Josep María Antentas
Varios centenares de personas llenaron a rebosar el domingo 2 de marzo el salón de actos del colegio mayor San Juan Evangelista de Madrid para homenajear a Miguel Romero, Moro. Conducido por Manolo Garí, quien compartió militancia con Moro desde el Frente de Liberación Popular (FLP) en los sesenta en adelante, y Carmen Ochoa, responsable de la sección de fotografía de la revista Viento Sur, el acto estuvo concebido "como el formato de la película de su vida, aunque hayamos tenido que dejar secuencias en el taller", en palabras de ésta última.
La primera intervención fue la de Juan Manuel Morera, que militó en el movimiento estudiantil con el Moro. Tras el paso por la universidad "al final", nos dijo, "yo me convertí en ingeniero y él se convirtió en ingeniero de sus ideas y de su vida".
Le siguió Jorge Riechmann quien nos recordó dos palabras que en griego clásico pueden asociarse con imágenes de la vida y la muerte, el kronos, el tiempo de la vida a modo de un río que fluye plácidamente, y el aión, que nos evoca más bien una fuente que brota constantemente, una imagen que "se asemeja a la débil fuerza mesiánica evocada por Walter Benjamin". Riechmann concluyó su intervención con unos versos de recuerdo: "los vivos podemos hacer muy poco por los muertos pero podemos dejar que los muertos hagan por nosotros lo muchísimo que ellos sí pueden".
Continuó el acto Manolo Garí recordando el itinerario de Miguel Romero.. "Nunca se reconcilió con los vencedores de la Transición" señaló, perseverando hasta el final en un largo combate que duraría casi medio siglo. "Incansable, fue un gran caminante" concluyó.
Petxo Idoyaga, catedrático de Comunicación Audiovisual en la UPV/EHU y que fue dirigente de la LKI y director del semanario de la LCR Combate, recordó los años de la lucha antifranquista y la Transición en la que "comprendimos que había dos vías: la de la reconciliación nacional o la de la confrontación". La suya y la de Moro fue, es conocido, la segunda. Una opción que el paso del tiempo ha convertido en un ejemplo de coherencia y dignidad.
Chato Galante, exmiembro de la dirección de la LCR y hoy animador de la asociación de represaliados por el franquismo La Comuna, nos habló de la idea de la militancia que tenía Miguel Romero quien "pensaba que el discurso político no podía agotarse en la lógica de la razón, tenía que vincularse con las emociones, y así mantener su lazo con nuestra idea primitiva de cambiar la vida".
Justa Montero, también exdirigente de la LCR y militante feminista, al rememorar su trayectoria militante junto al Moro, recordó los debates de la LCR en los ochenta sobre la relación entre el movimiento obrero y los "nuevos" movimientos sociales. "Una vez", señaló,"le dije al Moro que desde la comisión de mujeres de la LCR lo definíamos como un ’ortodoxo imaginativo’ ". "Dejémoslo en ’clásico imaginativo’ " fue su respuesta. Sin duda una buena autodefinición.
El acto prosiguió con la emisión de un breve fragmento de la entrevista realizada en mayo de 2013 por el seminario de Cartografía de Culturas Radicales en el que Moro explicaba las razones de la adhesión a la IV Internacional por parte del grupo de militantes que tras el fin del FLP acabaría fundando la LCR en 1971: la vocación internacionalista e insertarse en la tradición histórica del movimiento obrero, continuando el combate "de los comunistas que habían resistido al estalinismo".
François Sabado, dirigente de la IV Internacional y exdirigente de la LCR francesa y el NPA, recordó la faceta internacionalista de Moro, y de su viaje conjunto al frente de una delegación revolucionaria a Nicaragua justo después de la caída de la dictadura de Somoza. Para el Moro,"cómo aprender de una revolución era lo más importante” en la definición de un pensamiento estratégico y “consideraba que en nuestra corriente se daba demasiado peso al programa, la historia y las referencias generales”.
