Por
Mateo Alaluf
Personaje
de múltiples facetas, Ernest Mandel ejerció una gran influencia
intelectual, política y teórica sobre la generación de 1968. Si su
influencia fue mundial, su acción y su pensamiento tienen sus raíces
en Bélgica. El hecho de que sea el autor belga más traducido
después de Simenon ilustra bien esta doble dimensión /1.
Personaje
de múltiples facetas pero compartimentadas, conforme a los preceptos
elementales del activismo revolucionario, se sumó a la edad de 15
años a la Cuarta Internacional, justo tras su fundación en 1938.
Fue uno de los principales teóricos marxistas de la época, un
pedagogo que, a través de folletos, conferencias, seminarios,
coloquios o escuelas de cuadros, contribuyó enormemente a la
formación intelectual de una generación política /2.
Su
muy amplia audiencia internacional es extraordinaria si se tienen en
cuenta los escasos efectivos y las múltiples divisiones de los
grupos trotskistas. Por su cultura enciclopédica y su erudición,
fue el transmisor de una herencia intelectual legada por Trotsky y la
generación de la revolución de Octubre, con un énfasis particular
en Rosa Luxemburg. Como señala con razón Gilbert Achcar, "la
producción teórica de Mandel no se hizo al margen de su compromiso
militante en la política revolucionaria. Se hizo a causa de este
compromiso, que resulta transparente en todas su obras clave" /3.
El
entrismo
Cuando
los militantes trotskistas estaban completamente aislados debido al
ostracismo que sufrían por parte de los comunistas y de los
socialdemócratas, el renombre de Mandel parece por lo menos
paradójico. Tenía no solo una influencia intelectual, sino que
gozaba también de un papel importante en el seno de la izquierda
belga, incluso en la escena política institucional del país. Para
comprender esta influencia es preciso, creo, referirse a la política
"entrista" adoptada durante ese período por la Cuarta
Internacional.
El
"entrismo" decidido por el Congreso Mundial de 1951
consistía en preconizar la adhesión de los miembros de los
esqueléticos grupos trotskistas a los grandes partidos obreros
(comunistas o socialistas) de su país con vistas a desarrollar un
ala izquierda, mientras permanecían clandestinos, es decir
utilizando las argucias, disimulando y si resultara necesario,
negando su pertenencia a una organización trotskista.
En
Bélgica, los militantes de la Cuarta Internacional, que eran menos
de cincuenta miembros y que no superaron la centena hasta el final
del período entrista en 1964, se afiliaron al Partido Socialista
Belga a partir de 1951. La organización de juventud del partido
(Joven Guardia Socialista JGS y más tarde los Estudiantes
Socialistas) se convirtió en su sector de intervención
privilegiado. Inmediatamente después de la cuestión real en 1950
[huelga general contra Leopoldo III y la cuestión de la monarquía]
y de las huelgas de 1960-1961, el contexto era particularmente
favorable para una radicalización de la juventud y correspondía a
las expectativas de amplias capas de militantes políticos y
sindicalistas. Hasta tal punto que un grupo numéricamente irrisorio,
como señala Guy Desolre, se convirtió en políticamente
determinante en el seno de las organizaciones de juventud y tuvo
progresivamente un peso importante en el partido (PSB) y el sindicato
(FGTB) socialistas /4.
Entre
las múltiples escisiones que han caracterizado al movimiento
trotskista, la principal de ellas se produjo en 1953 y dio nacimiento
a las dos corrientes más señaladas de la IV Internacional: el
lambertismo y el pablismo, fracción que comprendía a la sección
belga dirigida por Ernest Mandel.
El
congreso de reunificación de 1963 impulsó a la inversa una dinámica
de abandono del entrismo que se concretó progresivamente, según las
circunstancias de cada país, en los años siguientes. Si la división
de 1953 no se correspondía en los hechos con las líneas de fractura
proclamadas, en el reencuentro de 1963 éstas fueron también
parciales e incompletas. Los trotskistas belgas optaron entonces por
crear nuevas formaciones políticas en ruptura con el reformismo,
ayudados en esto por la dirección del partido socialista PSB que
proclamó en 1964 la incompatibilidad entre la pertenencia al partido
y a la redacción de La Gauche (cuyo redactor jefe
era Mandel), de su equivalente flamenco Links y de
la dirección del Movimiento Popular Valón (MPW), creado en 1962 por
André Renard, tras la huelga general.
