Por Eduardo Nabal
En
un limbo electoral y estupefacción generalizada en el que todo es
posible no está de más recordar que la lucha no acaba ni empieza en
ninguna urna, sino como dice Dan Spade, en su libro sobre la guerra
contra las personas pobres, inmigrantes, trans, con discapacidad, sin
cobertura médica continúa en las calles y los barrios más
desfavorecidos de la que sigue siendo la gran potencia del mundo
occidental a costa de masacrar pequeños países donde tienen
depositados sus intereses.
Libros como “Una vida normal”
(Ediciones Bellaterra, 2015) nos recuerdan que la lucha que empezó
en Stonewall (la lucha por la liberación LGTBQI y particularmente
los sectores con menos reconocimiento) tomó muchos caminos pero el
camino del cambio radical de instituciones que se autoperptúan a
costa del bien público sigue abierto por gentes dispares que
continúan en la brecha contra el capitalismo heterosexista que Obama
se ha limitado a maquillar discretamente. Como en el caso de los
derechos de las mujeres de pronto algunas ideologías se siguen
difuminando, negociando a la baja, afortunadamente cada vez menos.
Acaso todo el asunto de ser los “últimos de la fila” nos
entristece un poco, esta inercia heteropatriarcal o ese olvido
heterocentrado.
Pero lo que cuenta el activista y profesor Dean
Spade en su libro recién traducido “Normal Life” es la verdadera
historia de los movimientos de resistencia al heteroracismo y el
capitalismo feroz o sutil desde Stonewall a la sonrisa forzada de
los EEUU de nuestros días y su temible política de
emigración/inmigración, una historia de resistencia que no se
enseña en las aulas, o en muy pocas. O no por estos lares. El autor,
activista trans y ensayista vociferante nos acerca en su recorrido
documentado a la historia dura y áspera de cómo en su país, el
más poderosos del mundo, bajo una serie de concesiones-maquillaje
legales y reformistas y tímidos llamamientos a la tolerancia se
sigue excluyendo de muchos derechos básicos y libertades a medio
conquistar (desde el ámbito laboral, la sanidad a la seguridad
jurídica o el derecho a la vida digna) a mucha gente de otras razas
y/o LGTB sin grandes recursos que no aparece en las series de
televisión ni en los grandes bodorrios. Es la “otra Norteamérica”
de la que hablaban Sylvia Riera o el propio Spade que sufrieron la
violencia policial, el encarcelamiento, el ostracismo o el
paternalismo de asociaciones benéficas y discretas dispuestas a
camuflar bajo concesiones varias, ayudas esporádicas y reformas
oportunistas las cada vez más profundas brechas que existían en su
sistema socioeconómico, también en su sistema de binarismos de
género, contribuyendo a disfrazar o atenuar las graves
desigualdades y las exclusiones estructurales que condenadaban a
amplios sectores de la población desde tiempos ancestrales a la
pobreza o incluso la violencia institucionalizada, real y simbólica,
la exclusión sociolaboral cuando no la prisión o los centros de
internamiento para extranjeras/os.
Grupos de trans latinas se
enfrentan aún hoy al Presidente de los EEUU y a otros muchos
gobiernos occidentales porque sus políticas son políticas
legalistas, de concesiones, políticas de poca monta que no van a la
raíz de los problemas sociales ni a las causas de la violencia
contra los pequeños delincuentes frente a la adoración de los
grandes estafadores, que pisotean muchos derechos humanos en cárceles
inhumanas y apuntalan a golpes las dicotomías sexo/género, el
racismo ancestral, la xenofobia y la guerra declarada contra los sin
techo y los y las sin papeles. “Una vida normal”, con prologo de
Lucas Platero, es el irónico título de este ensayo valiente y
transgresor que, si realmente lo leyeran, escocería a muchos
miembros de la comunidad LGTB conservadora (que, en el mejor de los
casos, festeja lo que sigue siendo una jornada de lucha) o la
izquierda perezosa y, esperemos que no demasiado, camino de lo
institucional. Tal vez pudiera hablarles sobre ese sendero que
abandonaron hace mucho tiempo en tantas y tantas luchas por algo mas
que una serie derechos a favor de la lucha por la democracia real.
Una bajada de guardia que tal vez les asegure un escaño pero que
deja a muchos de sus compañeros y compañeras en la cuneta.
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