dirección de Podemos mantiene una orientación activa de freno a la movilización social. Cuando determinadas personas insignes de la dirección de Podemos mantienen el discurso de que la movilización de las clases populares no sirve para nada y que en su lugar debe actuar Podemos, en ese momento la relación entre la existencia de Podemos y el freno de la movilización social no es sólo indirecta o pasiva, sino que pasa a ser además directa y activa debido al lugar que la dirección de Podemos ocupa en la psique de ciertos sectores de la población. A estos se les está diciendo que abandonen las calles y esperen a las urnas.
Lo más curioso de este proceso es que mientras que Podemos bloquea indirecta y directamente la movilización social, socava a la vez las bases de su propio crecimiento. El contexto social que hizo posible el parto de Podemos fue un contexto con una gran contestación social en el que la crítica radical nacía no sólo de los movimientos de lucha tradicionales (mundo sindical y estudiantil), sino también de nuevos movimientos sociales con una idea fuerte de democracia (movimiento 15M, mareas, PAH, etc). La realidad de los recortes, la austeridad y la corrupción del sistema eran traducidas en las diferentes asambleas y contestadas con paralizaciones vecinales de desahucios, huelgas, concentraciones, manifestaciones y marchas. Las políticas de la Troika, su digestión y contestación social por parte de las y los de abajo crearon un escenario en el que el consenso social giraba hacia la izquierda y en el que por primera vez era posible un discurso rupturista con audiencia de masas. En esa brecha abierta en el sistema nace Podemos. Por lo tanto, es lícito preguntarse si en un proceso de desmovilización y abandono ordenado de la calle por parte de la clase trabajadora es posible que Podemos siga acumulando una base social tal, capaz de disputar las instituciones al bipartidismo. Podemos no puede saltar en tan solo un año por encima de las condiciones sociales que lo vieron nacer. Pero tampoco puede pensar en la movilización de forma electoralmente utilitaria, en tanto y en cuanto esta hace acrecentar su audiencia, sino que además debe pensar en la movilización de forma estratégica. La movilización de amplias capas populares va a ser un elemento fundamental para la implementación del programa de Podemos, mientras que refuerza además un cuestión clave: la auto-organización de la gente trabajadora. Sin estos dos elementos: movilización y auto-organización de la clase trabajadora, no sólo Podemos se irá quedando sin base social y electoral, sino que además el Programa será reducido a la nada por las presiones de las clases dominantes y sus instituciones. El consenso social generado en el último periodo de movilización tiene fecha de caducidad en tanto que no se mantenga dicha movilización. Las cuestiones subjetivas no son para siempre. Las tesis dentro de Podemos que abogan por ocupar un espacio amplio, trasversal entre las actuales derecha e izquierda, ven un tablero quieto con unas posturas estáticas y un Podemos sin ombligo dispuesto a ocupar los espacios que ya existen. Por eso, la movilización social es vista como una injerencia que tensa a Podemos y lo fuerza a posicionarse. Pero ni el tablero está quieto ni las posturas son inamovibles. Y si no es la movilización social quien tira del consenso de la clase trabajadora a la izquierda, serán la propaganda, la rutina y el hastío quienes tiren de nuestro consenso hacia la derecha.
Es muy sintomático que las bases electorales de PSOE y PP en Andalucía a penas se hayan movido desde las elecciones europeas y continúen ancladas al conservadurismo. Los recortes han estado ahí, pero lo que ha faltado es el motor que hace enfrentarse a las clases populares con sus enemigos. Con la irrupción de Ciudadanos, Podemos debe comenzar a asumir su propia naturaleza política y actuar en consecuencia implantándose de forma activa en aquellas clases cuyos intereses se reflejan en el programa. A la vez debe ser el motor y no el freno de las luchas sociales contra la austeridad, entendiendo que de cerrarse definitivamente el ciclo de movilización abierto hace 4 años, podría disminuir también el propio suelo que pisa y quedarse sin calle por la que caminar.
Javier Valdés
Miembro de Podemos Granada
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