Se
suponía que el desarrollo de una tendencia de izquierdas en el
partido socialista iba a constituir un efecto de palanca que debía
conducir a despegar "sectores enteros de la socialdemocracia"
con vistas a la construcción de un partido "centrista", es
decir, en la terminología trotskista, entre reformista y
revolucionario. Del importante número de electos locales, diputados
nacionales, militantes sindicales e intelectuales que se
identificaban con la tendencia encarnada por el periódico La
Gauche, solo una muy pequeña minoría siguió a Mandel en la
creación de los tres pequeños partidos formados en cada una de las
regiones del país, de los cuales solo dos llegaron a constituirse, y
tuvieron, por otra parte, una existencia efímera (Unión de la
Izquierda Socialista -UGS- en Bruselas y Partido Valón de los
Trabajadores -PWT- en Wallonia). En las elecciones de 1965, tras la
escisión, solo un diputado trotskista (Pierre Le Grève) fue elegido
en Bruselas en coalición con el PC, mientras que en Valonia el
diputado elegido en la lista del PWT (François Perin) participó
posteriormente en el origen del Partido Valón y del Reagrupamiento
Valón antes de aliarse con los liberales/5.
Al
hacer balance, el "entrismo" fue considerado por los
trotskistas como una estrategia desastrosa, en la medida en que jamás
el núcleo trotskista logró separar de los grandes partidos
socialistas o comunistas un número significativo de militantes para
la formación de partidos a la izquierda de la izquierda. En muchos
casos, las organizaciones concernidas conocieron así escisiones en
dos ocasiones, a la entrada en los grandes partidos primero y a la
salida después. En lo que concierne a Bélgica, la salida fue
desastrosa, aunque Mandel atribuyera la responsabilidad a la caza de
brujas del partido socialista.
Sin
embargo, durante todo el periodo en el que los trotskistas belgas
militaron en las organizaciones socialistas, tuvieron una influencia,
una proyección y un papel considerable en el seno del movimiento
obrero y de la política nacional. Contrariamente a las divisiones y
conflictos que caracterizan a las organizaciones trotskistas, en
Bélgica "supieron actuar de forma notablemente unida y
coordinada" concluye sobre el tema Guy Desolre. El
trotskismo belga conoció, a pesar de sus muy escasos efectivos, sus
momentos culminantes durante el período en el que practicó el
“entrismo”. En el seno de la Cuarta Internacional, la sección
belga había sido considerada entonces como "sección
modelo" /6. El final del "entrismo"
conllevó no solo la pérdida de los militantes cercanos, sino
también de trotskistas, permanentes sindicales, periodistas,
dirigentes de secciones locales del partido. La ruptura con el
movimiento socialista condujo a un debilitamiento duradero y a la
pérdida de toda influencia de las organizaciones trotskystas sobre
el curso del movimiento obrero en Bélgica.
Las
reformas estructurales anticapitalistas
En
1946 Ernest Mandel accedió al Secretariado de la Cuarta
Internacional, del que se convertió posteriormente en el principal
dirigente. Ejerció simultáneamente, de 1954 a 1958, una actividad
profesional de periodista en los diarios La Wallonie, que
pertenecía al sindicato de metalúrgicos de Lieja de la FGTB y a Le
Peuple, órgano del Partido Socialista Belga, PSB. Participó
luego en el grupo constituido por André Renard, dirigente sindical
valón, encargado de elaborar el programa de las "reformas de
estructura" adoptado por los congresos de 1954 y de 1956 de la
FGTB y luego igualmente por el partido socialista. Fue el redactor
principal del informe del congreso de 1956 titulado Holdings
y democracia económica.
Este
grupo de intelectuales, conocido con el nombre de "Comisión
Renard" y el programa de las reformas de estructura marcaron
profundamente la historia social de Bélgica. Sin el "entrismo"
y el secreto de su pertenencia a la organización trotskista, Ernest
Mandel no habría podido, sin duda, tener una actividad profesional
en la prensa socialista ni jugar el papel que jugó efectivamente en
la preparación del congreso de la FGTB de 1956. Formaba ya parte de
un medio que le permitía estar en relación con sindicalistas y
militantes y cuadros socialistas y gozaba de una gran consideración
debido a su solidez intelectual /7.
El
semanario La Gauche, lanzado en 1956, se sitúa como
prolongación de la Comisión Renard /8. El comité
editor contaba entre sus miembros con personalidades socialistas como
Camille Huysmans y el senador Henri Rolin, dirigentes sindicales como
André Renard y Jacques Yerna y numerosos intelectuales. Ernest
Mandel, que era su redactor jefe, marcó con su autoridad intelectual
la diversidad de los componentes de lo que constituía un sector
influyente en el mundo socialista. La tendencia identificada con La
Gauche representó hasta un cuarto de los votos en congresos
del partido socialista y reagrupaba a un número significativo de
electos locales y nacionales. Delegaciones sindicales de grandes
empresas se suscribían colectivamente al semanario, que servía de
referencia y de punto de reagrupamiento a numerosos sindicalistas.