Paco Robs, por su parte, explicó como conoció al Moro en los años setenta desde su papel de animador de la “comisión España” de la LCR francesa creada en 1969. A partir de los años 2000, cuando ayudaba a Daniel Bensaïd en la gestión de la revista Contre-temps, volvió a estar regularmente en contacto con él. “Teníamos mucha amistad”, señaló respecto al Moro, “aunque él no se prestaba a ninguna forma de intimidad”. Pensando en el presente y en las nuevas generaciones jóvenes concluyó: “Sí. La lucha continúa. Puedes marcharte tranquilo, Moro”.
Carmen Ochoa leyó después la aportación de Pierre y Sally Rousset, presentes en el acto, quienes conocieron a Moro en el marco del International Institute of Research and Education (IIRE) en Amsterdam, que Pierre dirigió durante los años ochenta, una institución que se convertiría en una valiosa herramienta de formación de militantes internacionalistas a la que Moro estuvo siempre vinculado, impartiendo cursos de formación... y cocinando paellas para el resto de invitados. Rousset, gran aficionado a la ornitología, solía enviarle fotos de pájaros al Moro. Una vez, al enviarle una foto de una mariquita, recibió como respuesta: “Pierre, pájaros vale, pero insectos...”.
Francisco Louça, economista y exdirigente del Bloco de Esquerda portugués tomó la palabra y recordó que la primera vez que Moro llegó a Lisboa fue el 24 de abril de 1974, en vísperas del inicio de la revolución. Aquél día el Moro tenía una cita con un miembro de una organización política amiga de la LCR española que no apareció, precisamente por estar informado ya de que el día siguiente tendría lugar el alzamiento militar contra la dictadura y estar preparándose para lo que vendría. El Moro, desconociendo la situación tomó el tren de regreso para Madrid. El día después estallaba la revolución de los claveles. Desde entonces, nos recordó Louça, “el Moro tuvo dificultades para convencer a su madre que no se dedicaba a ir desencadenando revoluciones por ahí” . “Fue”, nos dijo, “un militante. Y militar implica construcción, tiempo y pasión”. En esta tarea de construcción, en este trabajo de larga duración, en esta entrega a la pasión, “no faltaremos Moro, a ninguna cita” se despidió.
Como no podía ser de otra forma, a la intervención de Louça le siguió una interpretación a cargo del Coro de Mujeres Entre Dos, de Grândola Vila Morena, la conocida canción himno de la revolución portuguesa, coreada por el público y despedida con un sonoro aplauso. “Grândola, villa morena, Tierra de fraternidad, El pueblo es quien más ordena..”. Su significado no puede ser más actual. Los tiempos de la revolución suenan a la vez, extrañamente, muy lejos y muy cerca.
Concepción García y Laura Fernández, que trabajaron profesionalmente con Miguel Romero en ACSUR-Las Segovias, explicaron su labor en el mundo de la cooperación crítica, que entroncaba con su internacionalismo militante, y donde siempre fue un crítico implacable de la solidaridad mercantilizada y compasiva. Era alguien, recordaron, que “rehuia de los conceptos y las demandas a medias”.
Carmen Ochoa inervino para contar el interés del Moro por el mundo de la cultura, por la literatura y el teatro. “Era un gran lector de novelas”, de todo tipo, “y estuvo siempre al día con la novela negra, siguiendo a Mandel y otros colegas”. Fue el cine, sin embargo, su gran pasión artística y siempre “recordó las películas de su infancia” con cariño, a la vez que ejercía como crítico cinematográfico aficionado en el Festival de Cine de San Sebastían, al que acudió regularmente mientras la salud se lo permitió.
Siguió el pase de un vídeo de Nina Caussa, quien compartió precisamente butacas en el Festival de San Sebastián con Moro. Grabado desde Los Ángeles, unas imágenes desde el interior de un túnel de lavado con música de fondo de Joan Baez cantando Forever Young, fueron su forma de transmitir a la sala su tristeza melancólica por la pérdida de Miguel Romero.
A continuación, Antonio y Laura Camargo, padre e hija, ambos militantes de larga trayectoria, sindicalista el primero, cantante de hip hop y lingüista la segunda, cantaron a dúo la copla La Salvaora, una de las canciones favoritas de Moro. Sin duda, no es el tipo de música que uno espera en un acto de homenaje a un militante revolucionario, y una buena muestra de los variados gustos musicales y culturales del homenajeado.
