Teresa Rodríguez |eldiario.es
Camino del trabajo escuché unas declaraciones de Juan Rosell, presidente de la CEOE, en las que afirmaba que los salarios subieron en exceso en 2008 y 2009, que los aumentos salariales deben seguir siendo muy moderados hasta que se consolide el crecimiento, que siguen sobrando empleados públicos y que una de las maneras de favorecer el empleo juvenil sería un salario mínimo inferior al general para la juventud. No daba crédito a lo que oía.
En los años 60, los salarios se acercaban a un crecimiento próximo a la evolución de la productividad; desde los 90, sólo garantizaban el poder adquisitivo. El peso de los salarios en la renta nacional no ha dejado de disminuir, y a favor del excedente empresarial. El porcentaje que representan los salarios no ha parado de bajar y el de los beneficios no ha cesado de subir. A la vez, se "normalizó" una tasa de paro muy elevada. Ello lastraba el crecimiento económico.
La desregulación bancaria y crediticia intentó relanzar la economía haciendo fluir el dinero fácil en forma de préstamos. La sociedad en su conjunto, y en especial las empresas y los bancos, inició una carrera de endeudamiento sin garantías ni contrapartidas reales. Desde el poder político y financiero se provocó también el endeudamiento de las clases trabajadoras, sobre todo con la política de propiedad de la vivienda.
A partir de 2007, se inauguró una etapa de decadencia, a medio camino entre la recesión y el estancamiento. Este "parón" de la fiesta económica es una manifestación del fin de las burbujas, especialmente la inmobiliaria, y supuso el estallido en la cara del sistema de endeudamiento masivo que había provocado. A partir de ese momento conocimos los efectos más nocivos de la locura de ese endeudamiento.
El capital lanzó una nueva ofensiva para restaurar las tasas de beneficio y su atención se focalizó de nuevo en las condiciones de empleo y trabajo. Ha echado sobre las espaldas de las clases trabajadoras, y a su costa, la recuperación de su nivel de ganancias en plena crisis económica mundial, de la UE y, particularmente, de los países europeos del Mediterráneo.
En cuanto a los salarios, se ha producido la caída de su poder adquisitivo (¡un -8,4% desde 2010!), por lo que las rentas del trabajo reales bajaron. Y, a la vez, la caída de los salarios nominales es enorme, pues la media de crecimiento de los pactados en 2013 fue del 0,59%. Este es sólo un ejemplo de un profundo y negativo cambio para las clases trabajadoras: la reforma desde arriba, desde el Gobierno, pieza fundamental de la ofensiva emprendida por las clases dirigentes contra el mundo del trabajo.
Las bases de este nuevo cambio en profundidad del esquema de la relación salarial venían de atrás, pero ahora han adquirido una dimensión y agresividad enormes. La realidad sociolaboral de 2014 podemos describirla con seis características:
1. Arrinconamiento del mundo sindical y pérdida de peso efectivo de las organizaciones sindicales y de la representación legal de trabajadoras y trabajadores.
2. Un marco laboral nuevo, con la reforma de 2012, sumamente reaccionario y favorable al empresariado, que despoja de derechos en las empresas a trabajadores y sindicatos y facilita el despido masivo.
3. Cambio de arquitectura de la negociación colectiva y disminución de su cobertura.
4. Pulverización del derecho a la indemnización por despido, la ampliación de causas para facilitar el despido barato y el descuelgue de los convenios, y condiciones desfavorables a la influencia sindical en la negociación de expedientes de regulación de empleo sin el control de las autoridades laborales.
5. Fuerte erosión de salarios mínimos, indirectos y diferidos: congelación de ellos en unos casos; en otros, disminución notable de cuantías y creación de nuevos impedimentos a la posibilidad de acceso a prestaciones por desempleo y pensiones.
6. Deterioro en materia de educación pública y de otros servicios esenciales, como la sanidad, así como una desprotección por acogerse a bajas laborales médicamente reconocidas.
Todo ello ha contribuido a un aumento drástico de las tasas de desempleo, a una devaluación salarial sin precedentes. El coste salarial total por trabajador cae a fin de 2012 en un -3,6%, según los propios organismos oficiales (ETCL-INE). Y eso que no se tiene en cuenta el efecto de la masiva destrucción de empleo con bajos salarios. Al mismo tiempo, se está dando un cambio de pautas en las formas de empleo y de trabajo.
Poner fin a este proceso de pérdida de derechos, empleo y salarios es la prioridad máxima en este momento y en ella debemos volcar nuestros esfuerzos. Movilizaciones masivas y cívicas como la de las Marchas de la Dignidad del 22M marcan el camino.