Su
inserción en el movimiento socialista procuró a Mandel una
audiencia y una influencia importantes a la vez que contribuía a la
formación de su pensamiento político. Así, a diferencia de las
críticas leninistas del "economicismo" de los sindicatos,
Mandel considera que la capacidad política de la clase obrera se
encarna en los sindicatos a pesar de su burocratización, tanto como
en los partidos obreros. Aún cuando las organizaciones sindicales
están total o parcialmente integradas, sostenía Mandel, no
representan solo la integración y la subordinación al sistema
capitalista. Tienen un carácter doble y pueden seguir siendo también
instrumentos de emancipación y de autoactividad de la clase.
El
programa de las reformas estructurales de la FGTB, que Mandel
acompañaba del calificativo de "anticapitalistas", era la
referencia principal de la tendencia de La Gauche. Mandel
veía en ese programa la posibilidad de ligar las reivindicaciones
inmediatas para la mejora de las condiciones de vida cotidianas de
los trabajadores (salarios y condiciones de trabajo) con una
transformación de las estructuras mismas del capitalismo a través
de nacionalizaciones y procedimientos de control obrero y de
planificación. Radicalizando el alcance de las reformas y la
capacidad de control obrero del movimiento sindical, la
reivindicación de las reformas estructurales revestía a sus ojos un
alcance anticapitalista, acentuando el potencial de redistribución y
de planificación que contenía ya el estado social.
Ernest
Mandel se inscribía perfectamente en este planteamiento en el que
podía ver numerosas similitudes con el Programa de Transición, que
fue el documento de fundación de la Cuarta Internacional, redactado
por Trostky en 1938. ¿No se trataba allí también de
reivindicaciones transitorias para pasar del capitalismo al
socialismo? Pero la experiencia de las reformas estructurales en las
luchas sociales le permitió desarrollar un análisis más sutil de
los aparatos sindicales, y el movimiento sindical ocupó un lugar
bastante más importante en su concepción política que en la de
otros sectores marxistas de la época /9.
El
Capital en el siglo XX
Los
trabajos de Ernest Mandel en el marco de la Comisión Renard sobre
los holdings belgas forman parte de los que a lo
largo de los años 1950 le sirvieron para preparar la publicación
del Tratado de Economía Marxista, que acabó de
redactar en 1960 y fue publicado en Julliard en 1962. Para la
generación de la posguerra en Bélgica que se implicaba en la acción
política tras las grandes huelgas del invierno de 1960-1961 y las
luchas relacionadas con la guerra de Argelia y la descolonización
del Congo, el Tratado representaba el renacimiento
del marxismo en la segunda mitad del siglo XX. Cuando se publicó, si
bien los comentarios académicos fueron discretos, varios medios
vieron en esta obra, como sugería por otra parte la ilustración de
la página de la cubierta, una prolongación, una actualización, una
puesta al día, de alguna forma, de El Capital. André
Renard, principal dirigente de la izquierda sindical, felicitando a
Mandel le escribía: "midiendo bien mis palabras, puedo
calificar su obra de notable e incluso de fantástica" /10.
Para
toda una generación, la lectura del Tratado de Economía
Marxista sustituyó, y a menudo precedió, a la de El
Capital. Esta obra marcó a un público atraído por el marxismo,
pero opuesto a la versión estalinista del mismo, incluso
actualizada, vehiculizada por los partidos comunistas. El libro,
acompañado por numerosas exposiciones y conferencias de Mandel, fue
una iniciación al pensamiento de Marx y a una multitud de autores de
su tradición. Mandel se presentaba en primer lugar como fiel a Marx.
El Tratado es el resultado de un enorme trabajo que
confronta el pensamiento de Marx con los datos empíricos
contemporáneos hasta "desoccidentalizarle", rediscutiendo,
por ejemplo, "el modo de producción asiático" y
recurriendo a menudo a los conocimientos de la antropología.
Con
la adopción de las políticas keynesianas, la idea según la cual el
capitalismo era ya capaz de dominar sus contradicciones tenía un
gran consenso a mediados del siglo pasado. Mandel sostenía a
contracorriente en el Tratado que el estado permite
ciertamente atenuar la amplitud de las crisis, pero no puede contener
por un largo período la bajada de la tasa de ganancia. Hasta el
punto de que la época en que lo escribía no sería la del triunfo
del capitalismo ni la de su hundimiento, sino la de su declive.
Mandel
intentaba así comprender en un mismo razonamiento las
contradicciones inherentes y los logros del capitalismo de posguerra.
Planteaba así la noción de "neocapitalismo" que precisó
en 1964 en un folleto titulado Introducción a la teoría
económica marxista, folleto ampliamente difundido y comentado en
los círculos de formación de las organizaciones de juventudes
socialistas, en seminarios y conferencias /11. Así,
proponía a los militantes una herramienta conceptual que les
permitiera comprender esta nueva forma de capitalismo que incorporaba
"la revolución tecnológica permanente" y los
mecanismos de la seguridad social y de negociación colectiva,
permitiendo a la vez una mejora del nivel de vida de los trabajadores
y jugando un papel de amortiguador social en relación a las crisis.