Antonio Crespo, poeta y responsable de la sección de poesía de Viento Sur, leyó un poema en recuerdo a Moro. “Seguimos juntos compañero” recitó. A veces la literatura puede hacernos creer, en momentos en que no queda nada más, que lo imposible puede dejar de serlo. En el fondo de esto va la política revolucionaria. Hacer posible aquello que parece no serlo.
Martí Caussa, exdirigente de la LCR por muchísimos años y una de las figuras clave de dicha formación política, nos planteó un “elogio de la militancia creativa” en recuerdo al Moro. “Un revolucionario es alguien que trabaja para hacer realidad una revolución” recordó, y al militar “hay que ser creativo, no por qué sí, o por esnobismo, o por destacar. Sino para hacer frente a la realidad”. Un buen criterio para afrontar los inciertos tiempos actuales, donde lo único certero es la imperiosa necesidad de revolucionar el mundo.
Continuó Jaime Pastor, militante con Moro desde los años sesenta y nuevo editor de la revista Viento Sur, quien recordó los comienzos militantes de Miguel Romero en el movimiento estudiantil, “donde vivió en el curso clave del 67/68 la conquista de la hegemonía en el movimiento estudiantil y el crecimiento rápido del FLP”. Señaló algunos paralelismos entre su figura y la de Juan Andrade y destacó su labor al frente de la revista Viento Sur durante más de veinte años, que convirtieron a la publicación en una referencia para el anticapitalismo militante y en un ejemplo del periodismo militante de calidad al que Moro dedicó gran parte de sus esfuerzos políticos.
Después, siguió otro breve fragmento de la entrevista realizada en mayo de 2013 por el seminario de Cartografía de Culturas Radicales en el que Moro, hablando del 15M y de la lucha contra el tardofranquismo, recordaba como su generación “tenía muchas expectativas, y pensaba que cualquier tarea, por muy grande que fuera, la podía asumir”. Las cosas no fueron como imaginaron, pero largas décadas de combate de fueron en vano y, hoy, la crisis capitalista vuelve a dar un nuevo aliento a las esperanzas de cambio radical, aunque encondiciones muy distintas y partiendo de una situación muy desfavorable. “El 15M fue un cambio de etapa”, una nueva fase, afirmaba. Una etapa de la que aún no están escritas todas las páginas.
Manolo Garí recordó que Moro jugó en la última década y media de su vida el papel del enlace y el testigo con la nueva generación, una forma de continuar su compromiso con los oprimidos. "Ens mantindrem fidels per sempre més al servei d’aquest poble", escribió Salvador Espriu. Por ello sólo “podemos homenajearle luchando”.
Tomó la palabra después Teresa Rodríguez, sindicalista en la enseñanza y militante de Izquierda Anticapitalista, una exponente de las nuevas generaciones militantes que en los años dos mil siguieron tuvieron a Miguel Romero como una de sus referencias. “Hizo siempre grandes esfuerzos para conectar con la gente joven” recordó. Y los jóvenes conectaron muy bien con él, podríamos complementar. Una conexión tan fácil como mutuamente deseada.
Finalmente intervino Raul Camargo, miembro de la dirección de Izquierda Anticapitalista, recordando que el Moro fue “una figura imprescindible para la nueva generación militante” que tomó el relevo desde finales de los años noventa. Jugó un papel muy importante “en esta carrera de testigos que es la política revolucionaria”. “Hasta siempre socio, hasta la victoria”, acabó.
La última intervención corrió a cargo de uno de los sobrinos del Moro, Miguel Romero González, quien habló del otro Miguel Romero, el que era conocido no como Moro sino como Migue en su amplia familia que “siempre estuvo muy orgullosa de él”. Aunque era muy“reservado y discreto sobre su vida personal” era también un hombre “muy familiar”. “Seguimos palante”, “nos volveremos a encontrar” concluyó, hablando sobre su tío.
La sala en pie cantando la Internacional puso fin a un emotivo acto de homenaje que no quiso ser una despedida, sino un punto y seguido de una carrera de largo aliento.
