Por Tomás Martínez
La noche del 15 de julio presenciamos en directo cómo un sector del ejército se levantaba contra Erdogan y su gobierno, al que en un primer comunicado acusaban de “traidor” y de haberse desviado de su mandato constitucional, por lo que su acción estaba encaminada a restaurar los valore seculares de Ataturk. Los automóviles que cruzaban el Bósforo fueron sorprendidos por tanques militares y los habitantes de Ankara vieron aviones volar muy bajo y oyeron sirenas. A pesar de que el jefe del estado mayor estuvo retenido, el presidente y la cúpula del AKP nunca perdieron del todo el control del país.
Los golpes militares en Turquía son el pan nuestro de cada día desde los años 60. El ejército ha sido tradicionalmente defensor de la laicidad del estado, pero en este caso no se trataba de esto, ya que Erdogan había depurado las fuerzas armadas de estos elementos kemalistas en su avanzado proceso de islamización que desde años avanza inexorable en todas las instituciones del estado. Por esta misma razón era muy extraño el comunicado militar difundido a primera hora, también el hecho de que el opositor y laico CHP condenara el golpe.
Desde hace más de una década se viene cociendo un conflicto social que contrapone las facciones secularizantes pro-occidentales en disputa con las islámicas, y también dentro de estas últimas. A esto obedece el hecho de que el presidente haya pedido la extradición de EEUU del predicador Fethullah Gülen, autoexiliado y antiguo aliado del AKP, de un islamismo más moderado. También fueron contundentes las condenas del socialdemócrata y pro-kurdo DHP, reprimido hasta la saciedad por el régimen, y de los ultranacionalistas y ortodoxos MHP.
Tras unas primeras horas de confusión, la situación se aclara: es un golpe de estado militar pero no del conjunto de los militares. La absoluta falta de presencia fuera de Estambul y Ankara deja en evidencia a los golpistas, que utilizan el despliegue en el aeropuerto y la televisión, que nunca fue tomada, como una demostración de fuerza. La policía se enfrenta a los militares golpistas en Estambul al mismo tiempo que Erdogan llama a sus seguidores a salir a las calles a defender la democracia. El punto decisivo parece que fue la nada desdeñable movilización popular.
Una buena parte de los manifestantes, en su amplísima mayoría varones, lo hicieron para defender al régimen y su caudillo y pocos a la “democracia” frente a los golpistas. Toda esta mayoría ha sido la que ha animado la represión contra las minorías, los medios de comunicación contrarios y los kurdos. Como se vio unas 24 horas después, fueron estos grupos enardecidos de militantes del AKP los que lincharon a militares hasta la muerte y arrasaron ciudades kurdas y barrios de izquierda en Estambul.
Enseguida el número de manifestantes en las calles estambulíes, a pesar de los muertos, y la condena del golpe por porte de Obama, que trajo en cadena la de la OTAN y otras cancillerías, predijo que el “juego” de un sector del ejército nada representativo de la población estaba tocando a su fin. La Alianza Atlántica pidió “preservar el orden constitucional”, a pesar de la ascendente limitación de libertades, leyes de prensa, ilegalización de huelgas y derechos laborales suspendidos por el AKP en el gobierno tras su victoria electoral en junio de 2015.
Del resultado frustrado del golpe no podemos esperar en absoluto una mejoría de la situación política, y mucho menos para las clases trabajadoras. Todas las corrientes de la izquierda anticapitalista han condenado un violento intento militar, sabedoras de que sólo va a perpetuar la represión y justificar toda acción gubernamental en defensa de la “democracia turca” que va a centrar más aún en la diana de la violencia estatal a las minorías laica, kurda, de izquierdas y obreras.
La agudización de varias facciones de poder en el seno de un enorme estado con un importante rol geoestratégico para occidente y Oriente Medio no permite descartar nuevas intervenciones golpistas a corto plazo. El poder ya de por sí omnímodo de Erdogan va a incrementarse a nivel interno y en el plano internacional, y la purga en el poder judicial y estamento militar no se ha hecho esperar ni a las 48 horas de la intentona: 6000 personas detenidas, incluidas civiles, y 2745 jueces. Del golpe de estado militar al golpe civil y democrático.
Se presentará ante la comunidad internacional como un gobernante que ha salido victorioso de un enemigo interno y buscará la relegitimación de sus poderes extraordinarios incluso para reinstaurar la pena de muerte, como ya parece haberse anunciado, uno de los requisitos impuesto para solicitar la entrada en la UE. A partir de ahora, el AKP y sus seguidores van a abusar de esta aventura como trampolín y del mito del héroe nacional y los mártires. El gobierno de Erdogan era y será hostil a las y los trabajadores y para la comunidad internacional no habrá ningún cambio.
La movilización popular fue uno de los factores de la derrota. Muchos luchadores de la izquierda turca y kurda resultaron muertos, no por el régimen sino por una democracia real y favorable a los oprimidos. Son quienes han pagado un precio muy alto por defenderse de los militares y convertirse en un lavado de cara a Erdogan. Debemos estar más que nunca en solidaridad con el pueblo trabajador y combativo de Turquía, el de la plaza Taksim, que estos días se enfrenta a 2 golpes. El camino de la defensa de los intereses de clase pasa por el desarrollo de la lucha de las y los trabajadores.
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