Contrariamente a quienes proclamaban el fin de las contradicciones
del capitalismo, Mandel planteaba una explicación que conjugaba las
capacidades de adaptación del capitalismo a la vez que dejaba
abierta la posibilidad de su fin cercano.
Su
obra maestra, indudablemente la más original, La tercera
edad del capitalismo, cuya redacción terminó en 1972, no
apareció en francés, traducida del alemán, hasta 1976. Desde 1969
si embargo, cuando la recesión de 1974 parecía aún lejana, Mandel
anunciaba ya el agotamiento del período de expansión del
capitalismo y la multiplicación de las recesiones parciales a partir
de los años 1970, orientándose hacia una recesión general que
desarrolló más tarde enLa Tercera Edad /12.
Resulta
inevitable relacionar la influencia ejercida aún entonces por Mandel
sobre la izquierda belga con la toma de conciencia precoz de la FGTB
de la recesión que conoció Europa en 1974 tras la “crisis del
petróleo”. El sindicato había exigido la reunión de una
Conferencia Nacional del Empleo, que se celebró en 1972 con la
presencia de los representantes, no solo de las organizaciones
patronales sino también de los grupos financieros. El frente común
sindical [entre FGTB y CSC] había hecho de la reducción del tiempo
de trabajo su primera prioridad para prevenir el paro que se
anunciaba.
Para
sus lectores, el Tratado combinaba la fidelidad a
Marx y su renovación. Por la claridad de su escritura, Mandel logró
transmitir la herencia de la cultura socialista de anteguerras a una
generación venida a la política en los años 1960. Una herencia
teórica que permitía, según las palabras de Daniel Bensaid,
"pensar en el presente las metamorfosis del mundo" /13.
Lenin,
Trotsky y Luxemburg
Siguiendo
a Trotsky, la transmisión de la herencia marxista tomaba
prioritariamente en Mandel el camino de la revolución de octubre.
Las cuestiones de la autoemancipación del proletariado y del partido
revolucionario cristalizaban las discusiones en las escuelas de
cuadros de las organizaciones de juventud (JGS y ES) en el área de
influencia de La Gauche. Haciendo referencia al ¿Qué
Hacer? de Lenin, Mandel tenía la costumbre de sostener que
"hay varias concepciones del partido, pero la concepción
leninista es la única que confiere un papel revolucionario al
partido”.
Desde
este punto de vista, el debate entre Ernest Mandel y Marcel Liebman,
que era uno de los principales "no trotskistas" del equipo
de La Gauche, es particularmente esclarecedor /14.
Liebman era la figura señera del grupo de colaboradores de La
Gauche que Mandel designaba como "los deutscherianos".
Entendía con ello a camaradas cercanos a las ideas trotskistas, pero
que no compartían sus concepciones organizativas. Este juicio
refleja tanto su proximidad ideológica con Isaac Deutscher como la
irritación de Mandel contra la hostilidad de éste respecto a la
Cuarta Internacional /15.
Liebman
conviene con Mandel en que las relaciones de oposición entre
leninismo y estalinismo son bastante más fuertes que las relaciones
de filiación. Mandel reprocha sin embargo a Liebman valorar una
imagen pragmática de Lenin y criticar a este último por no haber
sabido oponerse al día siguiente de la revolución a los leninistas,
es decir, insiste Mandel, al leninismo /16. Mandel, que
reconoce ciertamente que la supresión -concebida como temporal y
excepcional- del derecho de fracción en 1921 fue un serio error, no
acepta sin embargo la idea según la cual el estalinismo no sería
solo producto de la antigua Rusia y del fracaso de la revolución
internacional, sino que sería también producto del leninismo.
Refuta igualmente el punto de vista de Liebman según el cual la
concepción leninista del partido no solo ha impulsado, sino también
puesto trabas a la actividad de la clase obrera.
En
su respuesta, que titula "Leninismo y dogmatismo"
(mayo núm. 14, 1970), Liebman reprocha a Mandel plegarse a una
postura de "convertido" propia de los trotskistas, y que
consistía en hacer olvidar a cualquier precio el "pecado"
de Trotsky de haber estado inicialmente junto a los mencheviques.
Pecado que había sido instrumentalizado por Stalin para negar la
legitimidad de Trotsky e imponerse en la guerra de sucesión.
En Nuestras tareas políticas(1904), Trotsky desarrollaba
en respuesta al ¿Qué hacer? de Lenin (1902), de
forma profética su teoría del "sustitucionismo" /17.