En sus memorias, Daniel Bensaïd, cuya presencia ausente fue para algunos muy evidente, escribió: “Nos hemos equivocado a veces, incluso a menudo, y sobre bastantes cosas. Al menos, no nos hemos equivocado ni de combate ni de enemigos”.
Definitivamente el Moro no se equivocó de combate y de enemigos. Tampoco se equivocó de amigos.
La primera intervención fue la de Juan Manuel Morera, que militó en el movimiento estudiantil con el Moro. Tras el paso por la universidad "al final", nos dijo, "yo me convertí en ingeniero y él se convirtió en ingeniero de sus ideas y de su vida".
Le siguió Jorge Riechmann quien nos recordó dos palabras que en griego clásico pueden asociarse con imágenes de la vida y la muerte, el kronos, el tiempo de la vida a modo de un río que fluye plácidamente, y el aión, que nos evoca más bien una fuente que brota constantemente, una imagen que "se asemeja a la débil fuerza mesiánica evocada por Walter Benjamin". Riechmann concluyó su intervención con unos versos de recuerdo: "los vivos podemos hacer muy poco por los muertos pero podemos dejar que los muertos hagan por nosotros lo muchísimo que ellos sí pueden".
Continuó el acto Manolo Garí recordando el itinerario de Miguel Romero.. "Nunca se reconcilió con los vencedores de la Transición" señaló, perseverando hasta el final en un largo combate que duraría casi medio siglo. "Incansable, fue un gran caminante" concluyó.
Petxo Idoyaga, catedrático de Comunicación Audiovisual en la UPV/EHU y que fue dirigente de la LKI y director del semanario de la LCR Combate, recordó los años de la lucha antifranquista y la Transición en la que "comprendimos que había dos vías: la de la reconciliación nacional o la de la confrontación". La suya y la de Moro fue, es conocido, la segunda. Una opción que el paso del tiempo ha convertido en un ejemplo de coherencia y dignidad.
Chato Galante, exmiembro de la dirección de la LCR y hoy animador de la asociación de represaliados por el franquismo La Comuna, nos habló de la idea de la militancia que tenía Miguel Romero quien "pensaba que el discurso político no podía agotarse en la lógica de la razón, tenía que vincularse con las emociones, y así mantener su lazo con nuestra idea primitiva de cambiar la vida".
Justa Montero, también exdirigente de la LCR y militante feminista, al rememorar su trayectoria militante junto al Moro, recordó los debates de la LCR en los ochenta sobre la relación entre el movimiento obrero y los "nuevos" movimientos sociales. "Una vez", señaló,"le dije al Moro que desde la comisión de mujeres de la LCR lo definíamos como un ’ortodoxo imaginativo’ ". "Dejémoslo en ’clásico imaginativo’ " fue su respuesta. Sin duda una buena autodefinición.
El acto prosiguió con la emisión de un breve fragmento de la entrevista realizada en mayo de 2013 por el seminario de Cartografía de Culturas Radicales en el que Moro explicaba las razones de la adhesión a la IV Internacional por parte del grupo de militantes que tras el fin del FLP acabaría fundando la LCR en 1971: la vocación internacionalista e insertarse en la tradición histórica del movimiento obrero, continuando el combate "de los comunistas que habían resistido al estalinismo".
François Sabado, dirigente de la IV Internacional y exdirigente de la LCR francesa y el NPA, recordó la faceta internacionalista de Moro, y de su viaje conjunto al frente de una delegación revolucionaria a Nicaragua justo después de la caída de la dictadura de Somoza. Para el Moro,"cómo aprender de una revolución era lo más importante” en la definición de un pensamiento estratégico y “consideraba que en nuestra corriente se daba demasiado peso al programa, la historia y las referencias generales”.
Paco Robs, por su parte, explicó como conoció al Moro en los años setenta desde su papel de animador de la “comisión España” de la LCR francesa creada en 1969. A partir de los años 2000, cuando ayudaba a Daniel Bensaïd en la gestión de la revista Contre-temps, volvió a estar regularmente en contacto con él. “Teníamos mucha amistad”, señaló respecto al Moro, “aunque él no se prestaba a ninguna forma de intimidad”. Pensando en el presente y en las nuevas generaciones jóvenes concluyó: “Sí. La lucha continúa. Puedes marcharte tranquilo, Moro”.
