Si no queremos que episodios como los del 21 de mayo se conviertan en desfiles habituales e incluso tornen en algo más poderoso, la primera barrera que debemos derribar es la de que el antifascismo es una moda juvenil y una tribu urbana.
El pasado sábado 21 de mayo hubo manifestaciones de cuatro organizaciones neonazis, coordinadas internacionalmente, en distintas capitales europeas: Aurora Dorada en Atenas, Casa Pound en Roma, Alternativ Europa en Budapest y el Hogar Social Madrid en la capital del reino de España; esta última marcha tuvo el beneplácito de la delegada del Gobierno madrileña, la misma que quería prohibir las esteladas en la final de la Copa del Rey.
Recuerdo un reportaje de TVE de hace unos años sobre una brigada de la Policía Nacional española que se dedicaba a vigilar a las organizaciones neonazis. En este reportaje se igualaba a fascistas y antifascistas en tanto que bandas juveniles violentas, tribus urbanas, con una estética propia y jerga. Antifascistas y fascistas vendrían a ser lo mismo porque tienen estructuras organizativas similares, de “bandas callejeras”, y visten igual, siguiendo la moda británica ochentera skinhead, pero manteniendo algunas diferencias estéticas, solo estéticas, para establecer dos contraculturas antagónicas, como los rockers y los mods en la película “Quadrophenia”. Los agentes del orden y la ley entrevistados llegaban a hacer afirmaciones como la siguiente: puede identificarse a unos skins como neonazis si llevan cordones blancos sobre botas negras, porque esto significaría la idea de la supremacía de la raza blanca sobre la negra. Y así todo. Sospecho que en la construcción de este discurso también tiene algo que ver la preferencia del término “neonazi” al de “fascista” en la prensa: el segundo parece mantener más connotaciones políticas e históricas que el primero.
Mediante este discurso se despolitiza, se vacía de contenido político, una forma fácilmente reconocible, y se corta el hilo conductor que une el presente con el pasado. Esta idea de que “los extremos se tocan”, aplicada a las peculiaridades históricas del Estado español, está íntimamente conectada con la teoría de la equidistancia, explicada por el profesor David Becerra Mayor en su ensayo “La Guerra Civil como moda literaria”, según la cual se ha construido un relato oficial de la Revolución española y su Contrarrevolución como el enfrentamiento fratricida de dos “bandos” en el que “[se] coloca en simétrica posición a las víctimas y a sus verdugos, como si a ambas partes del conflicto hubiera que atribuirle la misma responsabilidad”1.
En el corazón de esta narrativa, se halla latente la siguiente idea: si el fascismo es una moda juvenil (y, por ende, el antifascismo también lo es), entonces no es resultado de ninguna crisis estructural del capitalismo: el fascismo no es síntoma de ninguna enfermedad y así podemos negar la existencia misma de esa enfermedad. Pero el fascismo no es ninguna moda juvenil. El fascismo es hoy algo tan real como lo fueron los campos de concentración nazis, las fosas en las cunetas españolas y los asesinatos de militantes de izquierdas durante la Transición. Tan real como el vínculo entre la policía griega y Aurora Dorada, como los ataques a refugiados de Oriente Próximo, como la persecución de homosexuales y comunistas en Ucrania, como la señora Marine Le Pen, tan real como el dinero de los banqueros y empresarios que financiaron a Hitler entonces y que financian hoy a los fascistas griegos para dar escarmiento a sindicalistas problemáticos. El neonazismo no es ninguna parodia posmoderna de los años 30: es el mismo fascismo del siglo XX.
Si no queremos que episodios como los del 21 de mayo se conviertan en desfiles habituales e incluso tornen en algo más poderoso, la primera barrera que debemos derribar es la de que el antifascismo es una moda juvenil y una tribu urbana. Debemos desmontar este discurso, no solo con nuestras palabras sino también con nuestras acciones, en barrios, colegios y centros de trabajo. Debemos señalar al fascismo como resultado de la crisis estructural del capitalismo pero también, lo que es más importante, como resultado de la incapacidad del movimiento obrero para resolver esta crisis mediante una transformación socialista, es decir, de ofrecer una alternativa palpable a quienes acuden con frustración a lugares como el Hogar Social Madrid. Debemos rescatar del olvido a todas aquéllas y aquéllos que se unieron para luchar contra la barbarie fascista hace apenas 77 años. Debemos explicar que el antifascismo hoy es algo tan real y tan necesario como lo fueron las Brigadas Internacionales, el Ejército Rojo, la resistencia de los partisanos italianos, la batalla de Cable Street en Londres y las huelgas de los sindicatos mineros belgas contra la ocupación nazi. Y sumar y sumar hasta que seamos más que ellos y los arrinconemos. Y antes de que sea demasiado tarde.
“Esta debe ser la moraleja: reconocer el mal para poder combatirlo a tiempo y con éxito. La catástrofe alemana no debe repetirse. Y no se repetirá”.
Ernest Mandel.
Ernest Mandel.
1David Becerra Mayor, “La teoría de la equidistancia”, La Guerra Civil como moda literaria, Madrid, Clave Intelectual, 2015, págs. 203-229.
(En la imagen, manifestación de secciones sindicales inglesas para exigir al gobierno que volviera a encarcelar a Oswald Mosley, líder fascista británico, en 1943)
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