Liebman sostiene, a diferencia de Mandel, que el leninismo encierra
"elementos que el estalinismo ha podido utilizar a su
antojo".
También,
Liebman, paradójicamente, se erige en defensor de Trostky. En su
opinión, Trotsky no había renegado de sus posiciones al unirse a
los bolcheviques en 1917, sino que se había unido a una organización
"desbolchevizada", muy diferente del partido centralizado y
militarizado fundado por Lenin. En el fondo, Liebman reprochaba a
Mandel no tomar partido por Trostky contra Lenin. Según Liebman, si
Mandel hubiera sido consecuente, habría debido dar la razón a
Trotsky por no haber estado al lado de Lenin durante su período
sectario (1906-1914) y haberse unido a Lenin en 1917, no porque se
hubiera equivocado anteriormente, sino porque el partido de Lenin se
había "desbolchevizado".
Esta
misma cuestión será planteada algunos años más tarde por Robin
Blackburn, director de la New Left Review, que reprochó a Mandel ser
"demasiado prudente en su diferenciación entre la herencia
de Trotsky y la ortodoxia leninista". Mandel le respondió
con uno de sus textos, La teoría leninista de la
organización (1976): "Lenin, en su primer debate
con los mencheviques -escribía Mandel-había subestimado
mucho el peligro de la autonomización del aparato y de la
burocratización de los partidos obreros (...) Trotsky y Luxembourg
comprendieron este peligro mejor y antes que Lenin"/18.
Mandel,
en su defensa de la herencia trotskista, proclamó con fuerza la
fidelidad a Lenin, garantía de la filiación leninista de Trotsky. A
pesar sin embargo de esta postura calificada por Liebman de
dogmática, Mandel defendía la necesaria autoemancipación del
proletariado a partir de una visión, menos leninista que
anarcosindicalista, de la capacidad creativa de los trabajadores en
acción, incluso si esta creatividad se encontraba atemperada por la
necesidad de un partido revolucionario. Progresivamente, siguiendo en
esto a Rosa Luxemburg, por quien tenía una admiración sin límites,
la defensa de la revolución rusa por Mandel se acompañaba de
críticas que ahondaron hasta discutir las posiciones de Lenin y de
Trotsky. Reconocía que Rosa Luxemburg había percibido mejor que
Lenin la naturaleza de la burocracia.
Aunque
haya considerado siempre las aportaciones de Trotsky como decisivas
para enfrentarse a las cuestiones más importantes del siglo XX, no
dejó de poner en cuestión las restricciones a la democracia durante
el "comunismo de guerra" al que Trotsky había contribuido
muy ampliamente. Más tarde, en 1990, sostuvo incluso que el propio
Trotsky se deslizó en "los años sombríos" de 1920-1921
en el "sustitucionismo". Para que haya interacción entre
autoorganización y actividad política dirigente del partido de
vanguardia, es preciso que haya una clase activa. Sin embargo,
constata Mandel, en la URSS, desde 1920, el partido no favoreció,
sino que puso trabas a la autoactividad de la clase obrera. "En
lugar de dirigir a la clase en el ejercicio del poder, el partido
gobernó en lugar de la clase" /19. Se puede por
tanto deducir de ello que los errores de Lenin y de Trotsky
contribuyeron a la pasividad de los cuadros del partido y de los
trabajadores frente al ascenso de la contrarrevolución burocrática.
Un
optimista impenitente
Todas
las personas que tuvieron la suerte de conocerle y de militar con él,
dan fe de los múltiples aspectos de su exceso de optimismo. En lo
que concierne sin embargo a la naturaleza del capitalismo, sus
análisis no dejan lugar alguno al optimismo. Según Mandel, este no
tiende a una reducción de las desigualdades, y aún menos a su
supresión. Ciertamente, las relaciones sociales de posguerra, las
revoluciones coloniales, las luchas obreras y el miedo al comunismo
permitieron una reducción de las desigualdades y un reparto menos
desequilibrado de las riquezas. El neocapitalismo no significa sin
embargo el final de las contradicciones del capitalismo. Nunca se
dejó arrastrar por la ilusión socialdemócrata de un progreso
ilimitado garantizado por el "compromiso keynesiano".
Mandel, refiriéndose a su teoría de las "ondas largas"
del desarrollo capitalista, preveía la pérdida de su dinámica de
posguerra, y en consecuencia la erosión de los salarios reales y la
vuelta del paro masivo en los países avanzados.
Por
el contrario, los errores de juicio de Mandel, atribuidos
habitualmente a su optimismo impenitente, no están tan ligados a su
carácter optimista, como señala Daniel Bensaid, sino que encuentran
su raíz en sus análisis teóricos /20.
