La alternativa desde abajo, Por Antonio Liz.
No se puede entender el confusionismo político alrededor de la cuestión del Partido de la clase trabajadora sin empezar por el derrumbe de la Unión Soviética y de todo su entorno de “democracias populares”. La caída de la URSS arrastró consigo a toda la izquierda existente, no sólo al stalinismo...
No se puede entender el confusionismo político alrededor de la cuestión del Partido de la clase trabajadora sin empezar por el derrumbe de la Unión Soviética y de todo su entorno de “democracias populares”. La caída de la URSS arrastró consigo a toda la izquierda existente, no sólo al stalinismo. Si bien la Unión Soviética era un Estado socialista muy deformado, por estar gobernado por una casta burocrática que obstaculizaba el desarrollo del socialismo, era un punto de referencia para millones y millones de trabajadores que, con todos los matices pertinentes, la veían como el producto de la Revolución de Octubre. Pero no sólo en el imaginario político de millones de trabajadoras y trabajadores influía la URSS ya que sin ella es imposible entender la victoria del Vietnam de Ho Chi Minh sobre el ejercito estadounidense y la importancia del Movimiento de Países No Alineados.
En el terreno de la lucha de clases, la mera existencia de la Unión Soviética dificultaba la explotación de la clase trabajadora occidental ya que la URSS era un punto de referencia que la burguesía imperialista no podía dejar de lado. Solamente cuando la Unión Soviética colapsó la burguesía imperialista se sintió absoluta vencedora y pudo ya campar a sus anchas. La caída de la URSS ha sido en la Historia del Movimiento Obrero su mayor derrota social y política porque por un periodo histórico –que concluyó al empezar la crisis sistémica del capitalismo- la idea de la posibilidad de conquistar un mundo basado en la justicia social se había derrumbado. Con este derrumbe nació la idea de que el Partido de la clase trabajadora no era necesario. Esto fue posible porque la imagen del Partido Bolchevique, hasta ahora la máquina política más engrasada que ha tenido la clase trabajadora, la veían millones a través del stalinismo. Esta visión deformada llevó a que se descartase por una gran parte de los activistas de la izquierda social la idea del partido de clase para enfrentar al capitalismo.
Entre el derrumbe de la URSS (1991) y el comienzo de la crisis sistémica del capitalismo (2011) en el “mundo libre” el sectarismo, el reformismo y el movimientismo fueron las estructuras dominantes en un movimiento obrero doblemente despistado por su perdida de imaginario y por su nueva estructura clasista donde la clásica parte proletaria se veía mermada y su incremento en el sector servicios se veía difícil de organizar dado el fenómeno novedoso de contratas y subcontratas que dificultan la lucha ya que en un mismo centro de trabajo las obreras y obreros pertenecen a diversas empresas. El Partido amplio ha sido el último experimento político fallido que ha salido a la luz en esta época de despiste generada por el derrumbe de la URSS y la nueva estructura de la clase trabajadora. Si el sectarismo es la retirada de la lucha viva del movimiento obrero amparándose en un purismo ideologista, el reformismo es el entreguismo político a la burguesía en aras de parciales y coyunturales concesiones sociales y económicas, el movimientismo el intento de combatir al capital desde la movilización en la calle pero sin tocar el templo de la empresa, el partido amplio es la apuesta de unos activistas sociales que quieren un partido interclasista de masas sin una orientación de clase porque el sujeto histórico de antaño entienden que ya no existe –como si la clase trabajadora pudiera desaparecer sin hacerlo la sociedad que ha sido su partera, el capitalismo.
Con el estallido de movimientos de “indignados” como el 15M se da el punto y final de una época y el comienzo de un nuevo ciclo. Los movimientos de indignados nacieron en la podrida democracia burguesa por la imposibilidad de canalizar el descontento social a través de los viejos partidos de la izquierda parlamentaria y del sindicalismo de las corruptas burocracias. La traición de la izquierda parlamentaria y del sindicalismo burocrático llevaron a los “indignados” a rechazar de plano a todos los partidos, metiendo en el mismo saco a los partidos del régimen capitalista y a las pequeñas organizaciones de la izquierda social. Hoy, año 2013, es una evidencia que el movimiento indignado no pudo enfrentar políticamente al capitalismo, como no lo había podido hacer el movimientismo que le había precedido. El “apoliticismo” del movimiento indignado ha llevado a las revoluciones democráticas árabes a la derrota política al caer en manos de los islamistas, a la carencia de horizonte político en las grandes movilizaciones de Bulgaria y Turquía, y a grandes movilizaciones en el mundo occidental sin horizonte político. Estos hechos nos informan que sólo habrá una salida históricamente progresista si se restaura a la clase trabajadora como el sujeto histórico y a sus partidos de clase como la herramienta básica para diseñar su táctica y su estrategia.