Carmen Ochoa leyó después la aportación de Pierre y Sally Rousset, presentes en el acto, quienes conocieron a Moro en el marco del International Institute of Research and Education (IIRE) en Amsterdam, que Pierre dirigió durante los años ochenta, una institución que se convertiría en una valiosa herramienta de formación de militantes internacionalistas a la que Moro estuvo siempre vinculado, impartiendo cursos de formación... y cocinando paellas para el resto de invitados. Rousset, gran aficionado a la ornitología, solía enviarle fotos de pájaros al Moro. Una vez, al enviarle una foto de una mariquita, recibió como respuesta: “Pierre, pájaros vale, pero insectos...”.
Francisco Louça, economista y exdirigente del Bloco de Esquerda portugués tomó la palabra y recordó que la primera vez que Moro llegó a Lisboa fue el 24 de abril de 1974, en vísperas del inicio de la revolución. Aquél día el Moro tenía una cita con un miembro de una organización política amiga de la LCR española que no apareció, precisamente por estar informado ya de que el día siguiente tendría lugar el alzamiento militar contra la dictadura y estar preparándose para lo que vendría. El Moro, desconociendo la situación tomó el tren de regreso para Madrid. El día después estallaba la revolución de los claveles. Desde entonces, nos recordó Louça, “el Moro tuvo dificultades para convencer a su madre que no se dedicaba a ir desencadenando revoluciones por ahí” . “Fue”, nos dijo, “un militante. Y militar implica construcción, tiempo y pasión”. En esta tarea de construcción, en este trabajo de larga duración, en esta entrega a la pasión, “no faltaremos Moro, a ninguna cita” se despidió.
Como no podía ser de otra forma, a la intervención de Louça le siguió una interpretación a cargo del Coro de Mujeres Entre Dos, de Grândola Vila Morena, la conocida canción himno de la revolución portuguesa, coreada por el público y despedida con un sonoro aplauso. “Grândola, villa morena, Tierra de fraternidad, El pueblo es quien más ordena..”. Su significado no puede ser más actual. Los tiempos de la revolución suenan a la vez, extrañamente, muy lejos y muy cerca.
Concepción García y Laura Fernández, que trabajaron profesionalmente con Miguel Romero en ACSUR-Las Segovias, explicaron su labor en el mundo de la cooperación crítica, que entroncaba con su internacionalismo militante, y donde siempre fue un crítico implacable de la solidaridad mercantilizada y compasiva. Era alguien, recordaron, que “rehuia de los conceptos y las demandas a medias”.
Carmen Ochoa inervino para contar el interés del Moro por el mundo de la cultura, por la literatura y el teatro. “Era un gran lector de novelas”, de todo tipo, “y estuvo siempre al día con la novela negra, siguiendo a Mandel y otros colegas”. Fue el cine, sin embargo, su gran pasión artística y siempre “recordó las películas de su infancia” con cariño, a la vez que ejercía como crítico cinematográfico aficionado en el Festival de Cine de San Sebastían, al que acudió regularmente mientras la salud se lo permitió.
Siguió el pase de un vídeo de Nina Caussa, quien compartió precisamente butacas en el Festival de San Sebastián con Moro. Grabado desde Los Ángeles, unas imágenes desde el interior de un túnel de lavado con música de fondo de Joan Baez cantando Forever Young, fueron su forma de transmitir a la sala su tristeza melancólica por la pérdida de Miguel Romero.
A continuación, Antonio y Laura Camargo, padre e hija, ambos militantes de larga trayectoria, sindicalista el primero, cantante de hip hop y lingüista la segunda, cantaron a dúo la copla La Salvaora, una de las canciones favoritas de Moro. Sin duda, no es el tipo de música que uno espera en un acto de homenaje a un militante revolucionario, y una buena muestra de los variados gustos musicales y culturales del homenajeado.
Antonio Crespo, poeta y responsable de la sección de poesía de Viento Sur, leyó un poema en recuerdo a Moro. “Seguimos juntos compañero” recitó. A veces la literatura puede hacernos creer, en momentos en que no queda nada más, que lo imposible puede dejar de serlo. En el fondo de esto va la política revolucionaria. Hacer posible aquello que parece no serlo.