En
primer lugar, su confianza en la autoactivación de la clase obrera
le conducía a conceder un lugar exclusivo a la democracia obrera y a
sus traducciones en términos de "dualidad de poder" en
período revolucionario. En contrapartida, reducía considerablemente
el lugar de la democracia representativa. En consecuencia, como
subraya Robin Blackburn /21, las propuestas de cara a
democratizar las instituciones democráticas introduciendo formas de
control de los ejecutivos y formas de autoadministración de la
sociedad civil son minimizadas por Mandel.
Luego,
su implicación en el seno de la Cuarta Internacional corresponde a
la prioridad que da a construir un partido revolucionario de
vanguardia. A partir de ahí, cada vez que se trate de dar cuenta de
los fracasos de los movimientos sociales de gran envergadura, Mandel
atribuirá su causa a la ausencia de una dirección revolucionaria.
La explicación del hecho de que las huelgas belgas del invierno de
1960-61, a pesar de su amplitud, la gran combatividad de los
huelguistas y de los episodios insurreccionales no hubieran producido
efecto revolucionario es atribuida por Mandel casi exclusivamente a
las carencias de la dirección renardista, sin tener en cuenta las
razones que habían guiado las decisiones llevadas a cabo por los
sindicalistas valones.
Cuando
Mandel considera las condiciones objetivas propicias a una situación
revolucionaria, atribuye su fracaso a la ausencia de las condiciones
subjetivas, es decir, de una dirección revolucionaria. Como señala
entonces Daniel Bensaid, "si el factor subjetivo no es lo que
debería ser, no es en función de ciertos límites relativos a la
situación y a las correlaciones de fuerza colectivas, sino porque es
sin cesar traicionado desde el interior" /22. En
consecuencia, Mandel no está prevenido contra la "paranoia de
la traición" que ha afectado a tantos grupos revolucionarios.
En
fin, a pesar de su lucidez sobre las ambivalencias del progreso
técnico y la amenaza siempre presente de la barbarie, Mandel no se
ha distanciado por completo de una concepción normativa de se basa
en la conciencia de clase del proletariado y en su partido
revolucionario. En consecuencia, la capacidad de una vanguardia
separada de las instituciones ocupa un lugar que se podría calificar
de desmesurado en sus análisis. "Es la vía abierta, nos
dice Bensaid, a un voluntarismo exacerbado, que es a la voluntad
revolucionaria lo que el individualismo es a la individualidad
liberada" /23.
Lo
social, lo político y el partido
Ernest
Mandel compartía en el plano teórico la concepción de Lenin que
concibió la especificidad de lo político como un juego de poderes y
de antagonismos sociales. El partido del proletariado no podía pues
ser concebido como simple reflejo de las luchas sociales. No se puede
postular identidad espontánea entre el partido y la clase, la
política y lo social. El partido de vanguardia podía tener un lugar
muy importante en esta concepción de la sociedad. Pero al mismo
tiempo Mandel compartía completamente el análisis de Trotsky sobre
el “sustitucionismo” y el de Rosa Luxemburg, del que hacía una
lectura casi libertaria, según el cual, por una dialéctica de la
conciencia, el proletariado llega por su propia experiencia histórica
a su emancipación. Había también podido probar en la práctica, a
través de la combatividad de la case obrera valona y de la “huelga
del siglo” del invierno de 1960-61 en Bélgica, la creatividad, la
fuerza y el potencial revolucionario de la autonomía obrera. Intentó
en consecuencia teorizar “la autoactividad” y la
“autoorganización” de los asalariados como elementos motores de
la emancipación cuyos instrumentos indispensables serían el partido
de vanguardia y los sindicatos /24.
¿En
qué era heterodoxo el marxismo de Mandel en los años 1960? Él
mismo habría rechazado sin duda este calificativo. Lo era, sin
embargo, si se tienen en cuenta las lecturas estalinistas y la
vulgata comunista. Aunque el Tratado revistiera
también aires de manual un poco doctrinario, daba sobre todo claves
de lectura de la sociedad de su época. No se cegaba sobre el
dinamismo reencontrado del capitalismo de posguerra (el
“neocapitalismo”) sino que al mismo tiempo pronosticaba su
agotamiento. Dejaba entrever, a pesar de un progreso del desarrollo
histórico, una pluralidad de posibilidades. El marxismo que
profesaba era abierto y creativo, en sintonía con el movimiento de
la sociedad. Si era heterodoxo lo era en el sentido en que Marx,
oponiéndose a las versiones hagiográficas de su teoría, afirmaba,
“yo, por mi parte, no soy marxista”. Mandel no consideraba
el marxismo como una doctrina cerrada y era en ese sentido, según
las palabras de Gabriel Maissin, el último marxista clásico.