En el Estado español el 15M ha evolucionado de forma natural a asambleas de barrio y a “mareas”. Su “apoliticismo” ya se está viendo cuestionado al comprobar en la práctica como se ha convertido en una barrera, en un obstáculo, para enfrentarse al capitalismo. La cuestión ahora es que la confusión política generada por el “apoliticismo” ha impedido una respuesta de clase a la crisis capitalista y las prisas para construir una herramienta política para enfrentarlo lleva a una parte del movimiento a querer elaborar de prisa y corriendo un Frente Amplio con un contenido político heterogéneo y un programa de reformas. Por el contrario, la otra parte del movimiento empieza a vislumbrar que sólo una alternativa rupturista es la salida y que esta hay que canalizarla a través de un Frente de Izquierdas.
¿Frente Amplio o Frente de Izquierdas? Este es hoy el debate. En ambas percepciones se parte de la obviedad de que no se puede enfrentar en solitario a la democracia burguesa, pero este es el único punto en común de las dos grandes fracciones del movimiento, la reformista y la rupturista. El natural enfrentamiento político que se está fraguando entre ambas alas del movimiento radica en su posicionamiento político, interclasista en un caso y clasista en el otro. La separación aún no se ha dado de manera definitiva pero se está gestando en España y en Cataluña –digo esto en rigor conceptual porque en Galicia y en Euskadi es otra historia dado que el nacionalismo de izquierdas lidera la lucha popular a nivel político, sindical y cultural.
El Frente Amplio sería un ejercicio interclasista donde la clase trabajadora sólo tendría el papel de ser la infantería de los sectores democráticos que se conforman con reconquistar un fenecido Estado del Bienestar, un capitalismo de rostro humano. Además de que por la crisis del sistema capitalista esto ya es hoy una imposibilidad, este proceder no lleva aparejado una alternativa a la democracia burguesa sino un intento de humanizarla, de reformarla, de revivirla, de gestionarla. El Frente Amplio se vería arrastrado por Izquierda Unida, una organización política que quiere lo mismo que el Frente Amplio pero de una forma menos “radical”, con medidas reformistas menores. No hay duda que IU fagocitaría, absorbería, utilizaría, al Frente Amplio. Después de una subida electoral de, posiblemente, algunos millones de votos, la desilusión política de la clase trabajadora con IU se hará patente por no poder satisfacer esta sus necesidades sociales por lo que la clase trabajadora miraría a su izquierda.
El Frente de Izquierdas sería un ejercicio clasista, una alianza política en la acción, no orgánica, de fracciones de la clase trabajadora y de colectivos de la izquierda social. El Frente de Izquierdas tendría su sustento social y político en la clase trabajadora entendida como el sujeto histórico, la clase que lideraría a la nación para emanciparse de la burguesía. El caminar político del Frente de Izquierdas vendría marcado por un programa de mínimos que saldría en defensa de las necesidades inmediatas de la clase (cobertura de desempleo mientras no se tenga trabajo, indemnización por despido de 45 días por año, jubilación a los 61 años, aborto libre y gratuito, defensa de la sanidad universal y de la educación laica y democrática, salario mínimo interprofesional de 1.000€, plan de vivienda social…) y por un programa de transición (nacionalización de la banca y de los sectores energéticos bajo control social, no al pago de la deuda, derecho de las naciones a la autodeterminación, cambio de régimen político…) que sería el puente entre la democracia burguesa y la República social. El Frente de Izquierdas tendría que pasar una pequeña travesía del desierto al arrastrar electoralmente Izquierda Unida a millones de trabajadores. No debería desesperarse sino saber que en un breve tiempo, dos o tres años como mucho, la clase trabajadora empezaría a girar hacia él. La única condición para que pueda la clase trabajadora realizar este giro es que el Frente de Izquierdas sea actuante a nivel social, que haya tejido una sólida red de luchas y solidaridades y que ofrezca una clara, diáfana, alternativa política a la democracia burguesa.
Hoy el capitalismo está más vivo que nunca, la concentración de capital y de riqueza está cada vez en menos manos. Esta dinámica natural del capitalismo imperialista hace inviable cualquier tipo de reforma de su sistema. Las organizaciones que participen en la gestión del sistema traicionarán en la práctica a la clase trabajadora. Sin una táctica de transición y una estrategia rupturista es imposible enfrentar al capitalismo. Sin que la clase trabajadora conquiste el poder político y empiece la Revolución social no habrá emancipación de la mujer, ni autodeterminación para las naciones pequeñas, ni economía respetuosa con el marco natural y al servicio de la mayoría social, ni se desterrará la esclavitud asalariada, la base en la que se sustenta el capitalismo. El objetivo de la Revolución social es la socialización radical, total, absoluta, de la economía, de la política, de la cultura, de la sanidad, de la vivienda, de la justicia, y de la seguridad. La alternativa desde abajo está exclusivamente en el seno la clase trabajadora. Socialismo o barbarie, no hay otra posibilidad.
Madrid, 21, junio, 2013
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