Martí Caussa, exdirigente de la LCR por muchísimos años y una de las figuras clave de dicha formación política, nos planteó un “elogio de la militancia creativa” en recuerdo al Moro. “Un revolucionario es alguien que trabaja para hacer realidad una revolución” recordó, y al militar “hay que ser creativo, no por qué sí, o por esnobismo, o por destacar. Sino para hacer frente a la realidad”. Un buen criterio para afrontar los inciertos tiempos actuales, donde lo único certero es la imperiosa necesidad de revolucionar el mundo.
Continuó Jaime Pastor, militante con Moro desde los años sesenta y nuevo editor de la revista Viento Sur, quien recordó los comienzos militantes de Miguel Romero en el movimiento estudiantil, “donde vivió en el curso clave del 67/68 la conquista de la hegemonía en el movimiento estudiantil y el crecimiento rápido del FLP”. Señaló algunos paralelismos entre su figura y la de Juan Andrade y destacó su labor al frente de la revista Viento Sur durante más de veinte años, que convirtieron a la publicación en una referencia para el anticapitalismo militante y en un ejemplo del periodismo militante de calidad al que Moro dedicó gran parte de sus esfuerzos políticos.
Después, siguió otro breve fragmento de la entrevista realizada en mayo de 2013 por el seminario de Cartografía de Culturas Radicales en el que Moro, hablando del 15M y de la lucha contra el tardofranquismo, recordaba como su generación “tenía muchas expectativas, y pensaba que cualquier tarea, por muy grande que fuera, la podía asumir”. Las cosas no fueron como imaginaron, pero largas décadas de combate de fueron en vano y, hoy, la crisis capitalista vuelve a dar un nuevo aliento a las esperanzas de cambio radical, aunque encondiciones muy distintas y partiendo de una situación muy desfavorable. “El 15M fue un cambio de etapa”, una nueva fase, afirmaba. Una etapa de la que aún no están escritas todas las páginas.
Manolo Garí recordó que Moro jugó en la última década y media de su vida el papel del enlace y el testigo con la nueva generación, una forma de continuar su compromiso con los oprimidos. "Ens mantindrem fidels per sempre més al servei d’aquest poble", escribió Salvador Espriu. Por ello sólo “podemos homenajearle luchando”.
Tomó la palabra después Teresa Rodríguez, sindicalista en la enseñanza y militante de Izquierda Anticapitalista, una exponente de las nuevas generaciones militantes que en los años dos mil siguieron tuvieron a Miguel Romero como una de sus referencias. “Hizo siempre grandes esfuerzos para conectar con la gente joven” recordó. Y los jóvenes conectaron muy bien con él, podríamos complementar. Una conexión tan fácil como mutuamente deseada.
Finalmente intervino Raul Camargo, miembro de la dirección de Izquierda Anticapitalista, recordando que el Moro fue “una figura imprescindible para la nueva generación militante” que tomó el relevo desde finales de los años noventa. Jugó un papel muy importante “en esta carrera de testigos que es la política revolucionaria”. “Hasta siempre socio, hasta la victoria”, acabó.
La última intervención corrió a cargo de uno de los sobrinos del Moro, Miguel Romero González, quien habló del otro Miguel Romero, el que era conocido no como Moro sino como Migue en su amplia familia que “siempre estuvo muy orgullosa de él”. Aunque era muy“reservado y discreto sobre su vida personal” era también un hombre “muy familiar”. “Seguimos palante”, “nos volveremos a encontrar” concluyó, hablando sobre su tío.
La sala en pie cantando la Internacional puso fin a un emotivo acto de homenaje que no quiso ser una despedida, sino un punto y seguido de una carrera de largo aliento.
En sus memorias, Daniel Bensaïd, cuya presencia ausente fue para algunos muy evidente, escribió: “Nos hemos equivocado a veces, incluso a menudo, y sobre bastantes cosas. Al menos, no nos hemos equivocado ni de combate ni de enemigos”.
Definitivamente el Moro no se equivocó de combate y de enemigos. Tampoco se equivocó de amigos.
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