Mandel
supo hacer escuela sin rodearse sin embargo de discípulos
incondicionales. Su influencia sobre una parte de la generación del
68 es innegable. Quienes se relacionaron con su marxismo habían
quedado vacunados tanto frente a la celebración de la pureza de lo
social y de las virtudes intrínsecas de la espontaneidad celebradas
por unos, como frente al culto al proletariado rojo proclamado por
los otros.
Militar
en el entorno de Mandel era quizás ante todo heredar una cultura
crítica en el seno del movimiento obrero. Esta cultura que los
militantes de los años 1960 hicieron vivir a través de sus luchas
me parece bien expresada por Charles Plisnier en Faux
Passeports /25. Plisnier evoca en estos términos el
congreso de 1928 en el curso del cual fue excluido del Partido
Comunista Belga por desviación trotskista:
“El
congreso de Anvers. Veo hoy claramente que la última batalla por la
revolución viva se acababa ahí. En Rusia, todo había quedado
zanjado, como una obra de teatro gigante e irrisoria (…). En Rusia
los hombres de octubre partían al exilio, entraban en prisión. En
los demás países, los militantes, cansados de resistir a Moscú, se
volvían funcionarios y obedecían (…). El azar quiso que en un
rincón de este país de occidente, en una ciudad de mercaderes y
armadores, el espíritu de la revolución levantara su última línea
de resistencia.
Por
otra parte, ¿quién lo sabía? Pequeño en su pequeño país, el
partido comunista belga no inquietaba a nadie. Si las cervecerías le
negaban sus salas de reunión, era solo porque temían que el ruido
molestase a su clientela. Y cuando, expulsados de un local, los
delegados del congreso, en pequeños grupos, recorrían las calles a
la búsqueda de un lugar en el que enfrentarse, nadie sabía que
allí, para ellos se trataba del porvenir del mundo, del destino de
su carne y de su espíritu. Y los agentes de policía con su casco de
tela negro, tranquilos y desenvueltos, les hacían esperar al borde
de la acera, para dejar pasar un cochecito de niño”.
Mateo
Alaluf es profesor emérito de la Universidad Libre de Bruselas.
Autor de numerosas obras. Su última publicación es: L’allocation
universelle. Nouveau label de précarité. Ed.
Couleur livres, 2014. Este texto de Mateo Alaluf ha sido elaborado
con ocasión del Foro Internacional celebrado en Lausana (Suiza) los
días 20,21 y 22 de mayo de 2015, organizado por la Asociación de
Amigos de Ernest Mandel, fallecido hace 20 años. Mateo Alaluf
intervino el miércoles 20 de mayo, en la apertura de dicho Foro.
Posteriormente tomaron la palabra Keeanga Taylor y Brian Jones sobre
la nueva fase del movimiento negro en los Estados Unidos. Sus
intervenciones han sido traducidas y están disponibles en la página
de alencontre.org,
publicadas los días 9 y 11 de junio (Red A l´Encontre).
Traducción:
Faustino Eguberri para VIENTO SUR
Notas:
1/ Jan
Willem Stutje es el autor de una biografía, Ernest Mandel,
Rebel tussen droom en daad, Antwerpen/Gent, 2007. Traducción
inglesa : Ernest Mandel, A Rebels’ dream deferred, Verso,
London-New York, 2009 (con un prefacio de Tariq Ali).
2/ La
influencia teórica y política de Mandel fue grande en los años
1960. Su reconocimiento académico fue sin embargo más tardío. Se
manifestó tras la publicación de La tercera edad del
capitalismo(1972), por sus conferencias en la Alfred Marshall
Lectures de la Universidad de Cambridge en 1978 y su designación
como profesor en la universidad flamenca de Bruselas (VUB), después
de que su candidatura fuera rechazada por su homóloga francófona
(ULB).
3/ Gilbert
Achcar, “Ernest Mandel (1923-1995) un portrait intellectuel”,
Le Marxisme d’Ernest Mandel, Actuel Marx, PUF, Paris, 1999, p. 21.
4/ Guy
Desolre hace una exposición completa sobre el “entrismo”:
“Contribution à l’histoire du trotskysme en Belgique. La
question de l’entrisme (1948-1964)”, Dissidences. La Belgique
sauvage, Vol 7, octobre 2009, pp. 64-73.
5/ La
apreciación de Mandel sobre sus aliados de entonces se volverá
posteriormente particularmente severa. François Perin será a partir
de entonces “el renegado Perin” y si la apreciación de André
Renard es más matizada (si hubiera vivido más tiempo habría
defendido “con firmeza e intransigencia el empleo de todos en la
siderurgia de Lieja”), no deja de ser exageradamente severa:
“Combinaba, escribe Mandel, las debilidades del sindicalismo “puro”
con ilusiones electoralistas de origen socialdemócrata, todo regado
con una buena dosis de chauvinismo wallingant (valón)”. La
Gauche, nº 49, 18/12/1980.