Camino del trabajo escuché unas declaraciones de Juan Rosell, presidente de la CEOE, en las que afirmaba que los salarios subieron en exceso en 2008 y 2009, que los aumentos salariales deben seguir siendo muy moderados hasta que se consolide el crecimiento, que siguen sobrando empleados públicos y que una de las maneras de favorecer el empleo juvenil sería un salario mínimo inferior al general para la juventud. No daba crédito a lo que oía.
En los años 60, los salarios se acercaban a un crecimiento próximo a la evolución de la productividad; desde los 90, sólo garantizaban el poder adquisitivo. El peso de los salarios en la renta nacional no ha dejado de disminuir, y a favor del excedente empresarial. El porcentaje que representan los salarios no ha parado de bajar y el de los beneficios no ha cesado de subir. A la vez, se "normalizó" una tasa de paro muy elevada. Ello lastraba el crecimiento económico.
La desregulación bancaria y crediticia intentó relanzar la economía haciendo fluir el dinero fácil en forma de préstamos. La sociedad en su conjunto, y en especial las empresas y los bancos, inició una carrera de endeudamiento sin garantías ni contrapartidas reales. Desde el poder político y financiero se provocó también el endeudamiento de las clases trabajadoras, sobre todo con la política de propiedad de la vivienda.
A partir de 2007, se inauguró una etapa de decadencia, a medio camino entre la recesión y el estancamiento. Este "parón" de la fiesta económica es una manifestación del fin de las burbujas, especialmente la inmobiliaria, y supuso el estallido en la cara del sistema de endeudamiento masivo que había provocado. A partir de ese momento conocimos los efectos más nocivos de la locura de ese endeudamiento.
El capital lanzó una nueva ofensiva para restaurar las tasas de beneficio y su atención se focalizó de nuevo en las condiciones de empleo y trabajo. Ha echado sobre las espaldas de las clases trabajadoras, y a su costa, la recuperación de su nivel de ganancias en plena crisis económica mundial, de la UE y, particularmente, de los países europeos del Mediterráneo.
En cuanto a los salarios, se ha producido la caída de su poder adquisitivo (¡un -8,4% desde 2010!), por lo que las rentas del trabajo reales bajaron. Y, a la vez, la caída de los salarios nominales es enorme, pues la media de crecimiento de los pactados en 2013 fue del 0,59%. Este es sólo un ejemplo de un profundo y negativo cambio para las clases trabajadoras: la reforma desde arriba, desde el Gobierno, pieza fundamental de la ofensiva emprendida por las clases dirigentes contra el mundo del trabajo.
Las bases de este nuevo cambio en profundidad del esquema de la relación salarial venían de atrás, pero ahora han adquirido una dimensión y agresividad enormes. La realidad sociolaboral de 2014 podemos describirla con seis características:
1. Arrinconamiento del mundo sindical y pérdida de peso efectivo de las organizaciones sindicales y de la representación legal de trabajadoras y trabajadores.
2. Un marco laboral nuevo, con la reforma de 2012, sumamente reaccionario y favorable al empresariado, que despoja de derechos en las empresas a trabajadores y sindicatos y facilita el despido masivo.
3. Cambio de arquitectura de la negociación colectiva y disminución de su cobertura.
4. Pulverización del derecho a la indemnización por despido, la ampliación de causas para facilitar el despido barato y el descuelgue de los convenios, y condiciones desfavorables a la influencia sindical en la negociación de expedientes de regulación de empleo sin el control de las autoridades laborales.
5. Fuerte erosión de salarios mínimos, indirectos y diferidos: congelación de ellos en unos casos; en otros, disminución notable de cuantías y creación de nuevos impedimentos a la posibilidad de acceso a prestaciones por desempleo y pensiones.
6. Deterioro en materia de educación pública y de otros servicios esenciales, como la sanidad, así como una desprotección por acogerse a bajas laborales médicamente reconocidas.
Todo ello ha contribuido a un aumento drástico de las tasas de desempleo, a una devaluación salarial sin precedentes. El coste salarial total por trabajador cae a fin de 2012 en un -3,6%, según los propios organismos oficiales (ETCL-INE). Y eso que no se tiene en cuenta el efecto de la masiva destrucción de empleo con bajos salarios. Al mismo tiempo, se está dando un cambio de pautas en las formas de empleo y de trabajo.
Poner fin a este proceso de pérdida de derechos, empleo y salarios es la prioridad máxima en este momento y en ella debemos volcar nuestros esfuerzos. Movilizaciones masivas y cívicas como la de las Marchas de la Dignidad del 22M marcan el camino.
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