Por Eduardo Nabal
No
escribo contra el amor. Porque hay muchas clases de amor, la palabra
se queda pequeña y gastada, corta y larga, como hay muchas clases de
climas, temperamentos, de odios, de sentimientos, de símbolos que
cambian de significado. Escribo contra el amor como institución,
como dogma, como droga, como algo a lo que une un contrato, una
hipoteca, que cierra una puerta, que conlleva una correa invisible,
hetero o no.
Se acerca el día de San Valentín y el amor se
convierte en cosa de dos y de la sociedad en la que vivimos inmersos
con sus incuestionados “valores”. Puede llegar a ser un don
precioso o una seria amenaza para la libertad y la seguridad como
dice Laura Kippnis en su libro “Contra el amor”, que es más bien
una diatriba contra la monogamia en EEUU de finales del siglo pasado.
El amor, el deseo –como nos recuerda Foucault- nunca han sido
libres del todo, circulan, se transforman, se negocian; así que los
que lucharon por el amor libre fracasaron, en cierta medida.
Los que
lucharon porque su amor fuera reconocido no fracasaron del todo pero
fracasaron al cuestionar esas instituciones que lo apuntalan con
ferocidad como la heterosexualidad obligatoria, la pareja cerrada, el
matrimonio por la Iglesia o el juzgado y una imaginería cada vez mas
sofisticada o virtual que lo convierte en algo grande, en
cinemascope, sagrado, en algo puro y a la vez en algo de lo que hay
que hablar con reverencia y precaución. La violencia no es ajena a
las parejas del mismo sexo, porque muchas veces el disco duro que nos
precede y no conoce de orientaciones. El amor puede ser arma o el
látigo de los puritanos y a la vez el sacrificio de los inocentes,
un arma de doble filo. Pero siempre doble. Se nos venden y se nos
lanzan demasiados mensajes para llegar al amor sin saber no solo como
es sino como no tiene que ser o no ser, y de ahí surge el gran
patinazo. Y es ahí donde Disney triunfa sobre Dionisos dónde, como
decía Auden, llora la anárquica Afrodita y triste esta Eros
revolviéndose en su tumba, en su cárcel dorada. En ese nuevo
dualismo de las parejas cerradas y del amor que no construimos
nosotros sino que nos dan como y cuando tiene que ser o suceder. Y
hasta donde.