6/ Guy
Desolre, op. cit. pp. 72-73.
7/ Ver
sobre este tema Mateo Alaluf (dir), Changer la société sans
prendre le pouvoir. Syndicalisme d’action directe et renardisme en
Belgique, Labor, Bruxelles, 2005.
8/ ParaLa
Gauche, es posible referirse a Nicolas Latteur, La gauche
en mal de la gauche, De Boeck, Bruxelles, 2000.
9/ Ernest
Mandel sostenía, a pesar de la “licuefacción” que había
conocido el sindicalismo en Bélgica tras la muerte de André Renard,
que “la reconstitución de una izquierda sindical (era un)
instrumento indispensable para que las luchas de la clase obrera se
insertasen en el marco de una estrategia revolucionaria”. La
Gauche, 23/08/1970.
10/ Según
Willem Stutje, op. cit.
11/ Les
cahiers du Centre d’Etudes socialistes, Paris, Février-Mars 1964.
12/ Ver
sobre este tema Gabriel Maissin, “Le capitalisme et ses trois
vies”, Politique. Revue de débats, N°42, décembre 2005 ; y
Michel Husson, “Après l’âge d’or : sur le troisième âge
du capitalisme” en Gilbert Achcar, op. cit. Husson cita en
apoyo de su argumentación las tesis presentadas por Mandel para el
IX Congreso de la IV Internacional en abril de 1969.
13/ Daniel
Bensaïd, “Le Marxisme d’Ernest Mandel”, 1999, página
web Daniel Bensaïd.
14/ Marcel
Liebman es autor, en particular, de La révolution Russe,
Marabout Université, Verviers 1967 ; Le léninisme sous
Lénine, Tome 1 La conquête du pouvoir, Tome 2,
L’épreuve du pouvoir, Le Seuil, Paris, 1973 ; Connaître Lénine,
Marabout Université, Verviers, 1976.
15/ Fue
por Charles-André Udry por quien supe más tarde de esta apelación
de “deutscheriano” atribuida por Mandel al grupo del que formaba
parte en el seno de La Gauche. La discusión sobre el
concepto leninista del partido había tenido lugar tras la ruptura en
1967 entre los trotskistas implicados después del “entrismo” en
la creación de un nuevo partido y los “deutscherianos”.
16/ Ernest
Mandel, “Lénine et le Léninisme”, responde en la
revista Mai (N°13, 1970) a un artículo de Marcel Liebman “Réalité
de Lénine et du Léninisme”, Mai (N°12, 1970).
17/ “En
lo que se refiere a la política interna del partido, estos métodos
conducen (…) a que la organización del partido reemplace al
partido, el comité central reemplace a la organización del partido
y, finalmente, que un dictador reemplace al comité central”. León
Trotsky, Nuestras taras políticas, 1904.
18/ Robin
Blackburn, “Ernest Mandel et la voie de la socialisation”, en
Gilbert Achcar (dir.), op. cit. p. 26 .
19/ Ernest
Mandel, “Auto-organisation du parti d’avant-garde dans la
conception de Trotsky”, Quatrième Internationale, N°36, 1990.
20/ Daniel
Bensaid, “Treinta
años después, introducción crítica a la introducción al marxismo
de Ernest Mandel”,
25/07/2007http://danielbensaid.org/Introducti... .
Se pueden también encontrar ejemplos del “optimismo” de Ernest
Mandel en el análisis de la caída de los regímenes comunistas.
Había depositado esperanzas desmesuradas en Gorbachev y la
perestroika (1985-91). Su sobreestimación de las conquistas
socialistas, que consideraba que favorecían una revolución
política, creando las condiciones de una verdadera democracia
socialista, se encontraron en completo desfase con las relaciones que
constituían la sociedad soviética de la época. La caída del muro
de Berlín debía crear en Mandel una euforia desmesurada. Veía en
ella la conjunción entre las conquistas del socialismo en el Este y
de la democracia en el Oeste que anunciaba finalmente la llegada
próxima del socialismo. Había en sus juicios seguramente una
sobreestimación de la dinámica revolucionaria y una negación
completa de las fuerzas de restauración capitalistas.
21/ Op.cit.,
p. 31.
22/ Daniel
Bensaïd, “Trente ans après : Introduction critique à
l’introduction au marxisme d’Ernest Mandel” , 25/07/2007, Site
Daniel
Bensaïd. http://danielbensaid.org/Introduction-critique-a-l?lang=fr
23/ Idem.
24/ Ernest
Mandel, “La crise socialiste et le renouveau du marxisme”, 1995,
Web Ernest Mandel: http://www.ernestmandel.org
25/ Charles
Plisnier, Faux Passeports, Editions R. A. Corrêa, 1937.
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